Ya es proverbial que la participación de Cascos Azules u otras fuerzas de intervención de la ONU no resuelve los problemas de las naciones así “asistidas”, aunque suele ser sí de enorme provecho para las naciones intervinientes con dichos destacamentos.
Tenemos un ejemplo patético con la MINUSTAH en Haití, que de hecho ha funcionado como tapadera para la geopolítica caribeña de EE.UU. y donde los estados intervinientes ─en lugar primordial los del Cono Sur americano─ han aceptado con enorme interés la tarea asignada.
En el caso de Uruguay, sabemos positivamente que los destacamentos enviados cobran viáticos y sobresueldos incomparablemente mejores a los que cobran los militares “en casa”. Se sabe además que tienen sus “extras” asentándose en poblaciones inermes y empobrecidas, como suele ser la compra de sexo mediante algún mendrugo, cuando no directamente la apropiación de sexo por la sola voluntad de estos ejércitos de ocupación…
Los daños que provocan las fuerzas de la ONU exceden los abusos señalados; desde la vergüenza de entregar Srebrenica en Bosnia sin luchar (con el resultado de miles de bosnios musulmanes asesinados y miles de bosnias violadas) hasta el descuido más elemental de normas de higiene como cuando las tropas nepalesas de la MINUSTAH llevaron ─claro que suponemos que involuntariamente─ el cólera a Haití. Debido a las limitadísimas condiciones sanitarias del país ─devastado hace pocos años por un terremoto estremecedor─ la plaga traída por la ONU le ha arrebatado la vida a por lo menos ocho mil haitianos y entre los contagiados se cuentan cientos de venezolanos que han asistido al país e innumerables dominicanos afectados por la vecindad.
No sólo con cólera invade la ONU algunos países; también han traído otras enfermedades, sobre todo de transmisión sexual.
La República Centroafricana, uno de los estados más empobrecidos del planeta, fruto directo del colonialismo depredador sufrido por el continente africano durante podríamos decir que toda la modernidad occidental, desangrado en intereses sectoriales o no, pero casi siempre ajenos, fue anfitrión forzado de tropas francesas.
Francia decidió intervenir en su excolonia en 2013 cuando un golpe de estado musulmán derribó el gobierno de perfil cristiano, ahondando el conflicto entre ambos bandos o creencias o vaya a saber qué intereses escudados en tales fachadas religiosas, pero de tal enverga-dura que se estima que en una población total de unos 5 o 6 millones de habitantes cerca de medio millón abandonaron sus viviendas y lugares de residencia… por el terror.
Hollande obtuvo de la ONU “el permiso” para intervenir en su patio trasero.
Y bien: luego de dos años con las tropas francesas “pacificando” el país ─que sigue tan inseguro como antes─ Anders Kompass, oficial principal de la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU recibió informes de trabajadores de campo acerca de las actuaciones de los “defensores de derechos humanos” en la devastada República Centroafricana.
Anders Kompass, sueco, con tres décadas abocado a este tipo de control itinerante y con una foja de servicios impecable, verifica la existencia de una serie de aberraciones ─sodomización de niños, sobre todo huérfanos, de 8 a 13 años a manos de las tropas francesas, es decir de la culta, occidental y democrática Francia─ y ante la inopia de meses dentro del ámbito de la ONU, efectúa la denuncia a la policía francesa contra 14 militares, franceses, acusados de las referidas prácticas.
Vale la pena precisar que en el orden jurídico impuesto en la vejada República Centroafricana la policía francesa tiene jurisdicción, con lo cual Kompass a la vez que rompía el internismo encubridor, mantuvo “la legalidad” que la ONU proclama.
La reacción del aparato administrativo de la ONU no se hizo esperar. En marzo de 2015 una serie de burócratas del entorno de Ban Ki-moon, entre los que revistaba la actual canciller argentina Susana Malcorra, entonces jefa del departamento, descalificaron el informe de Kompass porque “violó los protocolos estrictos sobre la transmisión de información confidencial del organismo internacional a autoridades externas“.1
La burocracia de ONU no perdona “que se ventilen los trapos al sol”. “Lealtad” institucional asegura impunidad. Kompass pertenece a esa estirpe de humanos, como Aristóteles en tiempos clásicos2 o Mordejai Vanunu contra la manipulación sionista, o Edward Snowden ante el Gran Hermano, que optan por la verdad desnuda ante que el ocultamiento vestido.
Como titulara Gunilla von Hall en un cotidiano sueco: “Hay algo podrido con las operaciones de paz de la ONU”.3
A Kompass se le pidió entonces la renuncia, a la que el sueco, con dignidad, se negó. Pero “el pecado” había sido mayor y fue entonces cesanteado.4
En mayo de 2015, en medio de una tormenta mediática las autoridades de la ONU que habían estado ignorando la denuncia de Kompass, sufrieron un revés significativo; el secretario general Ban Ki-moon no tuvo más remedio que “designar un panel independiente para investigar el asunto”.5
Y ese panel ha sido categórico, restaurando de Anders Kompass su credibilidad, sosteniendo públicamente que Kompass actuó correctamente.
El vocero de dicho panel, el juez Thomas Laker, afirmó que la suspensión y virtual despido de Kompass fue «prima facie ilegal». Kompass comentó: “Me condenaron al silencio en tanto controlaron con empeño y saña mi actuación, ensuciaron con rumores mi reputación y destruyeron mi trabajo”.6
Quedó establecido todo un largo procedimiento para restaurar a Kompass en sus atribuciones mediante un examen ya no sumario ni perentorio de lo actuado.
Y a partir de dicho informe las cabezas que han empezado a rodar han sido la de quienes habían condenado a Kompass.
En general se sobreentiende que los altos cargos de la ONU revelan la mucha suerte de sus titulares. Ejecutivos y triunfadores profesionales. Atornillados a sus sillas, mejor dicho sillones.
A veces, sin embargo, se da vuelta la taba: Susana Malcorra “ascendida” al rango de canciller de la Republica Argentina, apenas a comienzos de diciembre de 2015, recibe una semana, diez días después, el chapuzón de agua helada de la reposición de Anders Kompass cesanteado por ella, y, al mismo tiempo, cae sobre los “liquidadores” de Kompass de comienzos de 2015, un fuerte cuestionamiento que está incluyendo renuncias.
Ya se conocieron las de Babacar Gaye y Flavia Pansieri ─renunciantes o renunciados─ y desde los márgenes del Río de la Plata nos gustaría conocer las cuentas que tiene que rendir la actual canciller argentina…
No hemos sabido si Malcorra será directamente afectada por el affaire Kompass. Pero sí ya sabemos cuáles son sus criterios sobre la verdad, el poder y el ocultamiento cómplice. No es novedad. Por algo quien parece ser el CEO actual de la República Argentina, Mauricio Macri, la había elegido.
http://carlosagaton.blogspot.com.es/2016/01/el-nefasto-papel-de-las-fuerzas.html