«Cuando muere un ser querido, un pariente o un amigo, es natural que tengamos necesidad de seguir estando apegados a algunos recuerdos: objetos, cartas, fotos… Pero eso no basta para conservar su presencia. Porque la presencia de un ser no está en los objetos, sino en su espíritu. Y mientras sigamos dando vueltas en torno a algunos objetos, mirando fotos, no se trata del espíritu, sino de la materia.
También es natural que vayamos a recogernos junto a su tumba. Pero lo que está en la tumba es el cuerpo, no el espíritu. El espíritu necesita libertad y hace esfuerzos para desprenderse del cuerpo físico y viajar por la inmensidad que es su verdadera patria. Si sufrimos y lloramos sobre una tumba, como si la persona que está acostada en el ataúd fuese a quedarse allí durante toda la eternidad, limitamos y molestamos a su espíritu que sólo desea liberarse. No vamos a conseguir reencontrarnos con un ser querido llorando por él. Si queréis verdaderamente reencontrarle, esforzaos por ir a buscarle allí donde está, muy lejos, muy alto, en la luz. »
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