Debemos abrazar el dolor y quemarlo
como gasolina para nuestro viaje.
Kenji Miyazawa
De forma totalmente orgánica, natural y humana, se siente dolor emocional ante las despedidas para siempre de un ser querido, de una pareja, de una etapa de la vida, de un proyecto, de una circunstancia, de un lugar o de un aspecto de nosotros mismos. Es cierto que este dolor es el precio que pagamos por vincularnos. La relación entre vínculo y duelo por la pérdida es directamente proporcional: a más apego, más dolor.
¿Qué obstaculiza el proceso de duelo?
Medicar las emociones naturales, anestesiarlas con drogas (incluido el alcohol) o luchar contra ellas, obstaculiza el mecanismo de autocuración de nuestro sistema nervioso.
Los adioses pueden venir asociados a sentimientos e ideas como la culpa, el resentimiento o la negación. Es conveniente comenzar por “limpiar” la herida de estos “patógenos” extras que se suman al dolor y dificultan el proceso natural de reparación de la pérdida.
Del mismo modo, tanto el aislamiento del doliente con su pena, como la hiperactividad para disociarse y no ponerse en contacto con el dolor, perjudican la superación de esta crisis. Es adecuado mantener día a día una especie de movimiento pendular equilibrando momentos de soledad y contacto con el sentir dolor, con momentos de compañía y actividad que hagan sentir otra calidad de emociones.
¿Qué ayuda a superar el duelo?
Es conveniente dar espacio en el día a día tras una pérdida al dejarse sentir en el cuerpo las emociones con paciencia, como cuando se respeta el ritmo natural de reparación de una herida física.
Aceptar este periodo de crisis en nuestro mundo interior sin juicio, sin crítica, así como poner intención en adaptarnos a la nueva vida sin lo que se perdió y en recolocar lo perdido en algún lugar simbólico, ayudará a llegar al final del proceso de duelo integrando la experiencia de manera sana.
—
Carmen Guerrero
planosinfin.com