Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo http://www.sinmente.com/
55- Actuar en las dos dimensiones
La consciencia se relaciona con ser y cuenta con dos esferas inseparablemente unidas: consciencia de lo que se es y consciencia de lo que es:
+La primera se asienta en permanecer alerta: sé y siento lo que soy.
+Y la segunda, tiene ver con el espacio: sé y siento lo que es y que soy el espacio en el que surgen las formas cambiantes del aquí-ahora.
La expresión “Yo soy el que soy” (Éxodo, 3, 14) sintetiza de modo rotundo la consciencia de ser en su doble perspectiva: consciencia de lo que soy, consciencia de Ser, esto es, alerta; y consciencia de lo que es, consciencia de lo Real, es decir, percibir mi ser como espacio en el que surgen las formas y se despliega la vida… Como escribió William Shakespeare y puso en boca de Hamlet, “ser, o no ser: éste es el dilema” (Hamlet. Acto Tercero, Escena I). Y ser significa poder afirmar con legitimidad y certeza “Yo soy el que soy”:
+Permanecer alerta siendo y sintiendo en el aquí-ahora mi ser verdadero y subyacente, eterno, inmutable.
+Y constatar cómo mi ser es el espacio en el que se despliegan todas las formas del momento presente, que varían de instante en instante.
Nada es, por tanto, ajeno a mí mismo. Y tomo consciencia de que cada situación de la vida cuenta con estas dos dimensiones, que no están confrontadas, sino en armonía: la profunda y multidimensional del Ser, Yo Soy; y la de las formas del mundo tridimensional que se manifiestan en el espacio forjado por mi existencia… El yo físico, mental y emocional (el coche que utilizo para experienciar la vivencia humana) está en el mundo tridimensional, en el que, desde luego, hay que actuar (Movimiento). Y, bajo el mando del Yo Soy (Conductor), acometo las ocupaciones que correspondan, pero sin perder la consciencia de Ser (Quietud). Por esto precisamente, la mente no activa el piloto automático del ego y sitúa los pensamientos al servicio de la consciencia. Ya no hay inquietudes ni pre-ocupaciones. Los pensamientos que aparecen en la mente son los útiles y pertinentes para el ejercicio de las ocupaciones propias del aquí-ahora y que al aquí-ahora corresponden. Y si a veces surgen otros, ya no tienen importancia: se observan y se dejan pasar sin que produzcan influencia ni reacción alguna… Los conceptos tampoco son ya importantes. Se disfruta de un saber mucho más profundo que el que se plasma en conceptos mentales; una sabiduría innata que brota de manera natural del estado de alerta y quietud. Se actúa libre de culpa y sin estrés; sin los apegos e insatisfacciones del ego; y sin resistencia al momento presente. Y al emanar la presencia del Yo Soy, no se usa el aquí-ahora en otra cosa que no sea Amar… En el momento presente, de instante en instante, cada acción será sólo y absolutamente Amor incondicional. Un Amor que no es de este mundo, porque el mundo tridimensional es forma y este Amor radica en lo que no tiene forma, en la dimensión profunda que proyecto conscientemente a las formas del momento presente. Es un estado más allá de los pensamientos e imposible de captar como objeto mental en el que se percibe y vive que no soy uno, sino Uno. Indefinible, innombrable e indescriptible porque ningún pensamiento –ninguno- puede abarcarlo… Yo soy el Ser Uno hasta el punto de que no puedo explicar con palabras la realidad de la Unión. Yo Soy la Sabiduría y, sin embargo, me es imposible utilizar los conceptos, no tengo ningún pensamiento o definición de quién soy porque lo real escapa de las categorías mentales. Yo Soy un continuo momento presente en el que lo eterno se desenvuelve. Yo Soy Creación y Yo Soy la Consciencia e Inteligencia que me hacen Creador. Yo Soy el Espacio en el que todo surge. Yo Soy el Amor incondicional que el ego no entiende y que Yo, Yo Soy, un estado de Dios, Dios mismo, plasmo en el plano humano para que el Amor fluya en la tridimensionalidad… Y en aquí-ahora, de momento en momento, vivo diciendo sí a la vida: Vivir Viviendo, siendo un Vividor.
56- Cuando cesas de ser yo, te transformas en Dios
Tu existencia es la vida y la vida es tu existencia. Eres la vida en su totalidad e integridad, sin excepciones: la vida que en ti bulle y palpita y sobre la que ahora permaneces alerta (vivo, existo, soy); y la vida toda que se mueve y desenvuelve a tu alrededor y de la que tú eres el espacio que la hace posible. Y en esta toma de consciencia, cesa todo lo que antes conjugabas como “yo”, “me”, “mí”, “mío” o “mi”… Flotando en el Río de la Vida, percibes que no es que flotes en él, sino que eres el río, que eres la Vida: ¡la vida eterna!… Eres mucho más allá de lo que hasta ahora venías considerando “tu” vida porque eres la propia vida –Unicidad– en todas sus manifestaciones y expresiones –diversidad–. Eres todas las formas y modalidades de vida de la Creación y el Cosmos y, a la vez, no tienes ninguna identidad concreta –ni física ni álmica espiritual; ni individual ni colectiva–. Eres Nada y, por lo mismo, eres Todo; eres Todo y, por lo mismo, eres Nada. Vives la experiencia de «Nadeidad», que abre las puertas a la experiencia de «talidad» y naces de nuevo -«Nataldeidad»- para no ser nada, siendo todo; para ser todo, siendo nada… Ya no hay límites ni separación. No existe un punto, un lugar, una frontera donde termines tú y empiecen las cosas y los otros. Ya no hay ruptura ni fragmentación alguna… La Humanidad, la Naturaleza, el mundo y el Cosmos siguen ahí. Sin embargo, sus componentes ya no son objetos, sino que forman parte de ti: la roca ya no se sostiene en el exterior, sino dentro de ti; la flor ya no florece fuera, sino que brota en ti; los pájaros ya no vuelan en el cielo, sino en tu interior; el Sol ya no es una luz distante, sino que brilla en tu seno; las estrellas ya no son destellos en el espacio, sino que vibran en ti; el otro ya no es otro, sino que vive en ti y es tu propia vida. ¡Desde la Nadeidad, vives la talidad, la totalidad! Ha saltado hecha añicos la barrera que te separaba de lo real. Esa barrera era la mente y ya no existe. Ella hacía que percibieras objetos a tu alrededor y a ti como sujeto distinto de ellos, pero ahora ves más allá de la mente y te percatas de que la división entre los objetos y el sujeto era sólo un sueño… Ciertamente, la roca, la flor, los pájaros, el Sol, la estrella o el otro no se evaporan. Continúan estando ahí. Sin embargo, ahora carecen de fronteras, no están limitados: la figura y el fondo se vuelven uno, sus identidades han desaparecido. Ya no son objetos y tú dejas de ser un sujeto. Lo observado está en función del observador; y el observador se convierte en lo observado. Esto no significa que te hayas convertido en roca. Pero al no haber mente, no existe ninguna línea divisoria que te separe de ella; y la roca ya no tiene ningún límite que la separe de ti. Ambos os habéis encontrado y fundido. Tú sigues siendo tú, la roca sigue siendo la roca, pero existe una unión… La visión acerca de tu existencia como sujeto se debía a la percepción que tenías de los objetos de tu entorno: tus límites existían a causa de los límites que a través de tus sentidos corpóreo-mentales conferías a las cosas que te rodean. Y al perder ellas sus límites, tú pierdes los tuyos. Entonces estalla la Unicidad: la unidad de la vida, de la existencia… Ya no está el “yo”. Ya no eres y aún así eres. Realmente, por primera vez existes. Eso sí, como el todo, no como el individuo, lo sujeto, lo limitado, lo demarcado.
Ésta es la paradoja: te pierdes a ti, pero ganas el todo
Es la paradoja implícita a la vivencia y la experiencia del Yo Soy, que es, a la vez, la del no-ser: cuando te pierdes a ti mismo, te conviertes en el mundo entero; cuando cesas de ser yo, te transformas en lo que siempre has sido, es decir, Dios.
***