¿Animales encerrados o libres? ¿Protección de especies o capricho humano? El rol de los zoo es cada vez más cuestionado: un recorrido por estos centros que cautivan espectadores y, también críticas
¿Quien no fue a un zoologico alguna vez? conocer a los animales más exóticos, darles de comer y hasta en algunos casos sacarse fotos con tigres y leones resulta entretenido para chicos y, por qué no, para grandes. Pero ¿es realmente una experiencia alegre para los animales que se encuentran encerrados?
En la Argentina, se calcula que hay alrededor de 100 centros de este tipo. La muerte del oso polar Winner, ocurrida a fines del año pasado, reabrió el debate sobre la existencia de estos lugares. Un repaso, con voces en contra y a favor.
DETRACTORES
Las organizaciones proteccionistas ven con malos ojos la idea de que, en pleno siglo XXI, los animales continúen viviendo encerrados en pequeños reductos, muy alejados de su hábitat natural.
Para Carlos Fernández Balboa, Coordinador de Educación de la Fundación Vida Silvestre, pocos zoo cumplen con todas las características de un centro moderno, «el resto sigue con los criterios de los zoo victorianos donde prevalecen los temas recreativos».
«Es cierto que un animal en cautiverio tiene más expectativa de vida que uno que vive en la naturaleza. Pero eso no nos dice nada. Además, en nuestro país hemos confundido los zoológicos con centros de recepción de decomisos de fauna y ese no debe ser el rol de un zoo», asegura Fidel Bascheto, autor del libro Repensando los Zoológicos de Argentina. Para él, una solución sería adquirir tierras en ambientes naturales con la intención de crear en el futuro potenciales reservas.
Algo similar opinan desde la ONG Especismo Cero, defensora de los derechos de los animales, que presentó proyectos de cierre de los zoológicos. Sin embargo, aclaran que la clausura de estos centros debe ser «definitiva, en etapas y progresiva», liberando a los animales que pueden ser liberados y enfocando el resto de los recursos en los que no podrán serlo. La fundadora de la institución, Marcela Palavecino, plantea como solución la creación de santuarios, es decir, espacios donde los animales vivan en libertad sin ser explotados, con cuidados mínimos por parte de médicos veterinarios, solamente para asegurarles salud y comida.
«La única forma de devolverles la dignidad a los animales es creando parques nacionales donde las especies autóctonas continúen con su vida normalmente. La naturaleza hará su trabajo, se reproducirán y si la gente desea observarlos, puede realizar safaris fotográficos, ver filmaciones en 3D y hacer uso de toda la tecnología. Pero los animales deben vivir en su lugar de origen y no ser trasladados sólo por una cuestión de egoísmo humano», explica la profesora Myrta Montiel, presidenta de la asociación Canadian Voice for Animals de la Argentina, dueña del único santuario de caballos del país.
La Fundación Cullunche es una ONG de Mendoza que lucha contra el maltrato animal en cualquiera de sus formas. Para su presidenta, la veterinaria Jennifer Ibarra, el tiempo de vida en cautiverio de muchos animales se acorta porque son víctimas del estrés y de las dietas que no se asemejan con lo que ingieren en la vida natural. Desde la institución que preside, también brega por cambiar la realidad de estos seres que permanecen en cautiverio y, al igual que las demás organizaciones, es tajante en cuanto a su postura. «No habrá mejora real en ningún zoológico mientras sigan existiendo seres vivos sensibles privados de su libertad y de expresar su comportamiento natural, privados de comodidades, todo para satisfacer un objetivo del que todo humano puede prescindir», concluye.
DEFENSORES
Desde el punto de vista de los zoológicos, el rol que ocupan es fundamental para proteger y conservar las especies, ser una reserva genética de las que ya se extinguieron o que van en vías de ello, y llevar a cabo acciones educativas y de investigación. Sin embargo, muchas organizaciones protectoras de los derechos de los animales alegan que tener a una especie encerrada es sólo un capricho del hombre para su propio beneficio.
«Aunque hay quienes opinan que los humanos no tenemos derecho a privar a los animales de su libertad, los zoológicos se han convertido en importantes reductos de protección para especies salvajes en vías de extinción. Como los pandas en China, que son criados en diversos zoológicos para que no se extingan», asegura el Dr. Miguel Rivolta, director de Bienestar animal del Zoo de Buenos Aires, donde un equipo integrado por 73 personas cuida las necesidades de cada ejemplar. Además, año tras año realizan programas de conservación para distintas especies y, en muchos casos, después de cuidarlos y sanarlos, los liberan a la naturaleza.
«Hay pocos zoológicos victoreanos como en décadas pasadas, donde los enrejados saltaban a la vista. Ahora se trata de priorizar aquello que le ofrezca a los animales amplitud, higiene, agua limpia, asistencia veterinaria y comida, ‘lo más natural posible’. Aquí los ambientes son amplios y los animales tienen su techo, pero están al aire libre», precisa Oscar Gastiarena, presidente de la sociedad que explota el Zoológico y Parque Botánico «El Paraíso» de Sierra de los Padres. La mayoría de los más de 300 animales que conviven allí proceden de incautaciones hechas a gente que los tenía ilegalmente en su casa. De hecho, muchos pumas, zorros, reptiles, loros, carpinchos y aves llegaron al centro de esta manera.
El zoo de Luján también actúa como «centro de rescate» de ejemplares que provenían de circos y hasta de colecciones privadas. «Tenemos animales que de no habernos encargado nosotros estarían muertos. Desde monos y víboras hasta caballos de cartoneros. ¿A dónde se podría llevar a un puma que se escapó y anda por la calle? ¿O los más de 20 caballos lastimados y enfermos rescatados de la vía pública que fueron explotados hasta casi matarlos tirando carritos cargados de cualquier cosa? ¿A dónde sino al Zoológico de Luján?», asegura eufórico su director, Jorge Alberto Semino. Este zoo es un caso particular porque a diferencia de los otros centros, uno de sus mayores atractivos es la posibilidad de sacarse fotos con los animales más salvajes y hasta acariciarlos. «La base de todo es el amor, el respeto y la responsabilidad. Ellos tienen confianza en su cuidador y en la gente, y nos permiten compartir hermosos momentos de vida, paseos, mimos, peinarlos, cepillarlos y adorarlos como lo hacemos todos los días, desde hace 25 años», afirma..
Casos emblemáticos: el tráfico de animales es un problema que, por desgracia, sigue siendo frecuente en la Argentina y en el mundo. Muchas especies de los zoo provienen de la gente que las compró y que, por controles realizados, se les fue incautadas y llevadas a un centro. En el zoo «El Paraíso» de Sierra de los Padres una mujer tenía como mascota a Lito, un mono carayá. El simio usaba pañales, era bañado periódicamente y dormía con su dueña. Pero al quedar embarazada, su médico le dio a elegir entre el animal o su bebé. Como consecuencia, Lito fue llevado al zoo y cada vez que la mujer lo visitaba eran conmovedoras las escenas de cariño entre ambos, con abrazos apretados, y lágrimas por parte de su exdueña. «Esos monos, después de convivir con personas, rechazan a otros seres y hay que hacer una larga tarea para evitar que mueran de tristeza», afirma Oscar Gastiarena, presidente del zoo. Los más de 50 monos carayá que tiene el Zoológico de Luján fueron rescatados de casas de familia. «Hoy en día duermen con calefacción todas las noches, se les prepara sus cómodas camitas y hay camiones que les traen la fruta del mercado y un grupo de gente que les prepara la comida, los limpia y los cuida», manifiesta su director, Jorge Alberto Semino.
Cautiverio.