Cuando nos conformamos con el mero consuelo o la simple consolación, corremos un riesgo cierto: no querer ir más allá en nuestro trabajo interior, sin obtener la transformación necesaria.
Nos satisfacemos con lo poco obtenido, unas horas de consuelo, para luego seguir teniendo que soportar todas aquellas tendencias internas que nos siguen haciendo mucho daño y creando una angustia existencial sin cesar, y que se traduce como un sufrimiento psíquico que se manifiesta de las maneras más diversas, pero todas dolorosas y productoras de desdicha.
En la falsa creencia de que el cambio interior puede cubrirse rápida y facilmente, muchas personas recurren a los placebos o analgésicos espirituales que al final más entorpecen la mutación psíquica que otra cosa ,y que crean todo tipo de subterfugios y autoengaños para no mirar, entrar y resolver el núcleo de caos y confusión que hay en lo profundo de la psique.
Flaco favor hacen aquellos que prometen resultados rápidos o que embaucan a los demás enredándoles con todo tipo de elucubraciones pseudocientíficas y que no tienen la menor base científica ni siquiera medianamente razonable y que solo aquellos ansiosos de logros casi instantáneos pueden en su delirio asumir.
El mundo se ha poblado de estos pseudocientíficos que con su jerga tambien pseudocientífica atolondran a los demás con falsas promesas “cuánticas”, añadiendo al final confusión a la confusión y convirtiendo el primerizo consuelo en frustración y amargura, máxime si han tenido que cooperar con una no despreciable suma de dinero. Como reza el antiguo adagio, “la verdad a medias es la peor mentira”.
En el supermercado espiritual, las verdades a medias florecen por todas partes y son como venenos edulcorados que muchas personas ingieren por no ejercitar un poco ese don precioso de la mente que es el discernimiento. Pero los que quieren creer solo por hallar unos minutos de consuelo, sin aspirar al verdadero cambio interior, no se percatan, desafortunadamente, de que están haciendo el peor de los negocios consigo mismos, porque de esa forma continuan detenidos en su proceso de crecimiento y maduración. Y a la larga se paga un elevado diezmo, que consiste en más desconcierto, más desconsuelo y desdicha, más tristeza y mayor desaliento.
¡Cuánto sufrimos por no querer sufrir! No se trata de seguir ocultándonos nuestra realidad interna mediante composturas, parches, enmascaramientos o amortiguadores, sino de empezar a descubrirnos, por doloroso que resulte, para poder salir del callejón sin salida y caminar, o arrastrase, hacia otro lado más despejado y lúcido de la consciencia.
Es cierto que, en principio, esa lucidez puede resultar hiriente, pero es la posibilidad de la posibilidad de no seguir empantanado siempre en las mismas arenas movedizas de la psique. Todo aquello que nos ayuda a conocernos, como decia Nisagardatta, está bien; todo lo que nos lleva a no ser nosotros mismos, es mejor descartarlo.
Cuando a menudo se me pregunta por qué incorporé el yoga a mi vida, siempre respondo lo mismo: porque el verdadero yoga no se mueve por creencias, sino por experiencias. La creencia consuela, y como partida está bien, pero la experiencia transforma, y eso está mucho mejor y es más definitivo.
En cualquier caso, nadie nos cambia ni nadie puede hacer milagros por nosotros. El distintivo de todo falso maestro es que te diga que él lo puede hacer por ti o te puede facilitar “atajos para llegar al cielo”.
Como reza la antigua instrucción espirtual: “Los Grandes han señalado la Ruta, pero uno mismo tiene que recorrerla”. ¡Uno mismo!
Ramiro Calle
http://www.yogaenred.com/
http://mauandayoyi.blogspot.com.ar