El mayor regalo que le hacemos a un hijo es, sin duda, entregarle su propia vida. A lo largo de ella, disfrutará de muchos momentos de crecimiento, expansión y felicidad, pero también sufrirá otros de pérdida, recogimiento y dolor.
Esta es la historia de unos padres que deciden regalarle a su hijo, al cumplir los dieciocho años, una llave de tres dientes para ayudarle a abrir las distintas puertas que se irán mostrando ante él. Los tres dientes de la llave son los tres recursos a los que debes acudir siempre, sea cual sea la situación. Si usas esta llave, alcanzarás la buena vida, que no es otra cosa que ser capaz de tomar y soltar con alegría aquello que la vida tiene reservado para ti.
La vida nos coloca a todos ante muchas puertas. Las puertas son las oportunidades que te ofrece la vida para avanzar, crecer y dar frutos. Son verdaderas pruebas para sintonizar con lo que te mueve en lo profundo, para encarar tus confusiones, para integrar tendencias dispares y opuestas dentro de ti. Puertas que tenemos que atravesar, aunque nos resulte doloroso hacerlo. Las puertas de la izquierda: las puertas del ganar, del ampliar, del sumar, del expandir, del enriquecer, del yuxtaponer, del acrecentar, del fertilizar. Y las puertas de la derecha: las del perder, del retraer, del soltar, del limitar, del caer, y del decrecer. Ambas requieren un exigente procesamiento interior y estimulan por igual la sabiduría y el arte del buen vivir.
La llave representa el legado que los padres entregan a los hijos en forma de aprendizaje útil para el viaje de la vida. La llave simboliza lo que los padres dan de sí mismos a los hijos: cómo viven y han vivido sus ganancias y sus pérdidas, cómo han encarado sus aciertos y sus errores, sus conflictos y sus alegrías…
¿Por qué la llave tiene tres dientes y no dos ni cuatro? Tres son los recursos esenciales que necesita reunir cualquier persona para avanzar y tener una buena vida. Se trata de la verdad, la valentía y la conciencia.
Es muy importante que en la vida te mantengas siempre y a cada momento cerca de tu verdad interior y tu experiencia real, sea la que sea, y la respetes. Éste es el recurso de la transparencia, el de estar en la vida siendo quien eres y no otra cosa. Porque, si no permaneces en tu verdad, en tu ser real, caes en la impostura, en la falsedad, en la construcción de un personaje. Y quien vive la vida desde un personaje se aleja de sí mismo y sufre inevitablemente.
La valentía tiene que ver también con la verdad, pues es el valor de mantenerte en tu camino, en tu autenticidad, a pesar de los contratiempos, las presiones sociales o los vaivenes de la vida.
La conciencia, es la atención, el darse cuenta, lo cual significa que tienes que estar siempre despierto y atento a lo que te está pasando, a lo que estás viviendo, a tu propia experiencia, a tu cuerpo, a tu corazón, a tus emociones, a tu alma, a tus deseos, a tus temores, a tus anhelos… Es decir, a tu movimiento interior. Sólo así reconocerás en todo momento y con claridad quién eres y qué te pasa, y podrás decidir qué hacer con ello y cómo vivirlo o expresarlo.
Estos tres recursos llevan asociados tres grandes pecados: la cobardía, la falsedad y la inconsciencia. El término pecar proviene del arte del tiro con arco y significa “errar el tiro”, no dar en el centro de la diana. En este sentido, podemos interpretarlo como errar en nuestras puertas y caminos, no dar en el clavo de nuestra motivación e inspiración.
La cobardía consiste en no atreverte a ser quien eres y no dar a la vida, por temor, recelo o sospecha, lo que tienes para darle. ¿Tienes el valor, la audacia, la confianza necesarios para ser lo que eres en todo momento, mantenerte en ello y relacionarte y abrirte al mundo desde ahí? Pues es un pecado contra la vida no dar lo que tienes, y un pecado contra ti mismo no ser lo que eres. Debes respetar y permitir lo que te mueve y te conmueve, sabiendo, eso sí, que tienes tres importantes derechos: el derecho a equivocarte, el derecho a cambiar de opinión y el derecho a irte si lo decides.
El segundo pecado es el de la impostura, la falsedad y el simulacro. Tiene que ver con el hecho de no confiar en que uno, siendo como es, va a estar bien; en que uno, estando en su propia verdad, va a recibir y dar amor y la seguridad que necesita. En la impostura pretendes darle a la vida lo que no tienes, y querer dar lo que no tienes significa cabalgar a lomos de caballos ajenos.
La inconsciencia es quizás el pecado más profundo. Significa que no practicas la atención, la escucha profunda, el arte de agudizar el oído y de sentir el cuerpo o las emociones, entre otras cosas, para distinguir bien lo que sí eres y tienes, momento a momento, de lo que no eres y no tienes. Las personas que no se prestan atención, que se adormecen, que se anestesian, pierden el respeto y el amor hacia sus propios impulsos y hacia la inteligencia natural de su cuerpo, que aloja sus sentimientos, sus deseos y su realidad.
Los tres pecados descritos son en realidad tres faltas de amor. Por eso, dirigir la flecha hacia la diana existencial que nos es asignada nos obliga a sintonizar con el amor a uno mismo, el amor a los demás, el amor al mundo y, por ende, con la sabiduría orgánica e invisible de la vida.
GANAR SIN PERDERSE A UNO MISMO Y PERDER GANÁNDOSE A UNO MISMO
A veces resulta difícil recibir con agradecimiento lo que la vida nos da, y a veces es dificilísimo soltar aquello (o aquellos) que la vida nos quita. En la vida, cuanto más nos abrimos a las ganancias, más riesgos asumimos y más nos hacemos candidatos al dolor de las pérdidas. Quien más intensamente vive, más se abre al morir.
– Desactiva los mecanismos de boicot para lo bueno y lo expansivo y abre tu corazón a todo lo hermoso que deseas y la vida te regala.
-No aproveches tus ganancias para envanecerte, agrandarte e inflamar tu ego. El exceso de importancia personal fragua una patética limitación y es un peligro en tu vida, ya que te aleja de tu naturaleza esencial.
-Una forma de salir del yo y sus vanidades es el agradecimiento: toma y alégrate cada día de lo que trae la vida. Esta gratitud tiene que ver con la conformidad, que no significa ni resignación ni conformismo burdo, sino aceptación trabajada de lo que es.
-En algunas pérdidas o fracasos pregúntate que necesitas aprender y mejorar para que no se repitan.
-No te instales en la queja. En realidad, nada tiene el poder de hacerte desdichado, salvo tu propia actitud.
-Cualquier pérdida es una oportunidad -una puerta- que puedes aprovechar para aligerarte, para soltar apegos e identificaciones y falsas ideas.
-Pregúntate: ¿De qué manera soy leal? ¿Cómo me limito por lealtad? Que tus lealtades se expresen en el más y no en el menos, en la alegría y no en las lágrimas.
Has de saber que al final de un largo camino ya no encontrarás dos puertas, sino una sola, la última y definitiva. Es la puerta del morir, del deponer y perder todo, y, al mismo tiempo, del ganar todo porque te harás completamente libre. Las ganancias y las pérdidas no dejan de ser un inevitable juego de la mente y no una estricta realidad del universo. Uno de los secretos de la buena vida consiste en aprovechar las pérdidas para ganarnos a nosotros mismos. Cuenta, y mucho, que sepas que, pase lo que pase, tienes la llave que te abrirá todas las puertas para seguir avanzando. Y es que la vida como es, latiendo en cada uno como es, resulta ser la llave misma.
Joan Garriga-La llave de la buena vida
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