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Somos seres de relación, y eso es algo indudable. Todos estamos abocados a relacionarnos con el resto de personas y seres que ocupan este planeta. Desde que nacemos requerimos atenciones; mientras vivimos podemos prestar las mismas y, en las postrimerías, necesitaremos nuevamente cuidados de los demás. Esto indica que, de uno u otro modo, la vida se encarga de acercarnos a los demás, y es ahí donde la calidad de las relaciones dará sus frutos.
La relación, a diferencia del encuentro, debe ser moldeada y perfeccionada, pues el encuentro es casual y el modo de relacionarnos, causal. Esto indica que muchas veces el resultado de una relación es la mezcla de los contenidos de las personas que la componen, y otra parte, es la ley de impermanencia que también condiciona el desgaste de las relaciones, pues éstas no escapan a su naturaleza de transitoriedad.
Por ello, las relaciones son el claro reflejo de nuestra capacidad de manejarnos e interactuar con las demás personas, ya que permite en muchos casos, dejar visibles nuestras carencias o erróneos puntos de vista, y trazan una vía de aprendizaje que comienza siempre en uno mismo.
Nos podemos relacionar desde el ser o desde el ego. Si permitimos que el ego medie, nos veremos atravesando continuas veces una neblina que no nos dejará ver la otra persona en cuestión, pues ésta se verá coloreada, rotulada, etiquetada y le arrogaremos cualidades incluso de las que carece. El ego desde su autodefensa, tratará de proyectar en los demás connotaciones que surgen muchas veces de nuestras propias deficiencias, pues ante la inseguridad y el miedo de enfrentarnos a ellas, preferimos verlo argumentado en los demás. Esa visión empañada nos hace creer lo que no es y no nos permite ver lo que es. Así se pierde la fluidez en el canal de comunicación (que no siempre es verbal), pues con tanto tráfico de ideas, se produce un alejamiento de la realidad.
Este motivo nos dirige, primero, a amigar con nosotros mismos. Eso permitirá que la relación no se convierta en una negociación, y no se produzca la excesiva demanda de ajustar a los demás nuestras ideas preestablecidas y configuradas. De otro modo, la otra persona lo deja de ser para convertirse en un objeto con la responsabilidad de rellenar aquello que, por nosotros mismos, no somos capaces de insuflar.
Otras veces, uno puede ser la víctima de esa transacción, viendo que nuestras necesidades siempre están solapadas por la de los demás y convirtiéndonos en meros figurantes de la escena. Entonces queda mermada nuestra participación en la relación, siempre a merced de la figura que resalta, y haciendo de la misma, una inclinación hacia el mismo lado y perdiendo lo genuino de lo que podría ser un encuentro de seres. Es cuando la relación se torna una pose, un teatro de títeres, una fotografía que nunca termina de ser enmarcada.
En otras ocasiones, las relaciones o amistades pueden ocultar un interés escondido, pues lo que se ve en la otra persona es en sí los beneficios que nos reporta asociarnos a ella a través de fijar unos lazos que, aunque son en apariencia, se maquilla al exterior como de únicos y genuinos. En ese caso todo estará en la superficie de las apariencias y no habrá capacidad de ahondar en la esencia. La relación se convierte en un escondite, un juego de ahora sí y ahora no, pues no hay base donde sustentarla y al no haber sido sembrado en terreno fértil, jamás podrá dar sus frutos.
Hay otras relaciones que observamos empiezan con un exacerbado apego por ambas partes, como si su canal de enlace fuera desconocido para el resto. Esa exaltación acaba declinando con el tiempo, pues también se observa con qué facilidad el amigo se convierte en enemigo. Otra cosa es la sensación de familiaridad que uno experimenta con un determinado tipo de personas que escapa a la comprensión racional, ya que más que un conocer, se trata de un reconocer, y queda creada una cercanía adelantada al patrón general de la amistad.
Muchas más relaciones se van cruzando en el recorrido existencial, desde las de trabajo o la paterno/filial, que pueden servir, en el caso de un padre, para hacer de la vida de un hijo una extensión de la suya propia, que al no haber alcanzado diversos propósitos, lo proyecta como parte de la responsabilidad que debe ser acometida y rellenada por su descendiente.
Si comenzamos por integrarnos en nosotros mismos será más fácil la interrelación con los otros, pues en esa abundancia, estaremos más capacitados para dar sin la necesidad de ser rellenados por los demás.
Hay incluso en las relaciones de pareja que el principal sentido es conocer a la otra persona, ¡qué paradoja! Uno pretende conocer a otro cuando apenas hace por conocerse a sí mismo, y lo que es más curioso, uno quiere conocer a otra persona que tampoco se conoce a sí misma. ¿Entonces, dónde quedaría la fusión? Serían dos hojas a merced del viento, y en este caso, de las circunstancias.
Relacionarnos es compartir el mismo escenario vital con los demás seres. Hagamos por reconciliarnos primero con nosotros mismos y estaremos más capacitados para intercalar con los demás. Hagamos del ego un secretario, pero que no se inmiscuya más de lo necesario. Hagamos de las relaciones un aprendizaje para explorarnos y aprender. Todos tenemos algo que contar. Veamos que emociones negativas emergen cuando nos relacionamos, como envida, rabia, celos…, y tratemos de amplificar otras cualidades positivas como paciencia, comprensión, ecuanimidad… Relacionémonos desde la firmeza, sin aprovecharnos y sin ser aprovechados, sin desconsiderar y sin ser desconsiderados.
Somos un planeta conformado por seres sintientes que necesitamos todos de todos. Hagamos por equilibrar y armonizar cada una de nuestras relaciones, para así, enriquecernos de las mismas.
El buscador entiende que en el camino no se halla solo, pues parte de él se basa en interactuar con los demás. Sabe que es de todos y de nadie, y que aunque ha emprendido un viaje de relación hacia dentro, comprende que son las externas en donde se verá reflejado el equilibrio que emana de uno.