Me da la sensación de que Fernando empezó a elaborar hipótesis sofisticadas sobre la masacre cuando se acercó demasiado, quizá del todo, a la verdad.
JAVIER SOMALO
Una de las primeras veces que me cité con Fernando lo encontré en el lugar acordado haciendo fotos a un pequeño estanque. Nadie diría que aquel paraje mereciera una instantánea. Es más, lo recuerdo como un vulgar rincón de Madrid con un poco de agua sucia. Pero lo importante era que esa agua despedía los reflejos irisados que aparecen cuando la luz del sol ilumina una manchita de grasa a la deriva. Los fotógrafos dicen ser capaces de captar la belleza de lo común y hasta de lo, en apariencia, deleznable. En aquel momento eso era lo que de verdad parecía ocuparle. O quizá no. Pero creo que necesitaba un asunto completamente ajeno al motivo de la cita para empezar la conversación, como si quisiera convertir el encuentro en algo casual, como si siempre hubiera que empezar desde cero.
Fernando Múgica Goñi siempre sabía mucho más de lo que contabapero jamás lo daba a entender y, menos aún, presumía de ello. En ocasiones planteaba preguntas a modo de acertijos y cuando intentabas hacerte el listo con una posible respuesta caías en la cuenta de que él mismo la estaba buscando en ese preciso instante. Deducía incansablemente y cogía al vuelo cualquier derivada que surgiera en la conversación para volver a deducir, consultar, sumarla al catálogo de posibilidades o volver a su estanque: «¡Si a mí lo que realmente me gusta es hacer fotos!». De todo. De personas, cosas, de paisajes, rincones, de moda… Y menuda foto hizo de la Gran Mentira de marzo. Comenzaba así:
Han pasado ya 39 días desde los trágicos acontecimientos del 11-M. Un tiempo prudencial como para que, dejando a un lado los inevitables impulsos emocionales que provocaron los atentados, reflexionemos sobre los datos revelados hasta ahora por los investigadores y, ante todo, sobre nuevos elementos que ponen en duda muchas de sus conclusiones…
La duda. A partir de entonces, Fernando siguió tocando las teclas del piano del 11-M. Poco a poco. Una a una. Con ganas, buen humor, extraordinaria conversación y enorme ilusión. Sabía que una de ellas, blanca o negra, podría llevarnos a la verdad. La tecla sorda, la que escondería el ya entonces grosero montaje. Hoy creo que se acercó mucho, quizá incluso la pulsó. Fue entonces cuando comenzó el segundo acto de esta macabra función: la intoxicación, las bromas y risas nerviosas, la Orquesta Mondragón, los cebos frescos que sustituían a los que no fueron mordidos. Aquella infamia del 11-M seguía produciéndose, día tras día, meses después de la masacre, defendiéndose con uñas, dientes y trampas de las dudas de Fernando el indómito, el fotógrafo capaz de disfrutar –o disimularlo muy bien– observando un charquito de grasa.
Puedo equivocarme, pero me queda la sensación de que Fernando empezó a elaborar hipótesis sofisticadas sobre la masacre cuando se acercó demasiado, quizá del todo, a la verdad. Cuando descubrió lo que escondía aquella tecla que no sonó. Quizá no logró imaginar su titular en una portada o prefirió seguir dudando un poco más, mordisqueando a conciencia algunos cebos, apartándose de la luz, haciendo fotos… y dejando muchos folios escritos que jamás llegaron a imprenta.
Para su familia y amigos de verdad, nada de lo que yo sentí será importante porque no tuve la suerte de conocerlo en profundidad. Ellos tienen los recuerdos verdaderos, los de una vida que mereció la pena más allá de lo que pueda interesarle a un periodista.
Pero cuando se muere el que escribió aquellas líneas, 39 días después del 11-M, sólo se me ocurre despedirle emborronando, con una extraña mezcla de tristeza e ilusión, el primer párrafo de esa primera duda que nos hizo despertar:
Han pasado ya 12 años, Fernando, desde los trágicos acontecimientos del 11-M. Demasiado tiempo como para seguir sin saber quién fue. Reflexionemos –sigamos haciéndolo– sobre los datos revelados entonces por los investigadores y, ante todo, sobre la larga lista de hechos que refutaron, gracias a tus dudas, la mayor parte de sus conclusiones.