Días atrás hablé del alma y comenté que no quería que ese artículo se convirtiera en “una conversación de dos horas” –se puede escribir tanto sobre el alma– no obstante, también apunté que volvería a hablar del tema más adelante para desarrollar un poco más este concepto y así enriquecer la primera idea del titiritero.
El alma humana es un concepto sobre el que el ser humano especula desde hace muchos miles de años. Detrás de la reflexión humana sobre el alma, a lo largo de la historia ha habido todo tipo de tendencias, intereses, especulaciones, tergiversaciones, teorías, excomuniones, guerras santas, etc. A la luz de los grandes –y cruentos– conflictos que se han generado a su alrededor, el alma parece ser material sensible así que ahora que comparto mi punto de vista sobre el tema, una parte de mí se pregunta si llegará el día en el que me quemarán por este artículo. Hablar del alma siempre tiene un precio. Hablar de corrupción política, no. Hablar de fútbol, tampoco. Hablar del feudalismo empresarial o de desinformación periodística, tampoco. A lo sumo, pueden tacharte de radical pero cuando hablas del alma o de Dios, tienes todas las de perder. Siempre hay alguien que se siente atacado directamente por el simple hecho que expreses abiertamente lo que crees, sientes u opinas sobre el tema. Como decía, es material sensible. Pero ¿Por qué?
Cuando aceptas el concepto de alma, cuando crees que más allá de tu percepción consciente de identidad, tu cógito1, existe otra parte de ti de naturaleza energética (o Divina) que te sostiene, resulta que tu percepción del mundo, de la moral, o del contrato social cambia radicalmente. Por esta razón es material sensible porque dependiendo del tipo de creencia y relación que tengas con tu alma, el poder establecido –gobierno, religión, empresas, grupos, terroristas, etc.– tendrá dominio sobre ti y tus acciones, o no lo tendrá. Es así de simple. El alma es material sensible porque al poder establecido no le gusta que tú puedas algún díapuedas llegar a pensar que no es él quien te anima… Pero ya hablaré de este tema otro día, sigamos estrictamente con el tema del alma y veamos las posturas más comunes que tenemos con referencia al tema.
Creer o no creer en el alma
Cuando crees que no existe el alma y sólo crees en el ser humano como identidad –aquello consciente que piensa– resulta que lo importante, lo que determina tus decisiones, lo que da sentido a tu vida es precisamente el mundo tangible, los hechos, las personas y sus identidades, sus ideas, su mundo, las leyes que han creado, sus creaciones, etc… Cuando crees solamente en un ser humano sin alma, la vida real lo es todo así que tienes que esforzarte en conservarla, mejorarla y cuidarla, por encima de todo y a cualquier precio pues es lo único que tienes; tu consciencia. Y una vez se termine tu vida, tu consciencia se disolverá hasta desaparecer. Esta visión del ser humano desprovisto de alma nos deja en medio del tiempo como un paréntesis de consciencia e identidad en medio de la nada2 y el alma, a lo sumo, es una mera especulación filosófica o mística que mental y existencialmente nos protege de este abismo nihilista… Antes de nuestro estado consciente no hubo nada y después de cada uno de nosotros no habrá nada. La consciencia es lo único que hay… E importa.
En el otro extremo del razonamiento, tenemos la postura en la que sólo es importante y real el alma y se le atribuye a ella todo el peso y la razón de tu existencia. Desde esta perspectiva, tu consciencia sólo es una manifestación pasajera en el espacio tiempo, nada de lo que hagas en la vida tiene especial interés porque, a fin de cuentas, el alma es la que manda, sabe, decide,ES… Así que tú, yo, y todos nosotros nos convertimos en un mero juego –un poco macabro a mi entender– que han diseñado entre las almas para tener una experiencia de realidad física. Cuando creemos en este tipo de relación con el alma, nuestra consciencia no existe antes de nacer e igualmente se desvanece con el fin de nuestra vida terrenal; Estando así las cosas, el alma deviene en un ser caprichoso que juega a ser real durante unos años… Puede elegir serlo varias veces a lo largo del tiempo, o varias veces a la vez… En cualquier caso, decida la encarnación que decida el alma, cada una de estas ilusiones de vida real serán sólo eso, meras marionetas que el alma ha creado para jugar.
Por supuesto, además de estas dos opciones extremas, hay infinidad de diversas posibilidades intermedias que atribuyen más peso a un extremo u otro. Y entre todas ellas, conforman la visión general de la relación que el ser humano ha tenido a lo largo de la historia con el alma. Más peso en el alma, más peso en el consciente, poco importa porque cuando se parte de una relación en la que una de las partes utiliza o niega a la otra, acabas por no poder construir nada que trascienda –que asegure su propio ser–.
Volvamos ahora al ejemplo de la marioneta que esbozaba en otro día y veamos cual es la visión de conjunto que nos ofrece esta perspectiva.
El títere consciente
El ejemplo del titiritero que esbozaba brevemente el otro día, explica que nosotros somos una marioneta consciente y libre a la cual anima una parte de nosotros mismos que está en otro plano de realidad. Comentaba además, que esta parte de nosotros mismos, el alma, además de animar, nos inspira para que estos movimientos sean lo más Perfectos posible. Decía finalmente que la relación que el alma establece con nosotros es de absoluta libertad –nos deja decidir lo que nos plazca– porque mantiene con nosotros una relación de amor incondicional. Nos quiere, hagamos lo que hagamos. ¿Difícil? Quizás sí, pero pensemos ahora a otro nivel para desgranar mejor las implicaciones que puede tener esta metáfora.
La metáfora celular
Centrémonos ahora en la relación que cada uno de nosotros, como seres conscientes, mantiene con cada una de las células de su cuerpo. Nuestras células, en conjunto, son las que nos ofrecen la posibilidad de ser reales dentro de este mundo y nosotros, en conjunto, les proporcionamos energía para que puedan realizar su función, de alguna manera, también las animamos. Nuestro ser consciente es el ánima de nuestras células; si no tuviésemos un funcionamiento global consciente, nuestras células perecerían. ¡Ah! Casi lo olvidaba, y nuestro ser consciente –en líneas generales– también procura mover a las células de la manera más perfecta posible… A nadie, de entrada, le gusta golpearse con todo lo que encuentra a su paso mientras se mueve. De entre todos los movimientos que el cuerpo podría elegir, en cada momento procuramos inspirarle, el movimiento más perfecto del que somos capaces. ¿Os suena?
Por otro lado, cada uno de nosotros como ser consciente, no se preocupa de qué está haciendo en un momento determinado una célula hepática o cardíaca. No pensamos en nuestro movimiento peristáltico o en la presión sanguínea. Todos estos procesos los damos por hechos. Confiamos plenamente en el funcionamiento celular. Existimos gracias al funcionamiento Perfecto de las células y las células tienen su ánima en nosotros que las nutrimos diariamente –me planteo que quizás también deberíamos hacerlo desde el amor incondicional pero esto, de momento, voy a dejarlo para otro artículo–.
En realidad, esta relación que mantenemos con nuestras células es una relación que no se basa en el utilitarismo, desde nuestra perspectiva consciente sería absurdo negar la realidad, existencia e importancia de nuestras células pensando que son meros autómatas desprovistos de cualquier chispa de consciencia a los que simplemente usamos, y para las células sería también absurdo pensar que ellas son y serán sin ayuda de nada más, que pueden trascender y garantizar su ser por si mismas. Y en consecuencia que sólo nos usan.
Por supuesto que este tipo de pensamientos precipitados son lo más habitual pues ni nosotros podemos conectar (ver, tocar, sentir, etc…) con las células, ni por otro lado, nuestras células pueden percibir que son parte de un gigantesco ser que las anima. Así que cuando nosotros o nuestras células pensamos apresuradamente en la relación que mantenemos entre ambas partes solemos rápidamente descartar que “el otro extremo” exista, o tenga importancia. Éste es el típico ejemplo de pensamiento apresurado pero es el que muchas veces, volviendo ahora al tema del alma, tenemos nosotros cuando pensamos con nuestro titiritero. O negamos su existencia, o negamos la nuestra… En cualquier caso, habitualmente nos cuesta concebir que entre nuestro titiritero y nosotros, los seres conscientes, pueda existir una relación de colaboración y amor incondicional que sea provechosa para ambas partes. Poco a poco, en sucesivos artículos iré desarrollando ésta y otras ideas acerca del alma.
La propuesta de hoy supongo que ya puedes imaginártela. Concédete unos minutos para relajarte y cuando ya sientas que la realidad se desvanece, empieza a centrar tu atención en cada una de las partes de tu cuerpo. Elije las que quieras y cuando ya seas capaz de visualizar y quizás sentir a esa parte, dile “hola”, preséntate luego, explícale quien eres. Cuando hayas terminado, dale las gracias por realizar su función de manera perfecta –especialmente si estás enfermo–… Una vez hayas terminado este recorrido hacia abajo, hacia tus órganos y células –no descartes que en tu interior puedas sentir que ellas también te saludan–, empieza a recorrer el camino contrario, imagínate a ti como una marioneta en medio de un espacio confortable y céntrate en los hilos que te mantienen erguido, mira hacia arriba, no intentes avanzar o desplazarte siguiéndolos, de momento, simplemente sonríe y di: “hola, alma, yo también te quiero”. Sólo eso.
Mañana más,
Gracias.
Joan Miquel Viadé
http://www.joanmiquelviade.com/blog/desde-el-alma-hasta-la-celula/