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Hace rato que me he ganado –y con respeto- el mote de “conspiranoico”, así que si hay algo que no me moverá uno solo de los pocos pelos que me quedan es el vendaval (que preveo) de críticas mordaces por estas reflexiones. La mayoría, aunque no lo confiesen, de inevitables usuarios de este jueguito virtual. Y allá ellos con su parecer; y aquí yo (con algunos de ustedes) con estos pensamientos, que la sempiterna Grieta entre Paradigmas no se soslayará con infusos debates en las redes sociales.
Tampoco seré quizás demasiado original, pues ésta no es una información a la que he accedido subrepticiamente mediante el crackeo de sitios gubernamentales ni militares, sino, simplemente y como dice una habitual contertulia mía, acudiendo al San Google nuestro de todos los días. Pero (esto es lo importante) serán devaneos cuasi metafísicos basados en hechos: y estos, aunque duelan, son la verdad.
Es innecesario a esta altura describir en qué consiste el PókemonGo: inevitablemente, los lectores lo deben estar padeciendo a diario con sólo mirar, en la vía pública, a su alrededor. Esa cotidianeidad me permite pasar directamente a lo que postularé: esta aplicación es una nueva vuelta de tuerca al Ojo del Gran Hermano Illuminati.
Conversaba con algunos conocidos estos días que me señalaban que no tenía mucho sentido “escandalizarse” por este inmiscuirse de los recursos de “espionaje” (aunque fuere comercial) a los que alegremente accedemos cuando usamos Facebook, GPS o el simple y benemérito correo electrónico. Empero, creo que aquí se va un paso más allá y es sobre lo que quiero advertir: quienes manejen el sistema tras bambalinas de esta aplicación, tienen así la capacidad de ver lo que ustedes están viendo cuando corren por las calles a la caza de pokemones. ¿Se nota la diferencia?. Es inevitable (salvo que nos encapsulemos en un termo) que aunque firmemos (bah, hagamos un click) en pretendidos “contratos” que aseguran reservar nuestros datos, estos están absolutamente disponibles para todos quienes manejan el Sistema. No otra es la razón por la que te llaman por teléfono de bancos a los que nunca siquiera enviaste una pregunta para ofrecerte paquetes de servicios, o que cuando navegas por Internet, o usas Facebook, el tipo de publicidades que te aparecen a ti no son los que en un mismo sitio le aparecen a tu pareja que, unos metros más allá y en otra notebook, visita la misma página. La magia de los algoritmos. Y esto implica detenernos un momento y hablar sobre el sentido de estar “dentro” o “fuera” de La Matrix.
La expresión Matrix -se hizo popular, ya saben porqué; la alegoría de las películas homónimas donde, tras la exageración conceptual y estética, se dejaba traslucir la idea que en este mundo no solamente somos títeres sino engranajes funcionales a maquinarias para producir específicos resultados. Y a partir de allí, se viene instalando acalorados debates sobre si uno está o no dentro de ella. Malas noticias: si estás leyendo estas líneas, estás adentro. Me inspiran cierta tierna simpatía la ingenuidad de aquellos que diatriban que “no caerán en La Matrix” mientras whatsappean desde sus smartphones o compran su boleto aéreo con su tarjeta de crédito. Creo que esa gente se tomó demasiado literalmente la película y deben suponer que estar “dentro” es que te implanten un chip (y a eso vamos…). Pues no: estás dentro del Sistema, de La Matrix, por el sólo hecho que pagues tu hipoteca o que estés en un empleo estable, con seguro social y aportes jubilatorios. Estás en La Matrix cuando visitas al médico. Estás en La Matrix cuando compras tu entrada al recital o al partido de fútbol.
Alguien dirá entonces: “Pero…. ¡eso es una exageración. ¡Entonces nadie puede estar fuera de La Matrix”!. Es que de eso se trata. Salvo que rompas ya tu smartphone, vendas todos tus bienes, vayas al medio de una cordillera o alguna isla perdida (porque si, otra vez, compras un lote de terreno en algún paraje alejado has vuelto a estar…. Bueno, ya sabes dónde) vivas de lo que cultivas, la caza y la pesca, salvo que, repito, hagas todo ello, estamos en La Matrix. Y aún, aunque lo hiciéramos, satélites, chemtrails, residuos químicos y gaseosos, como espasmos sonambúlicos de un gato dormido a tus pies, te seguirían tocando.
La Matrix, con todo lo malo y con todo lo bueno (¿qué?. ¿Acaso hay algo bueno en ella?. Bueno, dado que lo “malo” o lo “bueno” es según la perspectiva y absolutamente relativo, sí puede haberlo) es parte de la ola evolutiva de la Humanidad. Ustedes acotarán que entonces esa evolución fue “dirigida”, en el sentido que no es “natural”, y estarán inevitablemente en lo cierto. No se puede “elegir” la evoluciòn, simplemente sucede. Pensemos por ejemplo –especialmente en este Tercer Mundo- la resistencia, avalada por algunos “opinólogos” de tanta informatizaciòn en todas las cadenas de servicios (accesos bancarios, retiro de bienes, etc.) ante la cual las personas mayores de edad se encuentran “analfabetas” digitalmente hablando. Y entonces surge cierto clamor de regresar a los viejos métodos de atención personalizada, de cumplimentar obligaciones en sitios físicos. Puede demorarse, puede acompañarse. Pero no puede detenerse. La evoluciòn (aún la “natural” o, para ser precisos, especialmente la natural) es amoral. Dura. Lo que no se adapta, se extingue. Como cuando, en tiempos de la Revoluciòn Industrial, los obreros salían a protestar (y pagaban en ocasiones con su vida ese derecho) ante el avance de las máquinas que les quitaban sus fuentes de trabajo. Fue hambre y desesperación para miles. Pero no seamos hipócritas. ¿Concebiríamos al mundo de hoy sin las máquinas?. ¿Con millones de obreros artesanales por caso?. La contaminación está matando al planeta pero, ¿regresaríamos –si pudiéramos- al caballo, el carro, la navegación a vela?. No seamos hipócritas, porque sé que desde el anonimato de Internet más de uno podría hacer un panegírico que “él (o ella) sí”. Y luego se va al trabajo lo más campante en su automóvil o de vacaciones en aviòn o enciende el horno eléctrico para cocer su alimento. El ambiente de la New Age, el pensamiento ecológico y la seudo espiritualidad está lleno de estos hipócritas…
Déjenme contarles una anécdota personal. En diciembre de 2012 (sí, cuando algunos estaban esperando el fin del mundo) me invitaron como conferencista al Segundo Encuentro Internacional de Sabidurías Ancestrales, realizado en Cantona, estado de Puebla, México. Cierto día asistí a la charla de un compatriota, oriundo de la provincia de Mendoza y experto en Permacultura, quien disertaba sobre las bondades de volver a vivir en “uniòn con la naturaleza”. Explicaba como caminaba todo lo posible y no tenía vehículo y en su casa, su familia cocinaba los alimentos sobre fuego de leña (si siete mil millones de personas nos ponemos a cocinar o calefaccionar con leña…) en ollas de barro cocido y hasta comían con las manos, para evitar el contacto del metal trabajado con sus alimentos…. Bien, la cosa es que al finalizar la charla y en un aparte con un par de conocidos, se suscitó (bah, suscité) este diálogo bizarro:
Yo: “Che, muy bueno lo tuyo. Al margen, ¿cómo llegaste al congreso”?
Él: “Pero Gustavo, ¿olvidaste que te dije que en el mismo vuelo que vos, y como no te conocía no me acerqué a conversar antes?”
Yo: “Cierto. En el mismo aviòn…. No, porque me quedé pensando si te habrías venido al congreso a lomo de mula o caminando. En seis o siete meses, llegabas”
Él (luego de unos segundos de tratar de entender a qué me refería): “Ah, bueno!. Tampoco seamos exagerados!”
Yo: “Ah, bien. O sea, cuando conviene al discurso comemos con las manos. Y cuando conviene, tomamos un aviòn…”
¿Se entiende lo que quise decir?
Entonces, ¿qué hacer?. Estamos, lo querramos o no, dentro de La Matrix. Por lo tanto, eso no está en discusión. Pero aún podemos hacer mucho. Que es ser conscientes (o no) de ello y actuar en consecuencia. Para ponerlo sencillo: ¿qué permito, me permito, dentro de La Matrix?. ¿Por qué hago o empleo, determinada cosa?. La diferencia la establece la toma de consciencia. Y la acciòn personal en consecuencia. Para poner un ejemplo hasta tonto: a mi mujer le costó años convencerme de cambiar mi viejo –pero eficientísimo- modelo de teléfono celular. Me bastaba para hablar y mensajear. Hasta que en un momento me di cuenta que podría brindarme otros beneficios. No, no jugar on line, o compartir emoticones, sino usos que yo necesitaba para subordinarlos a otras funciones. Es sólo un caso.
En consecuencia, lo que propongo es que en vez de enredarnos en la discusiòn inútil si estamos dentro o fuera, seamos conscientes de qué nos permitimos en el “dentro”. Y el actuar “en consecuencia” no significa discursear sofísticamente por qué lo cambio todos los años sino hacer un uso racional del mismo.
Corre, Pókemon, corre
En este ir y venir de compartir opiniones, algunos me han comentado que es exagerado venir ahora a escandalizarse de este jueguito cuando hace rato que, empleando otras redes sociales (como Facebook), los operadores del Sistema ya saben de nosotros todo lo que quieren saber. Cuéntenme algo que no sepa. Y por la razón expuesta más arriba, tampoco creo que la actitud adecuada sea “no tengo Facebook” porque quedate tranquilo que van a saber de vos por mil otros conductos. Cuando vas a un cajero automático bancario, cuando llenas los formularios de tu información tributaria obligatoria, cuando ……… (completar por la línea punteada con todo lo que se les ocurra). Yo mismo no he tenido problemas, por caso, cuando abrí por primera vez mi sitio en algunas de estas redes, en dar información biométrica, precisamente porque ya sé que es inútil hacerme el Anonymus y mentir edad, ciudad de residencia, sexo. Ya saben de mí lo que quieren saber y un poco más también. Otros amigos, por el contrario, prefieren “mantener su intimidad” disfrazando esos datos y están en todo su derecho.
Lo que me interesa a los efectos de este artículo no es que a través de PókemonGo obtengan datos de nosotros. Tu smartphone, tu laptop o computadora de escritorio, en este momento, está repleta de bots y troyanos que, como laboriosas hormiguitas, van y vienen al Gran Hormiguero llevando información (si crees que no, o que con habilitar un “antivirus” y un “cortafuegos” estás protegido, o es que eres muy ingenuo o hace rato no llevas tu aparato al técnico). Lo que realmente me interesa es que los dueños de la aplicación están viendo en tiempo real todo lo que tú estás viendo cuando tratas de cazar a uno de esos simpáticos bichitos (porque en eso vamos a estar de acuerdo: son simpáticos). Quienes diseñan el software de la aplicación, por el camino inverso que en tu pantalla aparece superpuesta la imagen virtual del Pokemon sobre el fondo real, reciben esa información real en tiempo real. Las cámaras y Ojos orwellianos que a todos miraban y vigilaban, las cámaras de seguridad, domos y sistemas de vigilancia interconectados, que de por sí eran fuentes de información, se ven potenciados entonces por millones de involuntarios agentes de espionaje corriendo por la vía pública sobre toda la faz del mundo civilizado.
Ésta es una de las condiciones que ustedes aceptan al bajar la aplicación:
“Podemos revelar toda la información sobre usted (o menores autorizados) que está en nuestra posesión para el control del gobierno”
Pokemon Go fue creado por Niantic, empresa propiedad de un tal John Hanke. Ahora, Hanke también fue parte del proyecto “Ojo de Cerradura”, un sistema de espionaje informático adquirido por Google en 2004, pero que fue originalmente creado con fines militares por una empresa llamada In-Q-Tel, empresa de “capital de riesgo” vinculada a las agencias de Defensa de Estados Unidos. Insisto, estos son hechos.
Si estuviéramos sosteniendo esta charla en altas esferas de decisiòn, sé que alguien me confiaría un supuesto argumento: ante el avance del terrorismo en todo el mundo, ya no bastan los métodos habituales de vigilancia e inteligencia. Es preciso tener “ojos” frente a cada ciudadano porque (ya hemos visto) cualquier ciudadano puede ser un asesino masivo en potencia. Buen argumento. Pero que no resiste la inversiòn de la carga de la prueba. Como que creando la necesidad (el temor real, el peligro “allá afuera”) es fácil vender a muy buen precio una potencial soluciòn…
Pero, ¿saben que es lo que más me perturba, hoy?. Que cuando comencé estos días a compartir mis primeros comentarios, con una gracia mezclada con preocupación, llegaran opiniones de algunos criticando que critique (valga la redundancia) a esta aplicaciòn, con el argumento que es “oscurantista” oponerse al “avance de la tecnología” (estoy tentado a apostar que son los primeros que se bajaron la app). Increíble que uno tenga que estar todavía explicando que el problema no es la tecnología sino el uso (o mal uso o abuso) que se de a la misma. Más penoso que confundan “tecnología” con “inteligencia”. Me recuerda a esa periodista televisiva en Montevideo que cuando me hacía una entrevista y yo hablé de la Sabiduría Ancestral como “tecnología espiritual”, se enojó porque, según ella, “tecnología” era usar celulares, wifi, cohetes… (la “tecnología” es “el conjunto de procedimientos ordenados que permiten satisfacer necesidades”)… En fin: comentarios de ese tenor creo que, inevitablemente, demuestran que estoy en lo cierto. Lo verdaderamente preocupante, entonces, es que los “defensores” del “avance de la tecnología” necesiten explicaciones tan sencillas y obvias…
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