Traer buenas calificaciones, ir a misa los domingos, graduarse, casarse, tener hijos, comprar una casa, conseguir un empleo… son demasiadas las expectativas y las presiones por las que, de alguna forma, tenemos que pasar. Además, son presiones que de alguna manera existen desde la sociedad más primitiva a la sociedad más desarrollada, aunque las imposiciones sí que puedan variar.
Desde que nacemos se nos imponen ciertas reglas o condiciones que debemos cumplir, etapas que supuestamente nos acercan a lafelicidad. Pero, ¿qué sucede si no queremos satisfacer esos deseos?, ¿cómo distinguir entre las metas propias y las ajenas?, ¿es posible salir de ese laberinto de metas trazadas hace generaciones?
Cómo nos influyen las expectativas sociales
Seguro que has pasado por la situación de sentirte presionado por algún miembro de tu familia o persona cercana. “Así que te has casado… ¿para cuándo los niños?”, “Me he enterado que comenzaste a estudiar en la Universidad, ¿cuánto falta para que te gradúes”?, “Ahora que tienes una familia ya deberías pensar en comprarte un piso”, “¿cómo que solo tendrás un hijo?”. Estas frases o parecidas son habituales en el diálogo social.
Ante preguntas, un tanto indiscretas, podemos sentirnos atrapados sin salida, pero debemos responder algo para no quedar mal y además que la respuesta sea satisfactoria. “Dentro de poco llegarán los niños”, “Me estoy esforzando para graduarme antes”, “Estamos buscando un piso para comprar”. Aunque de alguna manera con nuestras acciones reclamemos nuestra libertad, más que con nuestras palabras, y muchas de nuestras respuestas no sean ciertas.
La sociedad en general y la familia en particular nos suele presionar para que cumplamos con ciertas “obligaciones” morales o tradicionales. Ellos nos dicen qué debemos ser, cuándo, cómo y dónde, pero no nos preguntan realmente qué queremos.
En vez de “¿Cuándo seréis padres?” a pocos se les pasa por la cabeza cuestionar algo que la pregunta anterior da por sentado “¿os gustaría tener hijos?”. Se da por sentado que sí o sí una pareja debe procrear, aunque no esté en los planes o no se lo hayan planteado. Y así con cada supuesta tarea socialmente esperable.
Expectativas vs realidad
Antes de que naciéramos nuestros padres y seres queridos han depositado muchas “esperanzas” en nosotros. “Será abogado como el abuelo”, “Tendrá una empresa como su padre”, “Curará enfermos como su madre”.etc. La fantasía de tener un hijo/nieto/sobrino/hermano de tal o cual manera ya nos condiciona desde el primer minuto de vida (o incluso antes de llegar al mundo).
Todos estos sueños nos los inculcan desde niños. Nos regalan un set de médico para jugar, nos llevan a la compañía de papá para ver cómo trabaja o nos señalan las ventajas incomparables de saber y aplicar leyes enfundados en una toga. Esto es, básicamente, vivir la vida de otros en vez de la propia.
Cuando por alguna razón nos damos cuenta de que la abogacía, la medicina o el mundo empresarial no es para nosotros, comienzan los problemas. No es fácil para los que nos rodean comprender que estamos en desacuerdo con ese legado establecido. Desilusionamos a más de uno, hay discusiones, amenazas y sentimientos de culpa. Afortunadamente en lo único en que no estamos fallando es en seguir nuestras convicciones.
¿Qué sucede si no cumplimos las expectativas?
Puede que al principio a tus padres no les guste la idea de que quieras dedicarte a la música o estudiar historia del arte, quizás se sientan tristes cada vez que recuerden esa idea que tuvieron de ti antes de nacer o cuando diste los primeros pasos. Es probable que no comprendan por qué no has seguido con lo establecido e incluso siembres en ellos un gran sentimiento de culpa.
Sin embargo con el correr del tiempo, al ver lo feliz que eres se sentirán orgullosos de ti y aceptarán que si hubieses cumplido con la tradición no te sentirías tan pleno. Satisfacer a los padres no siempre es una tarea sencilla, pero si les demostramos que cumplir lo establecido no es sinónimo de plenitud quizás terminen “cediendo” en sus presiones.
Por el contrario, si tomamos la decisión de quedarnos atados a las expectativas no podremos culparlos de nada en el futuro. Si terminamos siendo un abogado exitoso pero infeliz, un empresario adinerado pero deprimido o una enfermera prodigiosa pero sin vistas a futuro… la responsabilidad es nuestra.
No se trata de rebelarse siempre ante lo que nuestros padres desean pero tampoco es saludable atarse a las expectativas y seguirlas a rajatabla. Hacernos camino al andar sin prestar atención a las presiones es también necesario para conseguir lo que anhelamos.
Trata de no vivir por los demás sino por ti mismo. Haz lo que te encanta sin pedir permiso. Planifica en base a lo que deseas y no a lo que debería ser. Alcanza tus sueños aunque no estén bien vistos. Esa es la clave para la felicidad.