Como en otras muchas especies de mamíferos, los primates humanos necesitamos líderes que nos guíen. Los chimpancés son los seres vivos más próximos a nosotros y representan un magnífico espejo en el que mirarnos. En la especie Pan troglodytes el macho alfa lidera el grupo desde la inteligencia y la fuerza. Ya sabemos que los chimpancés practican la política, interaccionando con otros machos y con las hembras para conseguir su propósito de liderar el grupo. Pero su fuerza y agresividad son esenciales en el mando. Cuando esa fuerza se desvanece con la edad y la falta de energía otro macho acabará ocupando su lugar.
La historia reciente de la humanidad nos habla de líderes poderosos, capaces de manejar voluntades y convencer a los demás de sus ideas. Muchos de esos líderes inspiran más miedo que respeto, manipulan a su antojo utilizando a sus colaboradores más cercanos. Dictan órdenes que tienen que cumplirse sin rechistar y, como es bien sabido, viven instalados en un ego gigantesco. Por descontado, estos líderes utilizan la inteligencia para sus fines. Puesto que el desarrollo de nuestro neocórtex cerebral nos hace más inteligentes (en promedio) que los chimpancés, la suma de esa inteligencia y de la fuerza por la fuerza consigue moldear líderes muy peligrosos para otros colectivos. Este modelo puede aplicarse tanto a poblaciones de gran tamaño como a grupos reducidos. No se nos puede escapar que la fuerza puede aplicarse de muchas maneras, aún cumpliendo en apariencia las leyes establecidas. La experiencia demuestra que los grupos liderados por este tipo de individuos están abocados al fracaso más tarde o más temprano. Seguramente muchos lectores conocerán ejemplos cercanos. Este tipo de liderazgo es muy peligroso, especialmente para los componentes del grupo que no respetan la “ley interna” impuesta de manera arbitraria. Además, este tipo de líderes suelen están íntimamente ligados a una corrupción sistémica moral y económica.
Esta situación, tan común en todas las comunidades humanas, es simplemente una degradación de la jerarquía que llevamos en nuestro genoma y que compartimos con otras especies de primates. Nuestra mayor inteligencia es responsable de esa degradación, aunque podamos buscar factores añadidos generados por algún tipo de problema cognitivo del líder. Los ejemplos más conocidos están relacionados con problemas sufridos durante la infancia o la adolescencia.
Por suerte para la humanidad nuestra mayor inteligencia permite que muchos líderes controlen de manera sabia la tiranía de las emociones e impongan la cordura en sus acciones. Los líderes naturales que comparten responsabilidades, generan confianza y entusiasmo, elevan la autoestima de las personas a las que guían, no temen la crítica y aprenden de ella y, por supuesto, dejan a un lado el ego, fomentarán el éxito de la comunidad, sea esta grande o pequeña.
Para resumir, y en relación con lo que se ha contado en este mismo blog o en ensayos literarios de muchos pensadores, el éxito de nuestra especie está íntimamente ligado a la capacidad para sintetizar los valores y capacidades de los grupos humanos en logros que nos hagan prosperar (o simplemente sobrevivir en casos extremos). Esta empresa solo es posible desde liderazgos responsables en los que el ansia individual por el poder deja paso al interés por el éxito del grupo.
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