http://www.thecult.es/Ciencia/historia-y-mito-del-unicornio.html
Particularmente seductor a la hora de analizar la figura del unicornio resulta el hecho de que su mitología tenga una base real. Es muy conocida la afición del ser humano a idear leyendas a partir de los vestigios del pasado y también a partir de sus propias lagunas en el campo de la ciencia. Todo esto queda de manifiesto cuando salimos en busca del famoso corcel blanco y de cuerno ensortijado.
«El unicornio –escribe Héctor T. Arita– es tal vez el animal mítico por excelencia. En los bestiarios de la Edad Media se le reconoce como un animal maravilloso con la habilidad suficiente para derrotar en combate a un elefante y capaz de purificar con su único cuerno las aguas contaminadas para volverlas potables para los demás animales».
Quien primero menciona a la criatura, llamándola monoceros, es el griego Ctesias. La descripción de Ctesias nos sitúa en el siglo V, y sitúa en nuestro imaginario un caballo que se oculta en la India, y que luce ese cuerno que permite la curación de toda suerte de males.
A lo largo de la Edad Media, nos encontramos con una fabulosa reliquia: el cuerno de unicornio con el que se tallaban diversos recipientes. Obviamente, el marfil no procedía de la bestia que nos ocupa, sino del cuerno de un hermoso pariente de la ballena y el delfín: el narval (Monodon monoceros).
«Hildegarda de Bingen y Tomás de Cantipré, entre otros –escribe Odell Shepard–, se explayan sobre la habilidad del animal para detectar una virgen a simple vista, y en algunos relatos se nos cuenta que cuando la cazadora no es realmente una virgen, el animal la mata, una intrusión bastante obvia del tema de la prueba de la virginidad. Además, algunos sostenían que la caza era más probable que tuviese éxito si la virgen estaba desnuda; y algunos insistían en que tenía que ser hermosa (…) Las connotaciones del relato de la captura del animal mediante una virgen son en realidad claramente eróticas, y la interpretación cristiana impuesta no armoniza exactamente con la historia sino que parece desviarla a la fuerza del curso natural de su desarrollo» (El unicornio, José J. de Olañeta, 2002)
Por lo demás, el alicornio era un antiveneno, y su poderío fue bien conocido en las boticas medievales.
«Unos cuantos renacentistas italianos –nos dice Willy Ley– fueron los primeros escépticos en atacar las supuestas virtudes medicinales del alicornio. La emprendieron contra todos los farmacéuticos que lo tenían junto al mostrador de su negocio. El boticario estaba muy orgulloso de su alicornio; pero no demasiado, por supuesto, para rehusar una venta provechosa, pues la creencia popular era todavía muy firme. Aun Gesner (como se recordará, era médico municipal de Zurich) no podía menos de prescribirlo si los pacientes insistían. Pero hizo la astuta observación de que en tal caso «no olvidaba ni descuidaba» prescribir simultáneamente otros medicamentos. Se necesitó mucho tiempo para que desapareciera el alicornio de las farmacopeas; la última lista de medicamentos «obligatorios» en las farmacias londinenses que contenía el alicornio se imprimió en 1741″ (El pez pulmonado, el dodo y el unicornio. Una excursión por la zoología fantástica, Espasa-Calpe, 1963).
¿Existieron los unicornios?
«En lo que al mundo científico concierne –afirma Willy Ley–, el golpe mortal le fue inferido al unicornio en 1827, cuando el barón de Cuvier declaró que un animal unicorne con la pezuña hendida era imposible, porque un animal de este tipo tendría un hueso frontal dividido y, posiblemente, ningún cuerno podría crecer desde la comisura».
Sin embargo, podemos conjeturar diversos candidatos que nos permitirían comprender por qué, durante siglos, nuestros antepasados creyeron en la existencia real de estos animales.
Sabemos cómo llegó hasta los griegos la descripción del unicornio. «Ctesias –añade Arita– jamás vio a uno de esos seres míticos, y aparentemente oyó sobre los unicornios a través de los relatos de otros viajeros cuando el historiador griego vivía en Persia, sirviendo en la corte de Darío II«.
Si seguimos esta pista, nos llevará hasta uno de esos bajorrelieves en los que una bestia similar a los bóvidos, elre’em, enseña su mejor perfil, con un solo cuerno en su testuz. Hablo, por ejemplo, de la puerta de Ishtar, custodiada en el Pergamon Museum berlinés.
«El rimu (re’em) de los antiguos asirios y babilonios –escribe Herbert Wendt– no era ni rinoceronte ni asno salvaje: era simplemente un toro de gran tamaño, que a veces se representaba de manera que un cuerno tapaba al otro. Los egipcios solían representar de manera parecida, cuerno sobre cuerno, al antílope orix. Los árabes consideraban a este animal como muy peligroso, pero lo domaban y, quizá por motivos religiosos, le deformaban a veces los cuernos. De ahí se ha originado no poca confusión: muchos autores ven en el antílope orix al verdadero unicornio. Pero hoy día sabemos que el culto de este antílope sólo era uno de tantos de entre los que disfrutaban muchos animales y que sólo en época tardía se confundió con la veneración del unicornio. El origen del animal fabuloso, el rimu babilónico y elre’em hebreo es el Bos primigenius, la raza oriental del uro o toro salvaje, que el hombre domesticó durante el neolítico» (El legado de Noé. Historia del descubrimiento de los animales, Editorial Labor, 1963).
«Samuel Bochart –continúa Odell Shepard– dedicó veinte folios de asombrosa erudición a un intento por demostrar que tanto el re’em como el unicornio se derivaban del órix, basándose en la firme creencia (para la que contaba con la autoridad de Aristóteles y de Plinio) en que todos los órices eran unicornes. (Estos son los encantadores resultados de estudiar zoología en las bibliotecas). El profesor Martin Lichtenstein de Berlín, un hombre mucho menos culto pero más familiarizado con los antílopes, apoyó la teoría del órix citando monumentos egipcios» (El unicornio, José J. de Olañeta, 2002).
Entonces… ¿el unicornio era el órix que hoy pasta en nuestros zoológicos? ¿O quizá se trataba del re’em, ese toro persa de un solo cuerno?
«A pesar de todo –escribe Willy Ley–, no creo que Ctesias estuviera influido por los relieves persas. Después de Ctesias, las fuentes más importantes de la leyenda del unicornio apuntan en otra dirección. Estas fuentes son el romano Aeliano, que escribió en griego aunque vivía en Italia, y nuestro amigo el famoso y viejo coronel «gruñón»Plinio el Viejo. Aeliano habla de montañas inaccesibles en el interior de la India y de las bestias extrañas que podían hallarse allí. Entre ellas, dice, «está el unicornio, que ellos llaman cartázonos. Este animal es tan grande como un caballo completamente desarrollado, tiene melena, pelo tostado, pies como el elefante y cola como la cabra. Es extraordinariamente veloz». (…) En realidad, Aeliano estaba tratando solamente de describir el rinoceronte, sus pies pesados, su pequeña cola y sus otras características. El nombre cartázonos es probablemente una corrupción griega del término sánscrito kartajan, señor del desierto, o, mejor, señor de la selva» (El pez pulmonado, el dodo y el unicornio. Una excursión por la zoología fantástica, Espasa-Calpe, 1963).
Arita y otros autores citan una especie concreta a la hora de buscar el animal que dio origen a la leyenda del unicornio. Me refiero al rinoceronte de la India (Rhinoceros unicornis).
«Una hipótesis más aventurada –señala Arita– involucra una especie de rinoceronte ya extinto, el elasmoterio. (…) Del tamaño del rinoceronte blanco actual, el elasmoterio era considerablemente más esbelto y con las patas más alargadas y elegantes. Asimismo, su cuerno era bastante más largo que el de los rinocerontes actuales, llegando a medir hasta dos metros» («Unicornios al oeste de Java», Ciencias, Universidad Nacional Autómoma de México)
Con todo, puestos a defender una explicación plausible, nos quedamos con la que propone Ley. Quizá el unicornio fue un toro al que, por medio de oportunas incisiones, los pastores convertían en una bestia de un solo cuerno.
«De ordinario –afirma Willy Ley–, las antiguas descripciones se ajustaban mejor al rinoceronte que al buey unicorne. Pero al mismo tiempo los autores antiguos eran categóricos al asegurar que el unicornio y el rinoceronte no eran lo mismo. Es divertido, aunque excusable, que después procedieran a describir a uno de ellos en términos que sólo se ajustaban al otro. (…) En resumen, se conoce mejor la historia del unicornio si estamos enterados de la posibilidad de producir bueyes unicornes mediante una simple operación y si recordamos que el cuerno único no es sólo el símbolo del guía del rebaño, sino que realmente hace a tal guía» (El pez pulmonado, el dodo y el unicornio. Una excursión por la zoología fantástica, Espasa-Calpe, 1963).
Particularmente seductor a la hora de analizar la figura del unicornio resulta el hecho de que su mitología tenga una base real. Es muy conocida la afición del ser humano a idear leyendas a partir de los vestigios del pasado y también a partir de sus propias lagunas en el campo de la ciencia. Todo esto queda de manifiesto cuando salimos en busca del famoso corcel blanco y de cuerno ensortijado.
«El unicornio –escribe Héctor T. Arita– es tal vez el animal mítico por excelencia. En los bestiarios de la Edad Media se le reconoce como un animal maravilloso con la habilidad suficiente para derrotar en combate a un elefante y capaz de purificar con su único cuerno las aguas contaminadas para volverlas potables para los demás animales».
Quien primero menciona a la criatura, llamándola monoceros, es el griego Ctesias. La descripción de Ctesias nos sitúa en el siglo V, y sitúa en nuestro imaginario un caballo que se oculta en la India, y que luce ese cuerno que permite la curación de toda suerte de males.
A lo largo de la Edad Media, nos encontramos con una fabulosa reliquia: el cuerno de unicornio con el que se tallaban diversos recipientes. Obviamente, el marfil no procedía de la bestia que nos ocupa, sino del cuerno de un hermoso pariente de la ballena y el delfín: el narval (Monodon monoceros).
«Hildegarda de Bingen y Tomás de Cantipré, entre otros –escribe Odell Shepard–, se explayan sobre la habilidad del animal para detectar una virgen a simple vista, y en algunos relatos se nos cuenta que cuando la cazadora no es realmente una virgen, el animal la mata, una intrusión bastante obvia del tema de la prueba de la virginidad. Además, algunos sostenían que la caza era más probable que tuviese éxito si la virgen estaba desnuda; y algunos insistían en que tenía que ser hermosa (…) Las connotaciones del relato de la captura del animal mediante una virgen son en realidad claramente eróticas, y la interpretación cristiana impuesta no armoniza exactamente con la historia sino que parece desviarla a la fuerza del curso natural de su desarrollo» (El unicornio, José J. de Olañeta, 2002)
Por lo demás, el alicornio era un antiveneno, y su poderío fue bien conocido en las boticas medievales.
«Unos cuantos renacentistas italianos –nos dice Willy Ley– fueron los primeros escépticos en atacar las supuestas virtudes medicinales del alicornio. La emprendieron contra todos los farmacéuticos que lo tenían junto al mostrador de su negocio. El boticario estaba muy orgulloso de su alicornio; pero no demasiado, por supuesto, para rehusar una venta provechosa, pues la creencia popular era todavía muy firme. Aun Gesner (como se recordará, era médico municipal de Zurich) no podía menos de prescribirlo si los pacientes insistían. Pero hizo la astuta observación de que en tal caso «no olvidaba ni descuidaba» prescribir simultáneamente otros medicamentos. Se necesitó mucho tiempo para que desapareciera el alicornio de las farmacopeas; la última lista de medicamentos «obligatorios» en las farmacias londinenses que contenía el alicornio se imprimió en 1741″ (El pez pulmonado, el dodo y el unicornio. Una excursión por la zoología fantástica, Espasa-Calpe, 1963).
¿Existieron los unicornios?
«En lo que al mundo científico concierne –afirma Willy Ley–, el golpe mortal le fue inferido al unicornio en 1827, cuando el barón de Cuvier declaró que un animal unicorne con la pezuña hendida era imposible, porque un animal de este tipo tendría un hueso frontal dividido y, posiblemente, ningún cuerno podría crecer desde la comisura».
Sin embargo, podemos conjeturar diversos candidatos que nos permitirían comprender por qué, durante siglos, nuestros antepasados creyeron en la existencia real de estos animales.
Sabemos cómo llegó hasta los griegos la descripción del unicornio. «Ctesias –añade Arita– jamás vio a uno de esos seres míticos, y aparentemente oyó sobre los unicornios a través de los relatos de otros viajeros cuando el historiador griego vivía en Persia, sirviendo en la corte de Darío II«.
Si seguimos esta pista, nos llevará hasta uno de esos bajorrelieves en los que una bestia similar a los bóvidos, elre’em, enseña su mejor perfil, con un solo cuerno en su testuz. Hablo, por ejemplo, de la puerta de Ishtar, custodiada en el Pergamon Museum berlinés.
«El rimu (re’em) de los antiguos asirios y babilonios –escribe Herbert Wendt– no era ni rinoceronte ni asno salvaje: era simplemente un toro de gran tamaño, que a veces se representaba de manera que un cuerno tapaba al otro. Los egipcios solían representar de manera parecida, cuerno sobre cuerno, al antílope orix. Los árabes consideraban a este animal como muy peligroso, pero lo domaban y, quizá por motivos religiosos, le deformaban a veces los cuernos. De ahí se ha originado no poca confusión: muchos autores ven en el antílope orix al verdadero unicornio. Pero hoy día sabemos que el culto de este antílope sólo era uno de tantos de entre los que disfrutaban muchos animales y que sólo en época tardía se confundió con la veneración del unicornio. El origen del animal fabuloso, el rimu babilónico y elre’em hebreo es el Bos primigenius, la raza oriental del uro o toro salvaje, que el hombre domesticó durante el neolítico» (El legado de Noé. Historia del descubrimiento de los animales, Editorial Labor, 1963).
«Samuel Bochart –continúa Odell Shepard– dedicó veinte folios de asombrosa erudición a un intento por demostrar que tanto el re’em como el unicornio se derivaban del órix, basándose en la firme creencia (para la que contaba con la autoridad de Aristóteles y de Plinio) en que todos los órices eran unicornes. (Estos son los encantadores resultados de estudiar zoología en las bibliotecas). El profesor Martin Lichtenstein de Berlín, un hombre mucho menos culto pero más familiarizado con los antílopes, apoyó la teoría del órix citando monumentos egipcios» (El unicornio, José J. de Olañeta, 2002).
Entonces… ¿el unicornio era el órix que hoy pasta en nuestros zoológicos? ¿O quizá se trataba del re’em, ese toro persa de un solo cuerno?
«A pesar de todo –escribe Willy Ley–, no creo que Ctesias estuviera influido por los relieves persas. Después de Ctesias, las fuentes más importantes de la leyenda del unicornio apuntan en otra dirección. Estas fuentes son el romano Aeliano, que escribió en griego aunque vivía en Italia, y nuestro amigo el famoso y viejo coronel «gruñón»Plinio el Viejo. Aeliano habla de montañas inaccesibles en el interior de la India y de las bestias extrañas que podían hallarse allí. Entre ellas, dice, «está el unicornio, que ellos llaman cartázonos. Este animal es tan grande como un caballo completamente desarrollado, tiene melena, pelo tostado, pies como el elefante y cola como la cabra. Es extraordinariamente veloz». (…) En realidad, Aeliano estaba tratando solamente de describir el rinoceronte, sus pies pesados, su pequeña cola y sus otras características. El nombre cartázonos es probablemente una corrupción griega del término sánscrito kartajan, señor del desierto, o, mejor, señor de la selva» (El pez pulmonado, el dodo y el unicornio. Una excursión por la zoología fantástica, Espasa-Calpe, 1963).
Arita y otros autores citan una especie concreta a la hora de buscar el animal que dio origen a la leyenda del unicornio. Me refiero al rinoceronte de la India (Rhinoceros unicornis).
«Una hipótesis más aventurada –señala Arita– involucra una especie de rinoceronte ya extinto, el elasmoterio. (…) Del tamaño del rinoceronte blanco actual, el elasmoterio era considerablemente más esbelto y con las patas más alargadas y elegantes. Asimismo, su cuerno era bastante más largo que el de los rinocerontes actuales, llegando a medir hasta dos metros» («Unicornios al oeste de Java», Ciencias, Universidad Nacional Autómoma de México)
Con todo, puestos a defender una explicación plausible, nos quedamos con la que propone Ley. Quizá el unicornio fue un toro al que, por medio de oportunas incisiones, los pastores convertían en una bestia de un solo cuerno.
«De ordinario –afirma Willy Ley–, las antiguas descripciones se ajustaban mejor al rinoceronte que al buey unicorne. Pero al mismo tiempo los autores antiguos eran categóricos al asegurar que el unicornio y el rinoceronte no eran lo mismo. Es divertido, aunque excusable, que después procedieran a describir a uno de ellos en términos que sólo se ajustaban al otro. (…) En resumen, se conoce mejor la historia del unicornio si estamos enterados de la posibilidad de producir bueyes unicornes mediante una simple operación y si recordamos que el cuerno único no es sólo el símbolo del guía del rebaño, sino que realmente hace a tal guía» (El pez pulmonado, el dodo y el unicornio. Una excursión por la zoología fantástica, Espasa-Calpe, 1963).