«La cuestión del optimismo y del pesimismo va mucho más allá de lo que se piensa en general. Sólo aquél que busca los bienes espirituales puede ser verdaderamente optimista. En cuanto a aquél que se concentra en los bienes materiales, incluso si al principio está lleno de esperanza, un día u otro se verá obligado a abandonar sus ilusiones.
Optimismo y pesimismo presuponen dos filosofías de la vida. El pesimista no ve más lejos de las pequeñas cosas de la tierra, mientras que el optimista abre su alma a las vastas extensiones del cielo. Sabe que la predestinación del hombre es regresar un día a su patria celestial. En el camino que conduce a esa patria, se encontrará evidentemente con el mal bajo todas sus formas, sufrirá, dudará de sí mismo y de los demás, se desanimará. Pero incluso en los peores momentos no zozobrará, porque en su corazón, en su alma, permanece grabada esta verdad de que Dios le ha creado a su imagen y para él esta imagen de Dios contiene en potencia todas las riquezas, todas las victorias.»
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