La revuelta de los Irmandiños, fue una rebelión popular que tuvo lugar en Galicia entre 1467 y 1469.
Durante el siglo XV, los nobles gallegos sometían a la población a una serie de desmanes, tales como robos, violaciones y cobro de impuestos desorbitados a su antojo. Tenían a la gente atemorizada, hasta el punto de que los campesinos no osaban salir de casa y tenían que dormir en las iglesias por seguridad. Los señores desde sus fortalezas organizaban los robos y saqueos de bienes y cosechas, a la vez que despojaban a la Iglesia de tierras y tesoros.
Desde 1230, Galicia era un territorio dependiente del reino de Castilla. En 1464, el rey Enrique IV de Castilla se vio obligado por la nobleza a desposeer a su hija Juana la Beltraneja del título de Princesa de Asturias y nombrar heredero en su lugar a su hermanastro Alfonso. Un año después los mismos nobles derrocaron a Enrique IV y proclamaron rey de Castilla a Alfonso, provocando el estallido de una guerra entre los partidarios de uno y otro. Los nobles se decantaron por el bando de Alfonso, mientras que el pueblo y los poderes eclesiásticos permanecieron fieles al rey legítimo, Enrique IV.
Las clases populares solicitaron permiso al rey para organizarse en una hermandad, con el fin de acabar con las fechorías de los nobles y así, en 1467, Enrique IV aprobó la Hermandad del Reino de Galicia. Lo que en principio estaba pensado para restablecer el orden y proteger sus intereses, pronto se convirtió en una revuelta en toda regla. Se sumaron a esta justicia del pueblo tanto campesinos como gente de ciudad, hidalgos, caballeros y algunos clérigos.
La ira de los irmandiños los llevó a derribar cuantos castillos y torres hubiera en Galicia, según las crónicas fueron destruidos 130 castillos y fortalezas. La pretensión de los irmandiños era romper la relación de vasallaje, no pagar las rentas del señor y aprovechar el vacío de poder generado por la guerra civil en Castilla para levantar un nuevo poder.
Los irmandiños formaron ejércitos de milicianos de ámbito regional uniendo localidades y comarcas, que se juntaban para acometer asedios o batallas grandes. Hay pruebas de que la movilización fue general en las ciudades y en el campo. Todo el mundo tenía armas en las casas y experiencia militar; es erróneo creer que los irmandiños se enfrentaban a sus enemigos caballeros con útiles agrícolas: hoces, guadañas, azadas. La infantería y la caballería de las milicias irmandiñas usaban las mismas defensas personales que los ejércitos señoriales: lanzas, escudos, espadas, dagas, caballos y flechas, cascos, cotas de malla y algunas armaduras caballerescas. En las villas había maestros armeros que las hacían o bien se importaban armas blancas por mar. Los jefes militares irmandiños eran en su mayoría caballeros pero también había algún labrador, burgués o letrado. Sus ejércitos no tenían el mismo grado de jerarquía que los señoriales. Todos los capitanes irmandiños estaban subordinados a la ‘junta del reino’.
La nobleza se vio obligada a huir a Portugal o a Castilla, pero el fin de la guerra civil castellana animó a los nobles de ambos bandos a intentar acabar con la hermandad popular. En la primavera de 1469 tres ejércitos señoriales entran en Galicia: Pedro Madruga desde Portugal, el arzobispo Fonseca y Juan Pimental desde Salamanca, y el conde de Lemos desde Ponferrada. Después de varias batallas vencieron a los irmandiños y mataron a sus líderes.
No hubo represalias contra los vasallos que osaron rebelarse contra sus señores, hubiera sido prácticamente imposible, dado el carácter masivo de la revuelta. Aunque finalmente fueron vencidos, los irmandiños consiguieron que hubiese justicia en su reino entre 1467 y 1469.
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