Comúnmente escuchamos decir: “Todo lo que necesitamos está dentro” o “Somos seres completos”, pero aunque parece una idea muy simple conlleva todo un proceso de descubrimiento.
El hombre en busca de la completud
En general, en nuestro habitar el mundo, nos movemos por necesidad, y la necesidad pasa de lo material a lo emocional, cubriendo inconscientemente una carencia por otra.
En las parejas esto se ve a menudo en el siguiente reclamo: “Necesito que seas así” o “necesito que lo hagas por mí” o “no me haces feliz, necesito que cambies”. También se puede ver en las relaciones: “cuando tenga tal puesto de trabajo, estaré mejor”, “las cosas serían diferentes si conseguiera aquello…”, “algún día esta situación va a cambiar, entonces yo podré manejarme como quiera”.
En resumen todo ronda en lo siguiente: “necesito llegar a esto para poder ser feliz”. Me siento un hombre incompleto, un hombre desdichado, entonces espero que el afuera me dé lo que no encuentro en mi propio espacio interior. ¿Es esto posible?.
Se trate de una búsqueda material, como alcanzar cierto status social o un progreso económico; o de una necesidad emocional, como que alguien me dé la felicidad que no consigo por mí mismo, ambas búsquedas están enfocadas en lo mismo: completarse en el afuera.
Todos podemos reconocer un sentimiento, una sensación incómoda, que nos está diciendo “esto no es todo, hay algo más”.Esta sensación acarrea muchas veces una gran frustración, incluso depresión.
Este sentir tuvo un origen, y si no lo hacemos consciente, continuaremos buscando insaciablemente afuera, cuando en realidad se trata de zambullirse en un mundo que es sólo mío, porque único es mi recorrido como ser espiritual.
Recordemos para comprender
A menudo parece que la historia comenzó con la llegada de Cristo, o un tiempo antes tal vez. También muchos toman como punto de partida las comunidades de los pueblos originarios habitando la tierra. Pero si creyéramos que todo comenzó aquí, sería muy angustiante, porque ya desde este tiempo el hombre tenía la conciencia de estar esperando “algo más”.
Hubo un momento en que el hombre no esperaba nada, pues vivía en otro estado de conciencia, vivía en comunión con todo. El otro y él eran uno; él y la naturaleza eran uno. Él y la divinidad eran uno. El hombre vivía sus días en comunión, sin polaridad. Él actuaba guiado por una Voz que lo penetraba. No pensaba en lo que tenía que hacer, sabía lo que tenía que hacer. No había lugar a confrontación alguna entre ellos ni a abusos sobre la naturaleza; todo se respetaba, todo era un mismo cuerpo.
Como el hornero que lleva en si el conocimiento de cómo hacer su casita de barro sin que nadie se lo explique, sólo construye cuando es el momento exacto, sin ningún beneficio mayor que sencillamente existir, el Hombre existía también así.
Él y Dios eran uno. No había Dios, era el Hombre, no había Hombre, era Dios. Este periodo de elevada conciencia colectiva muchos lo han llamado la época de Atlántida y Lemuria. Igualmente el nombre no es lo importante, sino lo que sucedió y lo que marcó en el hombre.
Se vivía en una perfecta unidad que permitía al hombre existir sin error, sin polaridad, pero había algo que no resplandecía; algo que hoy nos hace individuos y responsables de nosotros mismos: No existía la conciencia de un Yo único, de un Espíritu único. Conciencia que nos hace únicos y responsables de nuestro camino.
Entonces, empujado por la búsqueda de sí mismo, por la ambición innata de reconocerse como un ser separado, el hombre se preguntó “¿Quién soy yo separado de todo esto?”, “¿qué quiero Yo separado de todo esto?”, “¿Cuál es mi vida, dónde empieza y dónde termina?”.
Y como la luz nunca impone su voluntad, aceptó este proceso como una necesidad evolutiva, y la raza humana se separó del Todo…
Este proceso de separación y maduración se dio como parte de una evolución necesaria, similar a cuando un niño o adolescente deja de sentirse niño y pequeño, necesita separarse, diferenciarse de su familia, necesita negar su origen e incluso rechazarlo. Necesita encontrar sus propias respuestas y no escucha consejos ni permite que hagan las cosas por él. Este ser toma su adultez y emprende la vida como un ser responsable de sus aciertos y errores. Luego es seguro que volverá a su hogar, reconocerá a la familia, valorará lo que se le dio, pero para verlo necesitó alejarse.
El hombre se separó buscando lo mismo: su propio camino. Decide separarse, no para olvidarse de su origen, sino para luego volver por propia decisión.
El tiempo transcurrió, y el recuerdo de aquella unidad fue disipándose. El hombre cree que siempre estuvo así, separado, solo en un mundo de multitudes. Pero a la vez, una chispa divina, herencia de su primer hogar, continúa hablándole como siempre y le dice: “Regresa. Busca el camino de regreso”.
Pero sumergido en el olvido de su origen, ¿cuál es el camino de regreso?, ¿será progresar económicamente…? No, debe tratarse de estar cerca de los seres más amados y ser feliz junto a ellos…. No, tanto materia como cuerpo, son pasajeros. Debe haber algo que esté más allá de mi mismo, de mis comodidades físicas y emocionales. Debe haber algo que me haga estar en paz más allá de lo que tenga o no… pero ¿cómo lo conquisto?
Perderse para encontrarse
Tener la sensación de estar perdidos no es el mejor estado. Esto no sólo causa angustia sino también inestabilidad y un sentir de mucha vulnerabilidad. El hombre que se siente perdido, y a la vez no busca conscientemente el camino que lo acerca a una verdad más perdurable, buscará hallar satisfacción y respuestas en el mundo material. También preferirá creerse loco por aquellas preguntas que en los momentos de silencio aparecen.
Hay preguntas que jamás sabré si tienen respuesta, y esto es tan perturbable que prefiero ver y tocar, agarrarme de lo que existe a simple vista.
Con tal de no sentir este estado que aterra, cualquier camino es tomado. Cualquier desvío se lo interpreta como la meta final.
Mientras el afuera intente ocupar el lugar que sólo es de mí mismo, el reclamo a otros será constante, y la necesidad de tener más, insaciable. “¿Por qué eres así conmigo?” “¿Por qué no haces esto por mi?” ¿Por qué nadie me valora?” “¿Por qué el mundo no me sonríe?”. Es el hombre tratando de completarse en el otro, en el afuera, con el otro. Sin embargo si deseamos hacer este proceso consciente debemos saber que el reclamo en realidad es hacia mí mismo. Podemos incluso dar vuelta la pregunta así: “¿Por qué soy así conmigo?” “¿Por qué no hago esto por mi?” “¿Por qué no me valoro?” “¿Por qué no me sonrío?”.
El origen de estas insatisfacciones y de esta necesidad de completarme, viene de una memoria donde Yo era Todo, y Todo era Yo. Viene de mi voz interior que me dice “regresa por tu propia voluntad”. Y esta memoria guiada por un ego inseguro o temeroso, o una mente calculadora y lógica, es interpretada y encauzada hacia un campo conocido como: algo fuera de mí.
Lo que me hace preguntarme, lo que me moviliza, es mi memoria del origen, que me despierta un infinito anhelo de vivir en un mundo perdurable. Pero he aquí lo trascendente, el lugar que buscamos no está allá lejos, tan absurdamente lejos de mí, que de sólo buscarlo me pierdo. El lugar aparece adentro cuando decido sentirme un ser en unidad con todo, un ser relacionado con todo. Un ser único, si, pero a la vez en sintonía con otros únicos seres.
Cuando reclamo al mundo mi bienestar, mi salud, mis beneficios o la parte que “me corresponde”, no hago más que alejarme de todo lo que soy, de todo lo que siempre fui.
Despertar la conciencia
Para reconocernos y sentirnos seres completos primero debemos liberarnos de la sensación de carencia. De la sensación de no tener.
Todo lo que hay afuera es parte de mí. No es mío ni es del otro, es una parte de lo que soy. Si esto se hace una realidad en mi, nunca nada me faltará. Sabré que todo está, sólo debo volver a sentirlo. Es como cuando un brazo se me duerme, y parece que no lo tengo. Y si estoy durmiendo, para lograr acomodarme, tomo el brazo, y lo tomo como si no fuera mío. Está en mi cuerpo, es parte de mí, pero no lo siento.
El brazo es parte mía, como lo es el otro que camina al otro lado de la calle, sólo que mi conciencia de unidad está dormida, como lo estaba mi brazo, y no reconoce al otro como una extensión de mi propia existencia.
Despertar la conciencia que me relaciona con los otros, puede no ser tarea sencilla. Pero como en todo camino, se empieza revisando primero en qué escalón estoy, qué le estoy reclamando al mundo, de qué parte de mi vida no me estoy haciendo cargo.
A la vez, más allá de que esto es una práctica diaria, es fundamental abrir los ojos a la totalidad. Poder ver todos los hechos relacionados por una red invisible que se teje y desteje según las experiencias elegidas. Sentirme protagonista de lo que sucede, y como todo protagonista, también con la capacidad de transformar lo que se me presenta.
El ser humano es un ser de origen cósmico, y a la vez, hijo de la tierra. Sólo debe recuperar su memoria original, aprender a habitarse a sí mismo y poder reconocer que cuando él respira, el Universo se mueve.
Por: Nancy Erica Ortiz
Creadora del curso «Los Niños de Hoy»
www.caminosalser.com/nancyortiz