EL PRIMER PEREGRINO

Fuente: NO ESTAMOS SOLOS, de TRIGUEIRINHO

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Al iniciar tu camino encontrarás un arroyuelo de aguas cristalinas. Deja, peregrino, que esas aguas laven tu cuerpo, sumérgelo y purifícalo. Ellas te enseñarán la sabiduría de la renuncia, sin la cual no conseguirás caminar. Limpiarán tus ojos y entonces podrás ver que la Vida, hasta cuando te niega algo con suavidad o con violencia, en realidad nunca te limita, sino que te lleva de a poco hacia la libertad.

No esperes un camino de gozo; ardua, pero bella, es la senda que conduce a la Paz y a la Verdad. Tendrás la energía del Amor como fiel compañera y con ella te amalgamarás cuando se te presenten pruebas más duras. Así, poco a poco serás moldeado según tu verdadera y sublime faz interior.

Si quieres encontrar una perla, deberás buscarla en el fondo del mar. Si quieres apreciar la belleza de una flor, deberás colocarte frente a ella con reverencia. Si quieres descubrir lo nuevo, deberás ir a la Fuente de todo lo creado, lo cual jamás se repite. En esa senda no seguirás las huellas que los pies humanos pueden pisar. Es una senda interior y la Luz que la ilumina y la lleva a resplandecer, nace de la aspiración que se transformó en entrega. Una senda que eleva al ser hasta lo que no tiene comienzo ni fin, para que allí deposite su Fe.

Aprende a reconocer la vertiente que alimenta toda la Creación, no dejes que tus ojos se confundan con brillos fugaces. Busca la chispa del Fuego que ni el agua ni el viento pueden extinguir. Fuego que jamás se apaga y que impregna toda la existencia. Quien teme perder su propia vida, no puede recibir los dones de la Eternidad. Quien teme no ser tenido en cuenta por los hombres no puede, en plenitud, fundirse en la Vida celestial.
Mas, quien se entrega al Supremo y nada retiene, comprende el llamado de las estrellas y, recorriendo la estrecha senda de la renuncia, llega a las altas cumbres, portales de la redención.
Domina tu naturaleza inferior; ofrécete con plena conciencia a Aquel que te concedió la Vida y déjate sumergir en el centro de esa Fuente inagotable.
Cada virtud que en ti despierta te eleva más allá del bien y del mal, de la alegría y del dolor. Vela por ellas, haz de ellas tu tesoro, pues en su brotar, florecer y fructificar, encontrarás el alimento para llegar al final de la trayectoria.
No quieras nombres, pues aprisionan la mente; no ambiciones posiciones, o quedarás atado al viscoso suelo, que te engaña con su brillo fugaz.
Todavía te resulta difícil comprender a la Divinidad porque ella no toma nada para sí y, manteniéndose libre de todas las formas y de todos los conceptos, permanece inmaculada.
Si tu pequeñez se evidencia delante de la inmensidad de las esferas celestiales, comprende el silencioso mensaje que el fulgor de las estrellas intenta transmitirte.
Recuerda, existe levedad en el vuelo de las pequeñas aves.
Escucha, peregrino: reconoce en las cosas efímeras la marca de la inmortalidad; al transitar por el mundo de las formas mutantes, déjate impregnar por la realidad inmutable.
El velo se disolverá ante tu entrega, mas primero debes reconocer la Ley. No hay paso que no pueda dar ni camino que no pueda recorrer quien reverencia lo Sagrado. De las olas del mar, aprende el cumplimiento de las fases; de la sucesión de las estaciones, aprende la vivencia de los ciclos. De la flor, aprende la pureza de la entrega, y de las abejas, el servicio grupal. Sigue, peregrino, las indicaciones de tu Camino de Luz.

Ensordece ante los llamados del mundo, calla ante sus clamores, esquiva los actos incorrectos, cierra los ojos a las visiones profanas, renuncia al gusto de lo que te ata a las ilusiones.

Al conducir los sentidos como un hábil caballero, despierta facultades ocultas, no para deleitarte, sino para la redención y el servicio.

Estas facultades serán las pequeñas lámparas que mostrarán el camino a los que aún no pudieron liberarse; serán la cálida llama que les calentará el corazón, despertándolos para una vida fraterna y espiritual. Sigue, ardiente buscador; que tus sentidos sean colaboradores del Señor, enséñales a adorar al Único.

Recuerda que tu vida ya no te pertenece, recuerda que eres tú quien pertenece al Infinito.

Eres hijo del Cosmos, heredero de la Gran Morada. Despierta, a ti venimos, trayendo tu Legado.

Sagrados son los sonidos que escuchas del porvenir; celestial es su vibración; puros, los bálsamos que de él emanan. Ven, peregrino, el Portal del Templo se abre, te espera.

La oscura noche que estás cruzando, prenuncia la alborada. Transitas el camino de la rectitud, el camino de la entrega, el camino de la Ley. Del silencio asimilaste el amor puro y verdadero, en el silencio aprendiste a entregarte al Creador. Sabes a cuál Señor pertenece tu vida, tu labor y tu dedicación.

Las campanas del mundo interior te llaman para el Encuentro. En tu alma, voces angelicales entonan tu Nombre. Tu espíritu se eleva – renunciaste a la vida, peregrino, para en la Vida nacer finalmente. ¡Oh, peregrino!, ¿cuántas batallas venciste para ver la Luz? El pasado custodia tu dedicación y tu esfuerzo; el futuro guarda las semillas de lo incognoscible; el presente, las llaves de tu liberación.

No hay camino auténtico que los hombres puedan trazar, ni victoria verdadera que se base en la recompensa. Los laureles deben arder en el fuego de la entrega, pues si quien los recibe, se apega a ellos, pierde la visión de la realidad.

Desde el inicio de los tiempos estaba marcada la trayectoria, incluso tus desvíos ya estaban previstos. Pero ahora despertaste, y después de tantas luchas aprendiste a manejar la espada y a vencer al enemigo; por lo tanto, tu responsabilidad crece, ya no puedes dejarte llevar por las quimeras del Camino.

¡Oh, peregrino!, eleva los ojos y contempla al Infinito: Él es tu Morada.

¿Puede haber una gratitud más grande que la nacida de un corazón tocado en su interior por la presencia divina? ¿Puede haber una Fe más fuerte que la del hombre que, caminando en la oscuridad, sigue la Luz?

En los tiempos que se aproximan, hace falta una íntegra vivencia de la Fe, un completo olvido de sí, la certeza imperturbable de estar siendo guiado y la obediencia incondicional a las indicaciones internas. Los milagros surgirán como flores celestiales entre las cenizas del vivir humano. Deja lo ínfimo, para que el Infinito se aproxime.

– ¿Qué dirección tomaste, peregrino?
– Vengo por las sendas de la Ley, Hermano.
– ¿Por cuantas encrucijadas pasaste?
– Cinco veces tuve que detenerme para descubrir hacia dónde ir. A lo largo del recorrido recibí muchas invitaciones y generosas promesas para ingresar por vías secundarias. Sin embargo, no las acepté, pues en el pasado conocí el sabor amargo del desvío. Aprendí, Hermano, que para seguir el Camino de la Ley tendría que tener humildad y fe, tendría que entregarme al Supremo. También aprendí, con el sufrimiento y con el dolor, que sin perseverancia ni sinceridad no podría emprender tan osado viaje.

Camino sin igual: estrecho como es, por poco que me distraiga, puedo extraviarme; rectilíneo, en el horizonte oculta su principio y su fin. A cada paso, aporta un nuevo aprendizaje, una tarea y una prueba. He vivido mis días transitándolo, y por ellos, le doy gracias al Supremo.

-Sé perfectamente que dices la verdad. Ahora, que pasaste por las cinco grandes pruebas (la soberbia, la lasitud, la mentira, el hurto sutil ó el uso incorrecto de la energía, y la cobardía), y que te mantuviste fiel en medio de los pequeños desafíos, llegarás a un nuevo y estrecho portal; al cruzarlo, una gran estrella se te revelará y, con su luz transparente, iluminará tu senda.

Ya no conocerás felicidad ni tristeza; estarás cada vez más plenamente imbuido de la bienaventuranza eterna. Serás entonces reconocido y amado como el hijo hermano que retorna a la Morada Celestial.

Ven. Avanza en tus pasos; tienes la Bendición del Cosmos.

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