Esqueleto de Homo naledi. Lee Roger Berger
Sabemos que el ser humano nació en el este de África, entre Etiopía y Kenia. Sabemos que hace unos 2,5 millones de años surgió el primero de nuestro género, el Homo habilis, llamado así porque era capaz de trabajar la piedra para fabricar herramientas. Sabemos que algo más tarde, en torno a dos millones de años atrás, éste engendró otra especie más parecida a nosotros llamada Homo erectus que se dispersó desde África a Eurasia. Sabemos que un pariente de éste, Homo ergaster, fue el que hace un millón de años originó en África otra especie llamada Homo antecessor que emigró a Europa y Asia, aunque hasta ahora sólo se ha hallado en la sierra burgalesa de Atapuerca. El antecessor, a su vez, se dividió en dos ramas, una que daría lugar al Homo heidelbergensis y posteriormente a los neandertales, y otra a la cual tenemos que agradecer nuestra presencia en este planeta.
Pero ¿sabemos todo esto? Mirémoslo de esta otra manera: el Homo habilis en realidad no existe, sino que era un australopiteco. O sí existió, pero no era el padre del Homo erectus, sino que él mismo era un Homo erectus, o un linaje separado que coexistió con éste. De hecho, el Homo erectus nació en Asia, no en África, y en realidad el Homo ergaster no era tal, sino simplemente un erectus africano antepasado nuestro. Y el antecessor tampoco es el padre del heidelbergensis, sino su hermano, ambos hijos del ergaster. Esto si realmente ambos no eran una sola especie, o si el heidelbergensis no era sino un erectus y a su vez el ancestro común de humanos y neandertales.
Y si quieren más, aún hay más. Éstas son sólo algunas de las hipótesis sobre la evolución huamana que circulan en la comunidad científica; muchas de ellas alternativas, a menudo contradictorias. En una ocasión, este periodista preguntó a la paleoantropólogaMeave Leakey (derecha), perteneciente a la reputada saga científica anglo-keniana fundada por sus suegros Louis y Mary Leakey, para cuándo tendríamos un dibujo claro de la evolución humana.
Ésta fue su respuesta: «En los próximos 100 años, o así».
La paleoantropología es, a ojos de los profanos, lo más parecido a un carajal científico en el que continuamente parece que se esté reescribiendo la historia de nuestros ancestros. Pero ¿realmente es así? El experto en ADN antiguo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig (Alemania),Matthias Meyer (izquierda), niega la mayor, devolviendo la pelota a la prensa: «Eso de reescribir la historia evolutiva es una frase reservada a los periodistas cuando describen casi cualquier cosa que se publica sobre la evolución humana», escribe en un correo electrónico a EL ESPAÑOL, y remata su aseveración con un emoticono de guiño y sonrisa.
LA PISTA DE ATAPUERCA
Meyer es el artífice de una reciente proeza tecnológica: secuenciar el ADN de núcleo celular má… jamás obtenido, de hace 430.000 años. El origen del material es la Sima de los Huesos de Atapuerca, un lugar que pasaba por ser un cementerio de heidelbergensis. Pero según el estudio publicado esta semana en Nature, no es así: los donantes de aquellos restos eran neandertales. Arcaicos, pero neandertales. Para Meyer, el resultado cuadra: «Los resultados genéticos de la Sima de los Huesos encajan bastante bien con su morfología, así que desde esta perspectiva no hay necesidad dereescribir la historia evolutiva humana», dice.
Pero, de hecho, la conclusión mueve piezas. Si ya había neandertales hace 430.000 años, significa que el momento de la separación entre su linaje y el nuestro fue anterior; entre 550.000 y 765.000 años atrás, calculan los científicos. El problema es que entonces este ancestro común parece demasiado viejo para ser un heidelbergensis. ¿Quién era entonces? Meyer insinúa: «El antecessor es muy interesante. Podría estar en la época adecuada». Esto otorgaría a la especie de Atapuerca un papel central en la evolución humana (derecha)
Y después de repensar, habrá que reescribir, ¿no?
Los Denisovanos son una de las piezas que no acaba de encajar fácilmente en el puzle de la evolución humana. Aún no se ha podido establecer su identidad, por lo que no han sido asignados a una especie concreta, nueva ni conocida. Se sabe que ya existían hace al menos 110.000 años y que continuaban vivos y coleando hace 50.000, puede que menos. A quien más se parece su ADN, que hoy persiste en los aborígenes de Australasia, es a los neandertales. Pero parecen tan diversos y promiscuamente mezclados con neandertales, humanos antiguos, modernos y puede que otros, que el genetista evolutivo Mark Thomas comparó aquella época prehistórica con «un mundo tipo el de ‘El señor de los anillos'».
PIEZAS SUELTAS
Una de las más famosas y singulares de estas piezas sueltas es el Homo floresiensis, hallado en 2003 en la Isla de Flores, en Indonesia. En la línea de lo sugerido por Thomas, esta especie se conoce popularmente como el hobbit, debido a su estatura de poco más de un metro. Sus descubridores, los australianos Mike Morwood (izquierda) y Peter Brown (derecha), lo situaron como un descendiente enano del Homo erectus, o tal vez el heredero de una especie ya de por sí pequeñita, como un australopiteco o un habilis. Pero lo más sorprendente de los seres de Flores es que existieron al menos hasta hace unos 18.000 años; ayer mismo, en tiempo evolutivo. El hobbit resultaba tan extravagante que algunos científicos no lo aceptaron, proponiendo en su lugar que se trataba de un humano moderno con deformidades.
Pero los paleoantropólogos no solo disienten, sino que a veces tienden a hacerlo en un tono no precisamente cordial. A preguntas de EL ESPAÑOL, Brown se refiere a quienes niegan la existencia del Homo floresiensis como «científicos». Lo cual no tendría nada de particular, si no fuera porque él lo escribe precisamente así, entre comillas. «Toda esa gente tenía experiencia muy limitada con huesos fósiles y con las variaciones esqueléticas en humanos modernos».«No todos los científicos ni toda la ciencia son de la misma calidad», dispara Brown.
También de Asia, pero del interior del continente, llega otro sorprendente hallazgo. Un trabajo dirigido por el australiano Darren Curnoe de la Universidad de Nueva Gales del Sur, y el chino Xueping Ji, del Instituto de Reliquias Culturales y Arqueología de Yunnan, ha descrito restos hallados en las cuevas chinas de Longlin y Maludong que sugieren la existencia de una población humana arcaica hasta hace solo 14.000 años. Esta es la datación de un fémur que se asemeja al de los primeros Homo como el habilis o el erectus.
Pero Curnoe y Ji han hallado también un cráneo de hace sólo 10.500 años que aúna rasgos primitivos y otros similares a los nuestros, lo que sugiere un híbrido entre sapiens y esa ignota población antigua, a la que sus descubridores han denominado Hombres de la cueva del ciervo rojo.
Foto: Darren Curnoe (izquierda) y Ju Xueping estudiando el cráneo de Longlin (un enclave cercano a Maludong) cercana a en 2010.
Tanto Curnoe como otros expertos piensan que aquellos cavernícolas que cocinaban ciervos podrían ser Denisovanos, o cruces entre éstos y humanos modernos. «Pero todavía no estamos seguros; es demasiado pronto para decirlo», señala el científico a EL ESPAÑOL. Por el momento los intentos de extraer ADN de estos restos han sido infructuosos. «Pero no nos damos por vencidos y esperamos intentarlo de nuevo este año», dice Curnoe. Por su parte, Brown parece tener claro quiénes eran los hombres de aquellas cuevas: «Son sólo humanos modernos normales. No es importante», zanja.
UN ÁRBOL CADA VEZ MÁS FRONDOSO
Las notas discordantes se remontan aún más atrás en la evolución humana. El pasado año, un equipo surafricano encontró lo que parece ser un nuevo humano primitivo, el Homo naledi. Aún no ha podido datarse, pero si su mezcla de rasgos de australopiteco y de Homo corresponde a un eslabón perdido y ahora encontrado entre ambos, podría desplazar el origen de nuestra especie desde el este al sur de África. Si no fuera, claro, porque también en 2015 se descubrió unposible nuevo miembro de nuestro género en Etiopía que bate todos los récords de antigüedad de los Homo, con 2,8 millones de años.
El corresponsable de este último hallazgo, Brian Villmoare, de la Universidad de Nevada en Las Vegas (EEUU), comenta a este diario que aún es pronto para reconocer a este pionero de nuestro género. «Tendremos que esperar a nuevos descubrimientos, ¡y estamos trabajando en ello!», insinúa. Pero hay algo que Villmoare sí tiene claro, y es que nuestro presunto antepasado surafricano no es nuestro antepasado: «Es improbable que el Homo naledi tenga nada que ver con la ascendencia de los Homo, porque su anatomía se parece más a grupos más recientes».
«Es cierto que algunos hallazgos inesperados están obligando a los científicos a reconsiderar ideas previas», razona Villmoare; «el árbol es frondoso, y cada vez más». Pero con cada reconsideración no parece que el panorama de aquella Tierra Media se vaya aclarando, ni que los paleoantropólogos acaben de ponerse de acuerdo. Salvo en una cosa: el proceso de la evolución humana es algo mucho más complejo de lo que se sospechaba sólo a comienzos de este siglo, «con casi 25 especies en los últimos seis o siete millones de años», resume Villmoare.
Y, hasta hace muy poco, algunas de esas diversas especies humanas han convivido en este planeta, probablemente batallando entre ellas y comiéndose unas a otras, pero también compartiendo cama, o más bien suelo de cueva. «Es un momento emocionante para estudiar la evolución humana», concluye Curnoe. Lo malo es que, si Meave Leakey estaba en lo cierto, ninguno de los presentes viviremos para ver en qué acaba todo esto.
articulo publicado en…http://terraeantiqvae.com/profiles/blogs/por-que-es-cada-vez-mas-dificil-resolver-el-rompecabezas-de-la-ev#.VvDfuuLhC70
JAJAJA … Y EN ESTE «FRONDOSO ÁRBOL» NO SABEN Y NO QUIEREN ENCAJAR A LOS GIGANTES, PORQUE YA SERÍA COMPLICAR LA HISTORIA DEMASIADO…. NI HABLAR DE OTRAS ESPECIES DE HUMANOS MINIATURA AÚN NO RECONOCIDAS QUE PODRÍAN HABER EXISTIDO O AÚN EXISTIR EN ALGUNAS REGIONES DE LAS SELVAS SUDAMERICANAS, COMO EL ESQUELETO DE 15 CM ENCONTRADO EN ATACAMA EN 2003, QUE SEGÚN ESTUDIOS DE ADN, ES MAS CERCANO AL HUMANO QUE UN CHIMPANCÉ