El centro de Tokio, calcinado por los incendios que siguieron al seísmo en 1923. | L’Illustration
- El 1 de septiembre a las 11.58 la tierra tembló con furia esta región de Honshu
- Tokio, la capital, sufrió daños inmensurables y la ciudad se sumió en el caos
- También resultaron arrasadas Yokohama,Chiba, Kanagawa y Shizuoka
- El pánico alimentó los rumores y se desató la violencia contra los coreanos
El cinturón de fuego del Pacífico volvió a golpear con rabia el pasado 11 de marzo desde sus entrañas. El terremoto que sacudió ese día la zona noreste de Japón ha sido el de mayor magnitud de las últimas décadas, por su gran virulencia (de intensidad 9 en la escala Richter) y sus consecuencias: las víctimas del seísmo y el tsunami-que ya se cuentan por miles- los daños económicos y los efectos de la crisis nuclear, que son aún incalculables.
Echando la vista atrás, es necesario recorrer casi un siglo para encontrar una tragedia de estas dimensiones en la historia del país. Era el 1 de septiembre de 1923. Quedaban apenas dos minutos para el mediodía y la tierra comenzó a temblar con furia bajo laregión de Kanto, en Honshu, la principal isla del archipiélago. En apenas unos minutos, el seísmo, con epicentro en Izu Oshima, sembró de escombros y muerte la ciudad portuaria de Yokohama y las prefecturas vecinas de Chiba, Kanagawa, Shizuoka y Tokyo, la capital.
En aquel entonces, los edificios no estaban blindados frente a los movimientos sísmicos como lo están actualmente y medio millón de viviendas quedaron arrasadas.
Durante una semana, el terror del primer seísmo, que alcanzó una magnitud de 7,8, fue alimentado por cientos de réplicas, un tsunami con olas de hasta 10 metros y un tifón que propagó las llamas en Tokio agravando desmesuradamente la tragedia. Se desencadenaron hasta 88 incendios en la región y los japoneses vivieron una lucha encarnizada contra el fuego que terminó con decenas de miles de muertos.
Esta confulación de la naturaleza desató el pánico general. Los falsos rumores, como el hundimiento de la región de Kanto o la destrucción del archipiélago de Izu por erupciones volcánicas, comenzaron a propagarse al mismo tiempo sembrando el caos, como relata el escritor japonés Akira Yoshimura en ‘El gran terremoto de tierra de Kantô’.
A la ‘caza del coreano’
Y hubo un bulo especialmente demoledor y que acusaba a los coreanos que residían en Japón de sacar partido de la catástrofe para realizar pillajes, robar, envenenar el agua de los pozos y producir incendios. Entonces no hubo la misma contención de sentimientos propia del pueblo japonés que ha asombrado ahora a Occidente y la ira hizo acto de presencia con una fuerza inusual.
Comenzó entonces en Tokyo y Yokohama una sangrienta ‘caza’ del coreano que convertía en ‘sospechoso’ a todo aquel que pronunciaba la ‘g’ y ‘j’ con un acento especial. Más de 2.500 personas, entre coreanos y habitantes de Okinawa, perdieron la vida en esta oleada de furia incontenida. La matanza fue frenada por las fuerzas armadas y la policía, que tuvo que llegar en ocasiones a refugiar a ciudadanos en sus propias comisarías para evitar que fueran blanco de la turba. Más de 300 personas que formaban parte de estas ‘milicias de la muerte’ fueron condenadas por estas atrocidades, aunque con penas considerablemente bajas.
Durante más de dos meses Japón luchó por despertar de una pesadilla y el balance resulta estremecedor: entre 105.000 y 200.000 personas murieron – sepultadas, ahogadas o quemadas-, 37.000 desaparecieron, dos millones se quedaron sin hogar y otros tantos sufrieron hambre o tuvieron que enfrentarse a enfermedades como la disentería o la fiebre tifoidea. Su recuerdo quedó grabado en un memorial en Tokio y en una fecha en el calendario: el 1 de septiembre se pasó a denominar en 1960‘Bosai no Hi’, el Día de la Prevención de Desastres, para tratar de esquivar ese zarpazo de la naturaleza. Aunque hay ocasiones, como la del pasado 11 de marzo, en las que ésta vuelve a herir de muerte.
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