—Llegué aquí una fresca madrugada de otoño. Eran las tres de la mañana, la hora en que llegan las brujas… Y al igual que ellas, haciendo tremendo escándalo como si fuera pleno medio día. Mi alma, que venía conmigo, no me perdía de vista, tan solo me observaba; no me conocía “esas gracias”. Y aunque cualquiera podría pensar ¿qué hora son esas de llegar para una niña? Mi madre, cansada, pero sonriente y aliviada, dijo: ¡qué bueno que ya llegaste!
—Mi alma estaba tranquila, pero cuidando que todo los movimientos fueran los adecuados. Parecía estar muy bien entrenada para lidiar con alguien como yo. Porque debo decir que cuando se va a un lugar desconocido más vale ir acompañado de una buena alma. Y mi alma ¡si que era buena! me refiero a resistente y ca…nija. Y lo sigue siendo, tanto que hasta el día de hoy sigue conmigo. Ella es la única que, a pesar de todo, no me ha dejado a mi suerte… Ese día conocí a mi madre, y a algunas otras personas que también me esperaban, por ejemplo: la comadrona.
—En los días que siguieron fui conociendo, uno a uno, a todos los demás que me esperaban: mi abuela, mis tios, mis vecinos, mis futuros padrinos, y mi padre… Este último no con tanto gusto, pués él deseaba la llegada de un varón pero… Al paso de los días, y después de la tremenda regañiza que le puso su tio-mentor, “comprendió” y se convirtió “mágicamente” en un padre amoroso y protector, no sé si porque yo lo enamoré con mis “berridos” o porque él no deseaba volver a oirle la boca a su tio. Lo cierto es que desde entonces me amó. Aunque a decir verdad él ya me amaba, y me esperaba. ¿Cómo lo sé? Pues ya tenía preparado para mi ¡el nombre de su madre!
—¿Como vine a dar aquí? No lo sé. Dicen que uno elige a dónde ir y con que familia llegar, pero yo no recuerdo nada de eso. Lo que sí sé es que todos ellos llegaron mucho antes que yo. ¡Muchos años antes que yo! Y que pasarían todavía algunos años más para que llegaran los que serían mis tres hermanos.
—Desde ese día supe que aquí había un lugar para mi. Y aunque muchos más iban llegando, siempre había lugar para todos. Algunos con más comodidad que otros, pero un lugar al fin.Porque en la vida siempre es bueno tener un lugar... Y no porque otros te lo den, sino porque tú comprendes que si llegaste aquí es por algo, y porque había lugar, porque si no, hubieras llegado a otro lado ¿no?
—Al paso de los años todo se fue transformando. Aquello que al principio parecía gracioso y espontáneo, viniendo de una niña, pasó a ser un dolor de cabeza para los mayores. Y de pronto sucedió lo inimaginable: pareció que aquí ya no había lugar para mi. Como si mi espacio en este mundo estuviera sujeto a mi sometimiento, a dejar de ser quién soy… ¡Bah! como si fuera tan fácil someter a un alma libre. ¡A una bruja de otoño!
—Un día, decidida, barrí con todo: tomé mi escoba, tomé mi alma ¡Y VOLÉ!… Volé lo más alto que pude, lo más lejos que me fue posible… Claro que me caí, muchas veces, me raspé codos y rodillas, me quebré unos cuantos huesos, me volé unos cuantos dientes, pero valió la pena… Cantabamos -mi alma y yo-, bailabamos y reíamos de las cosas más simples; aunque, debo decirlo, también lloramos, pues a veces el alma también se duele… Sobrevolamos grandiosas montañas y extensas junglas de asfalto, atravezamos rios, bosques, mares. Conocimos otros Países. Mi alma se llenó de aire, de fuego, de agua y de tierra, ¡de mucha tierra! disfrutó tanto como una niña, a pesar de ser “un alma vieja”.
—Y encontré nuevos espacios y en cada uno de ellos halle siempre un sitio para mi. Jugamos mucho, conocimos mucha gente, aprendimos mucho… Y luego, ya más tranquila volvi a mi punto de partida, sabiendo que mi lugar y mi alma se encuentran donde quiera que yo vaya. Y que puedo reír, cantar, bailar ¡Y VOLAR! en el momento que yo lo decida… Pero eso si, siempre que mi alma vaya conmigo.
Marc Perf
–Es natural, a veces, sentirse solo, pero la realidad es que nadie está solo cuando se tiene a si mismo.
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