¿Por qué Rusia es tan grande, ambiciosa y, al mismo tiempo, tan insegura de su estatus global? ¿Por qué surgieron figuras como Iván el Terrible, Pedro el Grande, Lenin, Stalin o Putin? Pero también ¿por qué el proceso de democratización sufrió tantas vacilaciones? Se puede analizar provechosamente el caso de Rusia como un ejemplo de Estado semiperiférico en la economía-mundo capitalista. Esta es la apuesta de este artículo, que lee la historia rusa en el largo plazo, con la convicción de que Rusia cambia con el mundo, pero el mundo también cambia con Rusia.
Rusia ha seguido un inusual itinerario histórico. Muchos sostienen que se trata de un itinerario especial. Sin embargo, la lectura de discursos sobre el espíritu nacional excepcional, desde el español Miguel de Unamuno hasta el brasileño Gilberto Freyre, nos lleva a pensar que, a fin de cuentas, tal vez la Rusia de Dostoievski no sea tan excepcional. Los eruditos literarios podrían sugerir sin dificultad grandes nombres y discursos similares para Italia y Polonia, Egipto e Irán, la India y China, o incluso para la Alemania anterior a su contundente unificación a manos de Bismarck. Nótese que todas estas formidables tradiciones pertenecen en su mayor parte a países que aspiraron a la grandeza o fueron grandiosos en el pasado, pero que en la era moderna se enfrentaron al desafío de la supremacía occidental y, en su mayor parte, anglosajona. Llamamos a esos países «semiperiféricos»1. Su típica reacción condujo a las campañas en favor del «desarrollo» o a la reivindicación de sus propias «modernidades».
Es innegable que, desde 1917, Rusia se ha destacado entre los nombres de esta larga lista por haber sido pionera en la instauración de un régimen «comunista» (algunos historiadores hablan incluso de «civilización comunista») y por haberse «desarrollado» hasta convertirse en una auténtica superpotencia militar-industrial. Más tarde, tras el desmembramiento de la Unión Soviética en 1991, las repúblicas que la habían conformado se «des-desarrollaron» para devenir otra vez en algo más parecido a América Latina que a las tierras prometidas de América del Norte. Hoy, Rusia parece resuelta a ponerse de pie una vez más. Daremos una explicación materialista y relacional a esta trayectoria en cierto modo excéntrica, valiéndonos de la morfología centro-periferia del sistema-mundo moderno.
Un arduo esfuerzo
Comencemos por los estereotipos más conocidos. ¿Por qué Rusia es tan grande y populosa en comparación con otros países eslavos? ¿Por qué sus gobernantes más destacados –Iván el Terrible y el zar Pedro I, Lenin y Stalin, o Putin en la actualidad– parecen tan ferozmente despóticos y tan obsesionados con el Occidente, al que se resisten y emulan a la vez? Para dar una respuesta significativa a estos interrogantes, es preciso desandar la formación del Estado ruso hasta sus inicios, en los albores del siglo XVI, cuando comenzaba a tomar forma el propio mundo moderno.
El principado medieval de Moscovia estaba a una distancia remota del resto del mundo y no era particularmente significativo. Pero lo cierto es que, en aquel entonces, ni Inglaterra, ni Francia, ni la España en ciernes pesaban demasiado en los asuntos mundiales. La Eurasia premoderna tenía su centro en el Este: en Bizancio y en Persia, así como en la excepcionalmente populosa e inventiva China. Desde la Antigüedad, las grandes extensiones eurasiáticas caían una y otra vez bajo el dominio de conquistadores mundiales, ya fueran los asirios, los romanos o los árabes. En los primeros años del siglo XIII, los nómades mongoles y turcos crearon violentamente el último de estos imperios-mundo2.
Los historiadores liberales de los siglos XIX y XX lamentaron las invasiones nómades porque estas habían abortado el feudalismo ruso de estilo occidental, para añadir a cambio una veta bárbaramente «asiática» a las tradiciones del país. Estas aseveraciones son anacrónicas en la medida en que leen en una historia anterior la jerarquía moderna de poder y prestigio. En tiempos medievales, el «legado de Gengis Kan», de origen asiático, significó en realidad la difusión de prácticas gubernamentales avanzadas de la época, que habían surgido en China, Persia y Bizancio: un sistema tributario basado en el censo poblacional; un esquema flexible de movilización militar que combinaba reclutamientos de caballería con un ejército de guarnición permanente; una tolerancia relativa extendida a las minorías religiosas y étnicas que pagaban tributos; ciudades imperiales donde se congregaban los artesanos y los mercaderes; un cuerpo de protoburócratas que servían personalmente al gobernante y, además, la subordinación forzosa de las rebeldes elites feudales al monarca central.
Estas innovaciones no eran exclusivas de Oriente. Los Habsburgo de España siguieron un designio institucional similar en Occidente. Durante el siglo XVI, lanzaron su propia campaña en gran escala para hacer de España un imperio-mundo católico. En el transcurso de una lucha prolongada, la coalición de otros soberanos europeos –algunos protestantes (Países Bajos, Inglaterra, Suecia) y otros católicos (entre los que se destacaba Francia)– logró frenar la puja de los Habsburgo por el poder universal. A raíz de estas dilatadas y costosísimas guerras, todos los soberanos europeos se vieron obligados a pedir préstamos a los banqueros y grandes comerciantes. En el largo plazo, el impasse geopolítico de Occidente mejoró con creces la capacidad de negociación de los capitalistas cosmopolitas frente a los gobernantes estatales. La mercantilización de la guerra abrió las puertas para que los capitalistas europeos erigieran su propio sistema-mundo, en algún momento entre 1500 y 1650. A diferencia de todos los imperios-mundo anteriores, basados en la brutal exacción militar del tributo, este nuevo sistema era una economía-mundo capitalista con varios Estados rivales, y por ende ofrecía a los capitalistas numerosas oportunidades de maniobra en el afán de obtener ganancias y seguridad3. La economía-mundo capitalista estuvo globalmente integrada desde el comienzo, aunque habría de permanecer limitada al Atlántico durante otro par de siglos debido a que los imperios territoriales asiáticos eran todavía demasiado formidables para las flotas y los arcabuceros de Occidente. El corazón de este novedoso sistema-mundo se localizó en los Estados europeos basados en el comercio marítimo, principalmente en los Países Bajos e Inglaterra, que concentraban capitales de inversión y aptitudes tecnológicas avanzadas. Esos Estados lideraron la resistencia contra los Habsburgo –que pretendían fundar su propio imperio-mundo– y, en consecuencia, también optaron por abrazar el protestantismo. Las zonas periféricas proveedoras, que se extendían hasta América por un lado y hasta el Báltico oriental por el otro, se especializaron en la exportación de cultivos comerciales producidos mediante el trabajo forzado de esclavos o campesinos siervos.
http://nuso.org/articulo/de-ivan-el-terrible-a-vladimir-putin-rusia-en-la-perspectiva-del-sistema-mundo/