«Cuando los hombres y las mujeres han aportado muy buenas cosas a una sociedad, a un país o incluso a toda la humanidad, se les erige monumentos o estatuas. Y es razonable. Sin embargo, yo creo que a quienes deberíamos levantar los más bellos monumentos, las más bellas estatuas, es a nuestros enemigos… ¡Porque son ellos nuestros verdaderos bienhechores! Gracias a ellos, nos vemos obligados a ser más vigilantes, más inteligentes, más pacientes, más dueños de nosotros mismos. Para soportar las dificultades que nos crean, debemos tratar de descubrir regiones interiores de paz y de luz que, sin ellos, nunca hubiéramos explorado. ¿Creéis que lo que digo no es serio? Reflexionad de todos modos un poco en esta idea: con sus demostraciones de afecto y sus cumplidos, nuestros amigos a veces nos adormecen, mientras que nuestros enemigos nos estimulan.
Diréis: «Pero estas personas que son hostiles, ¡nos hacen la vida imposible!» Claro que sí, pero si tenéis el deseo sincero de avanzar, recibiréis el saber y la fuerza para utilizar todos los obstáculos que se pongan en vuestro camino. Estos obstáculos serán como escalones que os permitirán subir cada vez más alto.»
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