Adriana – Empezar por uno mismo‏

Carl Jung decía: “Nadie puede permitirse el lujo de esperar a que alguien haga lo que él mismo no quiere hacer”. Aplicando estas palabras a sí mismo, como terapeuta se abrió a sus pacientes, se hizo permeable, supo aprender de ellos. Virginia Gawel destaca esta característica del gran psicólogo, y nos ofrece un breve vistazo al pensamiento junguiano.

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Carl Gustav Jung está más vivo que nunca: incomprendido en su tiempo (nació en 1875 en Zurich, falleciendo en 1961), tiene cada vez mayor vigencia. Se lo comprende, se lo malversa, a veces se invoca su nombre para aquello ante lo cual quizás él rugiría como el león que era… Pero allí está: Carl Jung, tendiendo un puente indispensable entre Psicología y Espiritualidad. Transitó profundamente distintos caminos: desde la meditación a los mandalas, el estudio de la simbología de la Alquimia, la comprensión de los hechos sincrónicos (término que acuñó junto a su amigo, W. Pauli, premio Nobel en Física), el significado de antiguos textos sagrados de distintas culturas, viajó para convivir con los pueblos originarios de Norteamérica, con tribus africanas, con nativos de la India… Y mucho, mucho más que no cabría en esta breve reseña.
“No soy ya un mar, oscuro e infinito, de miseria y sufrimiento, sino una porción de él en un receptáculo divino”. ~Carl G. Jung

Pero lo que más me impacta de este hombre es, singularmente, que él se dio a conocer a sí mismo: siendo que en su época los terapeutas escondían su vida personal (cosa que aún hoy sucede en quienes siguen un viejo modelo de la psicoterapia), Jung estaba allí: abierto y franco, cercano, haciendo contacto con su hondura para que su paciente pudiera transitar hacia su propia hondura. De hecho, llegó a decir en su autobiografía, “Recuerdos, sueños y pensamientos” (en donde declara descarnadamente sus pasiones, su confusión y sus claridades):
“Mis pacientes y mis analizandos me han acercado hasta tal punto a la realidad de la vida humana, que ello me ha permitido llevar a la experiencia lo esencial de ella. Encontrarme con seres humanos de tan diversa índole y de tan distintos niveles psicológicos tuvo para mí una importancia incomparablemente más grande que la conversación incoherente con una celebridad. Los diálogos más bellos y más fecundos de mi vida son anónimos”.

Psicólogos y psiquiatras de este tiempo están comprendiendo esta realidad: que quien ejerce la profesión de ayuda emocional necesita disponerse a aprender de su consultante, a ser transformado por su relación con él; y si eso no sucede, es que algo muy grave ha sido pasado por alto: la imposición de una distancia inadecuada, que deshumaniza el vínculo. Si esto pasa, el paciente se siente más solo haciendo psicoterapia que sin ella.
Jung no hacía hincapié en sus “casos” para extraer de ello teorías: el primer sujeto de experimentación era él mismo. Rescato de entre tantos de sus bellos pensamientos éste:
“La modificación debe iniciarse en el individuo, y cualquiera de nosotros puede ser ese individuo. Nadie puede permitirse el lujo de mirar a su alrededor y esperar a que alguien haga lo que él mismo no quiere hacer”.

Qué duro el camino del querido Jung: los religiosos lo acusaban de psicologista, y sus colegas de espiritualista. Pero él sabía algo obvio, aunque olvidado: ¿Qué otra disciplina iba a ocuparse de las tendencias trascendentes del individuo sino la psicología? ¿La ingeniería? ¿Las matemáticas? Jung padeció la incomprensión de quienes, como decía Herman Hesse, “tienen una dimensión de más”: el dolor de no encajar en su tiempo, en el mundo. Él lo dijo así:
“Siempre me vuelvo a preguntar por qué hasta ahora no ha habido nadie que al menos comprenda mi lucha. Creo que por mi parte no hay ni vanidad ni necesidad de reconocimiento, sino una auténtica inquietud por mis semejantes… Reconozco el sufrimiento de la humanidad en la penosa situación del individuo y a la inversa”.

Jung nos viene a decir que el inconsciente no es solamente un lugar oscuro desde el cual nos amenazan complejos, conflictos, traumas y turbios instintos: nos invita a hallar la belleza que hay dentro nuestro.
El estudio de la psique humana necesita una profunda revisión: muchos procedimientos terapéuticos son completamente ineficaces porque el terapeuta permanece impermeable ante su paciente, ajeno, lejano. Nos hemos formado para subrayar la patología como quien en un bosque solo viera moho sin advertir la belleza de la fronda. Jung nos viene a decir que el inconsciente no es solamente un lugar oscuro desde el cual nos amenazan complejos, conflictos, traumas y turbios instintos: nos invita a aquello que la psicología humanista y transpersonal (nacida poco después de su muerte) subraya con certero énfasis: a hallar la belleza que hay dentro nuestro y acompañar al consultante reconocerla en sí mismo, intuyendo que -como el viejo Jung decía- el núcleo de nuestro inconsciente (el Sí Mismo) es “la porción del Todo en mí”.

“No soy ya un mar, oscuro e infinito, de miseria y sufrimiento, sino una porción de él en un receptáculo divino”.

Y me despido con este pensamiento suyo: el de un hombre que comprendió que el cambio del otro (incluyendo a sus pacientes y a la humanidad misma) tenía que partir de un hondo compromiso con la propia evolución:
“Son aún demasiado pocos los que buscan en su interior, en su propio Sí Mismo, y son aún demasiado pocos los que se plantean la pregunta de que si no se sirve finalmente mejor a la sociedad humana comenzar cada uno por sí mismo, sometiendo a prueba primero, y única y solamente en su propia persona y en su propia ciudad interior, aquella superación del orden existente hasta ahora, aquellas leyes, aquellas victorias que se predican en cada callejón, en lugar de exigírselas a sus semejantes”.

Esto incluye la relación terapeuta-paciente: no hay terapeuta eficaz si no trabaja arduamente, todos los días, no solo con sus propios “síntomas”, sino con la indispensable tarea de desplegar lo mejor de sí: hacer contacto con ese Núcleo, esa porción del Todo que vino a vivir la experiencia humana a través de cada uno de nosotros.
¡Gracias, maestro!
Virginia Gawel

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