El juego también es terapia
El juego no solo constituye un espacio de diversión y entretenimiento, sino que también se ha consolidado como la herramienta terapéutica más eficaz para toda la familia. Especialmente para los niños, en contextos que puedan comprometer tanto el desarrollo físico, como la evolución asociada a lo perceptivo, cognitivo y sensorial.
El atractivo del juego radica en que es terapéutico y, por tanto, es útil para superar situaciones que afectan el comportamiento. El ámbito del juego nos permite incrementar nuestra autonomía, tener una mejor calidad de vida, elevar nuestra autoestima y darle valor y sentido a nuestros logros.
“Este juego pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y nadie puede saber de él qué divinidad lo regaló a la Tierra para matar el tedio, aguzar el espíritu y estimular el alma.”
Adicionalmente, lo lúdico nos da la posibilidad de comprender y verbalizar nuestras emociones. Promueve la producción de experiencias creativas que nos ayudan a resolver problemas. También sirve de puente para conectar los mundos de la fantasía y la realidad, al igual que para abordar y trabajar problemas de adaptación a diferentes contextos.
El juego en diferentes contextos
En algunos casos el juego debe ser asistido por un profesional. Esto ocurre con personas que tengan algún tipo de limitación física o mental. El contacto con texturas, olores, colores o sonidos resulta muy efectivo para superar su condición o sobrellevarla con una nueva perspectiva.
El juego es un medio natural de autoexpresión. Conlleva motivación, flexibilidad y desafíos en sí mismo. Integra a los individuos y es indispensable para un desarrollo normal. El juego está relacionado con la forma de aprender y experimentar de los seres humanos. También es de vital importancia para facilitar y mejorar procesos de comunicación.
Jugamos para desarrollar habilidades sociales, ampliar nuestro conocimiento, para aprender a negociar nuestros conflictos. Para aliviar las experiencias desagradables y tener control sobre ellas o disipar la ansiedad y elaborarla. Al mismo tiempo, aprendemos a asimilar y respetar las normas saludables.
Los juegos de roles nos permiten entender mejor la perspectiva del otro. Pero, adicionalmente, crea las condiciones óptimas para liberarnos de nuestros miedos. Por tanto, cumple con una función catártica que genera bienestar y mejora las relaciones con los demás. Como en el caso de los padres con sus hijos, cuando el juego da lugar a nuevos acercamientos.
Los juegos nos estructuran
El juego estimula la cooperación y da estatus de igualdad a sus participantes. Los juegos se pueden ajustar a los deseos y necesidades de cada integrante y ayudan a superar estados de inseguridad y vulnerabilidad. Nos permiten pensar y planear mejor lo que hacemos y también ofrecen posibilidades ilimitadas para crear.
En los juegos lo que importa es el proceso y no tanto el resultado. Debido a que se practican en un ambiente controlado y seguro, estimulan las conductas asertivas, en oposición a las agresivas. Lo lúdico permite ensayar una y otra vez diferentes tipos de conductas, para aplicarlas luego en la realidad.
De niños jugamos representando roles, “yo soy el bombero y tú la enfermera”, “yo soy el policía y tú la maestra”… Jugamos para poder entender por qué esta maestra regaña a Pedro, que es tan impaciente. Tomamos consciencia del comportamiento y las normas sociales que delimitan cada oficio y abrimos un espacio de identificación con ellos.
Con el juego disponemos las piezas del rompecabezas del que estamos compuestos. Es un proceso sanador, con el que encontramos explicaciones sin desgastarnos. Con él comunicamos, cuando las palabras no son suficientes. Y conseguimos organizar lo que carecía de sentido en nuestra razón. Es por eso que el juego es una opción terapéutica que involucra a todas las personas.
La vida es un juego
También creamos jugando: construimos torres de arena, esculpimos figuras, pintamos mundos inexistentes, destruimos juguetes para ver qué tienen por dentro porque necesitamos saber cómo funcionan, o improvisamos un grupo de música con tapas, ollas y cucharas que sacamos de la cocina.
Durante la adolescencia incursionamos en el teatro. Hacemos representaciones de todo tipo de papeles, hasta dar con el que mejor se acomoda a la imagen que queremos proyectar de nosotros mismos. Jugamos con aparatos y herramientas electrónicas, siempre con la finalidad de saber quiénes somos y encontrarle sentido a nuestra existencia.
Las explicaciones que no podemos dar con nuestro discurso racional las expresamos a través de los juegos. Por eso es que no podemos dejar de jugar. Tanto las percepciones como las interpretaciones que hacemos de nuestro entorno, a través del juego, son indicadores de nuestra inteligencia, de nuestras habilidades y de la visión que tenemos del mundo.
Jugamos con nuestra sombra, con nuestras manos, con nuestros gestos y con nuestros pies. Lo estamos haciendo desde el nacimiento hasta la muerte. Con nuestro juego marcamos el surco que dejamos detrás de nosotros, ese surco que da cuenta de lo que somos, de lo que hacemos y de por qué lo hacemos.