Documental de la serie Conspiraciones Bíblicas, en el que se investiga cómo fue crucificado Antígono, el último rey de los Judíos antes de los romanos.
En 1.970, en el jardín de una casa de Jerusalén se encontró una tumba con un osario. El osario no estaba hecho de la creta habitual en Israel, sino de un material más caro. Sobre él, en la pared de la tumba, hay una inscripción que indica que podría contener los restos de Antígono, el último rey de Israel, capturado, torturado, crucificado y decapitado en el año 33 aC por el general romano Marco Antonio.
El osario contenía una mandíbula rota, vértebras, trozos de huesos de los dedos y tres clavos de hierro.
Los restos fueron examinados por el forense Nicu Haas que determinó que los cortes de la mandíbula y las vértebras indicaban que el sujeto había sido decapitado. Pero antes de publicar sus conclusiones Haas tuvo un accidente que lo sumió en coma durante 13 años antes de morir.
Su sustituta en la Universidad Hebrea, la antropóloga Patricia Smith, volvió a examinar los huesos y llegó a unas conclusiones muy diferentes. Los huesos pertenecían a una mujer de edad avanzada y los clavos no tenían nada que ver con una crucifixión.
Por presiones religiosas, los restos fueron enterrados de nuevo, y allí siguieron hasta que fueron desenterrados por el periodista Simcha Jacobovici.
Sin embargo, no estaban todas las piezas.
Antes de su accidente, Haas había guardado varios fragmentos en una caja y éstos fueron recuperados y guardados hasta llegar a las manos del antropólogo forense Israel Hershkovitz.
Entre estos restos están los clavos y uno de ellos está soldado a un hueso del dorso de la mano.
Hasta ahora, como pruebas de la práctica de la crucifixión, sólo se ha encontrado un clavo que atraviesa un hueso calcáneo, del talón de un pie.
Jacobovici lleva una réplica de la inscripción encontrada sobre el osario al experto en lengua aramea Yoel Elitzur, que hace la traducción.
Yo soy Abbá bar Kajaná, hijo de Lázaro, el sacerdote, del linaje de Aarón el Grande.
Yo soy Abbá, el que sufre y es perseguido, nacido en Jerusalén y exiliado a Babilonia, y yo traje a Mateo, hijo de Judá, y lo enterré en esta cueva que compré con un documento legal.
Según Elitzur, Mateo es el nombre hebreo de Antígono, e identifica la familia Abbá con Babbá, una familia de sacerdotes judíos mencionada un siglo más tarde por el historiador Josefo.
Jacobovici menciona la posibilidad de que Barrabás, el preso que fue liberado por Pilato en vez de Jesús, fuera una transliteración griega de Bar Abbá, hijo de Abbá, lo que indicaría que Barrabás podría ser un sacerdote de bastante prestigio que hubiera sido preso por sus predicaciones antirromanas.
El Análisis de los Restos
Se escanean y reconstruyen virtualmente las piezas óseas de la mandíbula y se comprueba que todas pertenecen al mismo cráneo. También se averigua que sufrió una decapitación brutal: La espada o hacha no atravesó limpiamente el cuello de la víctima. Ésta estaría probablemente de rodillas y con la cabeza muy inclinada hacia el suelo. La espada penetró por la nuca y atravesó las vértebras y la mandíbula cortando hasta la fosa nasal. Prácticamente le rebanó la cara separándola del cráneo en un brutal corte.
La experta en ADN Gila Bargal, extrae una cierta cantidad de material orgánico para hacer un análisis genético, pero no es posible conseguir una secuencia completa de ADN nuclear que permita determinar el sexo de la víctima.
Observando con un microscopio electrónico los fragmentos de hueso soldados al clavo, el Dr. Vitali Gutkin, de la Universidad Hebrea, determina que el clavo no había estado en contacto casual con un trozo de hueso, sino que se unió a él de forma violenta, dañando el hueso y, tras dos milenios de contacto los componentes del hierro reaccionaron con el calcio de los huesos creando unas incrustaciones que soldaron ambas piezas.
El Dr. Nathan Peled, del Centro Médico Carmel, determina que el clavo atravesó el centro de la mano desde el dorso, no desde la palma, contradiciendo todas las imágenes que a lo largo de los siglos han intentado representar la crucifixión de Jesús.
Al examinar también el otro único hueso atravesado por un clavo, el calcáneo encontrado a finales de los 60 en Israel en el osario de un hombre llamado Jonatán, se comprueba que el clavo lo atraviesa desde la parte exterior, pero la separación que hay entre la cabeza del clavo y el hueso indica que entre ellos debía haber una tabla de madera, destinada seguramente a que sirviera para recuperar el clavo tras la crucifixión. El motivo de que estos clavos no se recuperaran fue que su punta se dobló al chocar con un nudo de la madera, impidiendo la posterior extracción.
La Crucifixión en Roma
La crucifixión fue inventada, casi con seguridad, por los asirios, 2.000 años aC. De allí, la práctica fue imitada en Persia, Grecia y Cartago, de donde pasó, por fin a Roma, que la perfeccionó y la usó para ejecutar a sediciosos y traidores, convirtiéndola en una práctica asidua.
Había muchas formas de crucificar, y no siempre era en una cruz. A veces se usaba un árbol, otras veces un madero que se enganchaba en una estaca clavada en el suelo, a veces en el extremo, formando una T y a veces por debajo del extremo, formando la tradicional cruz †.
Pero también se usaban en ocasiones dos troncos largos unidos en X que después se apoyaban en una estaca clavada en el suelo. Es la que se conoce como Cruz de San Andrés, por ser este santo el que fue así crucificado.
Al probar estos tres tipos de cruces con diversas variaciones, se comprueba que la crucifixión en †, con las manos por delante del travesaño, es insegura, ya que el peso del cuerpo tiende a romper los tejidos de la mano y el reo caería. Esto se evitaría clavando a través de las muñecas, entre los huesos radio y cúbito del brazo, pero no coincide con el clavo encontrado, que atraviesa el centro de la palma desde el dorso.
Pasando los brazos por encima del travesaño, rodeándolo y clavando las palmas desde el dorso, resistirían el peso, pero el pecho estaría sometido a una gran tensión que imposibilitaría respirar. El reo moriría en pocos minutos. Igual ocurre si los brazos rodean el travesaño por abajo, aunque el reo podría respirar más tiempo, pero sin llegar a no más de media hora, y volviendo a existir la posibilidad de desgarro de los tejidos de la mano.
Además, tanto en el caso de la † como en el de la T, resulta bastante difícil elevar el madero hasta encajarlo en la estaca vertical. Teniendo en cuenta que los romanos crucificaban a mucha gente (durante las Guerras Judías llegaron a crucificar a más de 500 judíos cada día), se hace completamente imposible que la crucifixión se realizase en una cruz completa que luego hubiese que erigir.
Sorprendentemente, la cruz en X resulta mucho más fácil de usar, tanto para clavar al reo, tendido en el suelo, como para elevarla y apoyarla en una estaca vertical. Las posiciones de las manos y de los pies permiten clavarlos según indican las pruebas forenses y el reo, al estar apoyado en la cruz, no moriría por asfixia, sino que podría sobrevivir durante muchas horas, y hasta varios días.
Para los verdugos romanos, esta sería la forma más eficaz de crucificar a los condenados, y con bastante probabilidad así sería como fueron crucificados tanto Antígono como Jesús. Sin embargo todas las representaciones cristianas muestran a Jesús en una cruz †.
¿Por qué?
Con este signo vencerás
En el año 313, la víspera de la batalla que le haría conquistar el imperio romano, Constantino afirma que tuvo un sueño: ‘Con este signo vencerás‘. Y ese signo era una cruz †. Desde entonces la cruz fue profusamente utilizada como símbolo de Jesús y del cristianismo, pero antes de Constantino Jesús no era representado clavado en una cruz, sino en su momento más glorioso, la Ascensión, con los brazos en cruz para abrazar a sus fieles.
Otra forma más esquemática de representar a Jesús era mediante el crismón, un símbolo formado por la superposición de las dos primeras letras griegas de la palabra Cristo. Y ese símbolo se parece mucho más a una cruz de San Andrés.
Es bastante posible que Jesús fuese crucificado en una Cruz de San Andrés, y los primeros cristianos usaron el crismón como símbolo de la crucifixión.
Tres siglos más tarde, la práctica de la crucifixión había sido abandonada y mucha gente ignoraba cómo eran crucificados los condenados. Cuando Constantino quiso unificar el cristianismo adoptó un símbolo más simple: la Cruz.
La imagen de Jesús en su momento más glorioso, la Ascensión, con los brazos extendidos para bendecir al mundo se siguió representando superponiéndolo al símbolo de la cruz, y con el tiempo la gente y los posteriores artistas comenzaron a representar la crucifixión en una Cruz Latina en vez de en una Cruz de San Andrés.
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