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Desde el final de la Segunda Guerra Mundial la participación en conflictos militares se ha convertido en una constante en la vida de los estadounidenses.
“Una generación completa de estadounidenses ha alcanzado la mayoría de edad en medio de una guerra perpetua”, escribe el académico Paul R. Pillar en un artículo para ‘The National Interest’. EE.UU. ha empleado su fuerza militar más allá de sus fronteras de forma imprudente e innecesaria, sostiene el autor.
Una manera de explicar la tendencia hacia el compromiso permanente de EE.UU. con la guerra y con lo que se ha denominado como «la lucha contra el terrorismo» han sido los cambios a largo plazo en el sistema internacional y su posición como potencia mundial con las oportunidades y responsabilidades que vinieron asociadas a ello.
Sin embargo, este «compromiso adquirido» ha estado vinculado exclusivamente con la idea de hacer propios los conflictos externos y, por tanto, con el intervencionismo.
«En los debates actuales sobre el uso de la fuerza se suma la costumbre de EE.UU. de asumir casi cualquier problema grave en el extranjero como un problema que puede y debe resolver», asevera Pillar.
La costumbre de EE.UU. es asumir casi cualquier problema grave en el extranjero como algo que puede y debe resolver
Sin duda, los acontecimientos del 11-S desencadenaron un cambio brusco en el ánimo del pueblo estadounidense y, desde entonces, ha aumentado la actividad militar, sostiene el autor.
El terrorismo internacional ha surgido durante décadas como resultado de los propios intereses de EE.UU.
Por ello, en el debate actual sobre la operaciones en Libia o Siria aún se discute si debe implementarse la fuerza militar a pesar de los desafortunados resultados del pasado.
«La invasión a Irak en 2003 sigue siendo un claro ejemplo de cómo no se debe aplicar la fuerza ciega en los problemas dada la ausencia de un proceso político que evaluara si la guerra era una buena idea y que hubiera dado la oportunidad al Gobierno de cuestionar las suposiciones optimistas y tener en cuenta todos los posibles costos y consecuencias», explica Pillar.
No obstante, y en medio de políticas que invitan al conflicto, esta vez contra el Estado Islámico, la Administración deObama ha intentado resistirse a las «demandas de una guerra sin fin» de la gran mayoría de la oposición.
Su sucesor en la Casa Blanca probablemente responda en su primer mandato a los impulsos que han llevado a EE.UU. a un estado de guerra perpetua y a confirmar su carácter «depredador» especialmente en Oriente Medio.
«EE.UU. parece destinado a seguir utilizando la fuerza militar más allá de [la defensa de] sus propios intereses. Se requerirá un liderazgo excepcional para limitar el daño resultante», concluye el artículo.