Las heridas que no se ven son las más profundas.
-William Shakespeare-
El amor, como tal, siempre será un ideal. Un tópico esencial de nuestra vida, que por darse en diferentes grados o niveles, nunca alcanzará su punto de perfección, como en las matemáticas o la física. No es una cifra; no son números. Es un sentir… Y los sentimientos no se miden: se expresan, se viven.
Lo anterior, que en principio sería un gran limitante para cualquier relación, puede volverse una gran ventaja: porque el amor siempre será susceptible de mejorar, en forma indefinida; es decir, nunca se agotará…
Conviene entonces que tú enumeres y analices, muchísimo más los defectos que las cualidades de tu pareja; porque las virtudes siempre serán bien recibidas, pero las fallas son las que tendrás que soportar, quizás, toda tu vida. Realizar esta reflexión y priorizarla, debería ser esencial en toda relación.
Es mejor hablarse de frente, con objetividad, antes de dar un paso que puede ser muy trascendental en tu existir. Difícilmente una persona adulta, cambiará algún día su forma de ser.
Es mejor suponer que los defectos, con el tiempo, van a acentuarse más y más. Y que la vida no obrará ningún tipo de milagro…
Las personas, por lo general, buscan demasiado el amor, pero a la vez hacen muchísimas cosas para alejarlo. Más que una contradicción o paradoja de la vida, es una contradicción contigo mismo.
A continuación analizaremos cinco de esas actitudes que nos alejan del amor.
1. Ser celoso y celar: en el amor, el otro no es una propiedad
Los celos casi siempre son un motivo de conflicto en las parejas. Usualmente revelan baja autoestima, un nivel elevado y negativo de intento de posesión sobre el otro y, en general, hablan de nuestros miedos…
Esta actitud nos aleja del amor, porque el amor no es una “compra” personal, sino un acuerdo mutuo: no una adquisición, sino un proceso que implica pérdidas y ganancias. Es algo, ante todo, recíproco. Y en cuya esencia, debería prevalecer la equidad.
Puede pensarse que los celos implican algo de interés en la otra persona (algo así como un “afecto irracional”), pero en realidad no constituyen una forma sana de abordar el amor. Estos “juegos” o “caprichos” nunca terminan bien, porque parten de una instrumentalización del otro. No en vano, hablamos de personas y no de productos ni trofeos.
Además, siempre habrá mejores, mucho mejores, maneras de expresar el afecto por otra persona; los celos o el celar, representan una forma primitiva de apego y dependencia: una edad infantil en el universo de la personalidad.
Más aún, difícilmente nuestra pareja nos va a aguantar actitudes así, por un período prolongado y, muchísimo menos, por toda la vida. Son problemas verdaderamente estructurales de sí mismos, que redundan de manera sustancial en nuestras relaciones afectivas.
2. La infidelidad: cuando el engaño se adueña de nuestro corazón
Sin niveles óptimos de sinceridad, materia prima de cualquier relación, no hay niveles óptimos de confianza ni de seguridad en la relación. Esto, desde luego, nos aleja del amor, ya que pocas personas le apuestan a la “nada”, por decirlo de alguna forma, y menos, por lo general, si esto conlleva la “nada” en el aspecto de la fidelidad.
La infidelidad es, por su parte, una manera de decir: “no llenas mi vida; necesito alguien más”… “diferente a ti”. Aunque también puede significar muchas cosas más, como una necesidad de llamar la atención, o una expresión de agresividad frente a la pareja, entre otras.
Obviamente no estamos hablando en términos absolutos, porque nadie llena la vida de nadie. Nos referimos a las grandes y complejas implicaciones, que conlleva el ser egoísta en cualquier relación; porque el egoísmo de aceptar solamente lo “bueno” de mi pareja, jamás dará buenos frutos: jamás será algo conveniente.
La anterior actitud, tan característica en la infidelidad, ciertamente nos aleja del amor, puesto que de lo “bueno” se enamora la mayoría, pero de lo “malo”, casi nadie. De ahí que se sienta la necesidad de alguien más o de alguien diferente a esa persona: a mi pareja.
Y esto tiende a darse, no en vano, cuando surgen los problemas: algo inevitable en cualquier relación; inclusive, la mejor. Ciertamente, somos seres con cualidades y defectos, y a este conjunto es al que deberíamos apostarle. Es la base sobre la cual debemos decidir, para tener una relación con otra persona.
3. Discusión-agresión: cuando se “dialoga” a los gritos
El idioma del amor es el diálogo, no las discusiones y, muchísimo menos, la violencia o las agresiones de cualquier índole. Esta actitud nos aleja del amor, de manera significativa, porque cuando se pierde el respeto en una relación, se pierden muchísimas cosas más.
Expresar los sentimientos de una forma apropiada da origen a un vínculo sano de entendimiento. Y si dos personas hablan el mismo lenguaje, habrá mejores niveles de comprensión: se construye un idioma común o, al menos, un medio idóneo de comunicación.
El respeto, en todo sentido, a diferencia de la agresión, siempre será un arma muy fuerte en el amor. El respeto intelectual, el respeto sexual y el respeto por los sentimientos y la vida del otro. Porque no estamos con un robot ni con una mercancía u objeto, sino con un ser humano; con otra persona como nosotros.
La violencia, en este sentido, supondrá ignorancia y falta de creatividad, para aclarar cualquier tipo de problema: un grado de civilización muy incipiente y un comportamiento prácticamente “básico” y “elemental”. Quien recurre a la violencia, ya perdió de plano los papeles y el norte de su conciencia.
4. La falsedad: cuando la mentira es la única verdad
La sinceridad es otro elemento fundamental en una relación, porque del mismo modo que no deseo ser engañado, no debería engañar a nadie. La mentira normalmente se paga muy caro. Y uno no engaña a quien verdaderamente ama. Esta actitud obviamente nos aleja del amor.
Sinceridad no es cinismo o imprudencia. No es enrostrar “verdades” incómodas para el otro. Aquí nos referimos a aquella sinceridad que te permite mostrarte tal y como eres, sin disfraces ni máscaras. Total, si tu pareja no se enamora de ti, realmente de ti, tal cual como eres, jamás existió amor.
Aparentar, desde muchos puntos de vista, supone un sofisma: ganar el amor de otro siendo quien no eres. Por esto, ser “un libro abierto”, sin necesidad de llegar hasta el extremo de contar todas y cada una de tus intimidades, configura un plus para tener mejores resultados en una relación.
5. No ser equitativo: cuando solo uno se hace responsable de la relación
La reciprocidad es primordial en una pareja, dado que se habla de dos y no de uno. En teoría, todo o casi todo, sobre la base de los deberes y las obligaciones, debería ser: “50 y 50” o “la mitad tú y la mitad yo”, por decirlo así.
Pero cuando se desequilibra esta balanza, los cimientos comienzan a agrietarse y la relación tiende a resquebrajarse. Comienza a predominar una persona sobre la otra, quizás en términos de poder, quizás en términos de decisión, y por ende, la relación puede deteriorarse.
“Entregas casi todo y no recibes prácticamente nada a cambio”, no es un buen fundamento para construir una relación. Esta nociva actitud, que nos aleja significativamente del amor, aplica tanto para el que no da, como para el que lo da todo, por decirlo de alguna forma.
No se trata de dar, esperando recibir algo a cambio. Pero tampoco se trata de solamente dar y no recibir. El equilibrio, a todo nivel, siempre será un buen aliado de cualquier relación.
Edith Sánchez
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