Thomas Wheeler, director ejecutivo de la compañía de seguros Massachusetts Mutual Life, y su esposa, viajaban por una carretera interestatal cuando él se percató de que el auto tenía poca gasolina.
Wheeler se salió de la carretera en la siguiente salida y al poco tiempo encontró una deteriorada estación de gasolina con sólo una bomba. Pidió al solitario dependiente que llenara el tanque y verificara el aceite, y luego fue a dar una pequeña caminata alrededor de la estación para estirar las piernas.
Al regresar al auto, advirtió que el dependiente y su esposa sostenían una animada conversación. La charla se suspendió cuando pagó, pero al subirse al auto vio que el dependiente se despedía agitando la mano y decía: — Fue grandioso platicar contigo.
Al alejarse de la estación, Wheeler preguntó a su esposa si conocía al hombre, cosa que de inmediato admitió. Habían asistido a la misma secundaria y habían sido novios casi un año.
— Mira que tuviste suerte de que llegara yo presumió Wheeler. — Si te hubieras casado con él serías la esposa de un dependiente de una estación de gasolina en lugar de ser la esposa de un director ejecutivo
— Querido respondió la esposa, — si yo me hubiera casado con él, él sería el director ejecutivo y tú serías el dependiente de una estación de gasolina.
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Es una de esas afirmaciones que se repiten a lo largo de la historia, más como un halago ( propio o ajeno ) hacia la mujer que como un hecho sustancial.
Por ésta misma lógica, detrás de una birria de hombre habrá una birria de mujer. Pero, sin embargo, las féminas no suelen aceptar tal evidencia.
Un poco ególatra, la señora de la historia. No es asi.