Psicologia/Edith Sánchez
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Es una especie de molestia que se manifiesta en tu estado de ánimo, pero también en tu cuerpo. Experimentas fastidio. Te da calor y puedes sentir cierta pesadez en la cabeza. También es posible que experimentes tensión en la garganta y algo de opresión en el pecho. Es la rabia, que te asedia y a veces no sabes exactamente por qué.
Cuando la ira nace a partir de un estímulo concreto, como un acto ofensivo o una situación desagradable, es mucho más sencillo trazar una conducta a seguir. Tienes la alternativa de armar una bronca, digerir lo ocurrido y dejarlo pasar o manejar civilizadamente el asunto. Pero cuando la rabia no se dirige a algo o a alguien específicamente, sino que simplemente impregna de fastidio todo tu mundo emocional, es más difícil mantenerla bajo control.
“Aferrarse a la rabia es como agarrar un carbón ardiendo con la intención de tirarlo a alguien; eres tú quien te quemas.” -Buda-
En principio, la ira es una emoción positiva, en la medida en que permite oponer resistencia a circunstancias que son frustrantes o amenazantes para ti. Se trata simplemente de una reacción de defensa o ataque, que permite reafirmar a una persona. Pero cuando esa rabia se vuelve sorda y constante, cuando se convierte en una irritabilidad permanente y te hace estallar hasta por eventos insignificantes, es necesario revisar qué pasa.
La rabia que persiste y se retroalimenta
Todos conocemos personas que parecen estar enojadas constantemente. Se les ve tensas y notablemente preocupadas cada día, sin importar si hay hechos positivos o negativos a su alrededor. Parecen ser inmunes a lo que ocurre en su entorno, porque igual permanecen enfadados. Se les dice que son como “una chispa” y que al menor estímulo desagradable, desatan un incendio de grandes proporciones.
¿Qué pasa en esas personas que sienten rabia y no logran especificar por qué? Por lo general se trata de individuos con un aprendizaje equivocado: creen que desatar un conflicto es una vía eficaz para lograr sus propósitos. Como les cuesta tolerar y entender a quienes piensan o actúan de manera diferente a ellos mismos, se enojan y les reclaman a los demás por no hacer las cosas como ellos piensan que deberían hacerlas, con o sin razón.
Para los enfadones crónicos hay una sola forma de vivir, una sola forma de sentir y una sola forma de actuar: la que ellos llaman “correcta”. Sienten que deben reaccionar con ira cuando “pillan” a alguien haciendo algo que “no corresponde”. No soportan la sensación de caos en el mundo, porque, muy probablemente, ellos mismos experimentan un caos interior, que solo pueden mantener a raya siendo “psicorígidos”.
También suele tratarse de personas con dificultades para expresar sus emociones. Es frecuente que repriman lo que hay en su interior y que solo sean capaces de expresarlo mediante un estallido de rabia. Esa emoción les da el impulso necesario para decir lo que habían callado. Por eso mismo, sus palabras están sobrecargadas y casi siempre representan una visión exagerada o demasiado extrema de una situación.
Un monstruo que termina devorando a su creador
Hay momentos en los que el enfado es realmente un factor que ordena, que pone límites y que evita males mayores. Una buena verdad, dicha a tiempo y “sin anestesia”, permite poner “los puntos sobre las íes” y detener alguna circunstancia nociva.
Lo ideal sería que siempre tuviéramos el suficiente control para decir todo con exactitud y mesura. Pero esto no siempre es así, nuestro cerebro instintivo y emocional es mucho más antiguo que el racional y no podemos evitar que de manera excepcional tome el control. De hecho es bueno que a veces quienes nos rodean se den cuenta de que también tenemos nuestro carácter.
Pero en el caso de esa irritabilidad constante, en lugar de propiciar una situación saludable, lo que se puede desencadenar es una dinámica que termina atentando contra el propio bienestar del “enfadon”. Lo que quiere es orden, “corrección”, o como quiera llamársele. Pero lo que obtiene con sus gritos y sus reclamos desencajados es todo lo contrario: más desorden, más errores y menos soluciones.
Este tipo de personas terminan impregnando todas sus relaciones de tensión y conflicto. Más tarde o más temprano, siempre termina uno recibiendo aquello que da. Así que es muy probable que el “enfadon” se convierta en víctima de su propio invento. Los demás se tornan más exigentes e intolerantes con él y permanecen predispuestos de manera negativa ante su presencia. Se vuelve alguien que fastidia, que constantemente es también puesto en tela de juicio, que no se soporta.
Es muy frecuente que esa irritabilidad constante esté acompañada de depresión y de ansiedad. Tristeza por la frustración que implica el sentirse impotente ante la imposibilidad de lograr que todo funcione como él desea. Ansiedad, por la misma razón y por los múltiples conflictos en los que se ve envuelta la persona.
Al final del día, este tipo de actitudes solo son una forma de desperdiciar lo mejor de la vida. Es claro que si sientes rabia constantemente, terminas sin saber por qué y esto te bloquea, necesitas algo más que un nuevo propósito. Lo que requieres es ayuda profesional.
Edith Sánchez
Sentir rabia y no saber por qué me parece una actitud muy infantil, inmadura.
No aporta demasiado este articulo. Y el titulo ?? …siempre sabemos el origen de nuestra rabia …que NoQueremosVerla es otra cosa …… avanzar sobre educacion emocional y conocimiento del ego es muy valorable.
Las personas son personas: no todos y no siempre saben por qué están amargados o tristes o ansiosos o enojados. Hay traumas que subyacen enraizados en la más tierna infancia; hay personas que están enojadas hoy por algo que sucedió hace 20 años y tienen una imagen distorsionada de los hechos. Es sano respetar la historia de cada uno sin juzgar, sin criticar, sin descalificar: su sufrimiento es real y suelen requerir ayuda profesional. El artículo tal vez sea de ayuda y aporte algo al que lo necesita.
Totalmente de acuerdo