La palabra NEGOCIAR puede inspirarnos distintas concepciones, que van a depender de las creencias, los prejuicios y la historia personal que cada uno de nosotros lleve consigo. Negociar es una transacción entre dos partes, es un juego entre personas que debe cumplir ciertas condiciones.
El ser humano, por ejemplo, no podría llevar adelante su existencia sin negociar, si lo tomamos aunque sea sólo respecto del intercambio de bienes materiales. En otro caso extremo, negociar puede llegar a ser interpretado erróneamente como algo que lleva implícito el concepto de rendición.
¿Que significa NEGOCIAR entonces?
Si vamos al caso, NEGOCIAR se puede definir como TRATAR UN ASUNTO O ALGÚN TIPO DE CONFLICTO PARA LLEGAR A UN ACUERDO O A ALGUNA SOLUCIÓN SATISFACTORIA PARA AMBAS PARTES.
Es decir, entonces, que significa resolver, solucionar, darle fin al conflicto de manera que AMBAS PARTES obtengan parcial o totalmente un beneficio, lo que implica a veces ceder algo a la otra parte de manera de que ésta también quede conforme.
Pero también alguien podría interpretar el NEGOCIAR como “hacer un negociado”, término muy de moda últimamente, en cuyo caso estamos hablando de algo no del todo claro y honesto. Por supuesto que no estoy refiriéndome a ese caso, aunque también se aplique a lo que quiero expresar.
¿Negociar en la pareja?
¿Qué pasa si el “negociar” se aplica a la relación de pareja? En esta área puede llegar a originarse la mayor fuente de conflictos entre dos personas. A otro alguien puede caerle mal este concepto, pues dirá que en la pareja sólo cabe el amor y si la relación se convierte en un negocio, el amor ya no tendrá sentido. Pero no hablamos de hacer un negocio, sino de negociar, hacer una transacción. Y podemos hacerla con amor, demostrando amor al hacerla.
Siempre, todo el día, estamos haciendo “transacciones”, por ejemplo: “Buen día, ¿Cómo estás?” y su respuesta corriente “Yo bien ¿Y vos?”. Eso ha sido más allá que un saludo, es una transacción directa (benéfica, funcional) entre dos personas que se encontraron y no sólo se saludaron con un “Buen día”, sino que hubo mayor acercamiento, mayor dedicación, mayor “caricia” diría el autor Eric Berne en su libro “Juegos en que participamos”.
¿Cuáles serían las ventajas de “negociar”?
“Negociar”, en el buen sentido, tiene innumerables ventajas. La primera de ellas, implica SUPERVIVENCIA. Supervivencia de una relación, de un negocio, de un trato, de una sociedad, hasta de una agrupación o de un partido político. Negociar entre dos países puede evitar una guerra. Es también una especie de “reparación” hecha en un mecanismo trabado que no llega a funcionar aceitado como corresponde.
¿Se puede negociar cuando no hay una contraparte sensata?
NEGOCIAR también trae la necesidad de que intervenga el concepto de INTELIGENCIA. Es imposible negociar si no se aplica el sentido común, la sensatez y la habilidad en dialogar correctamente. La inteligencia a la que me refiero no significa alto coeficiente intelectual, sino la habilidad de tener cintura, o de “hacerla” si uno no la tiene, de tal modo de adaptarse, porque lo que no se adapta, se muere. Para negociar, hay que tener una mente lo más abierta posible.
Me refiero entonces con “inteligencia” a saber detectar cuando el viento ha cambiado y mover las velas en consecuencia (negociar con el viento); cambiar el rumbo para no cambiar de objetivo. Si tienes viento de costado, sabrás que no debes apuntar la nariz de tu avión hacia tu objetivo, porque nunca lo alcanzarás ya que el viento arrastrará al avión hacia otro punto.
¿Se puede negociar si no hay honestidad?
Por otro lado, NEGOCIAR también puede significar blanquear una VERDAD. La honestidad en el planteo de los términos y condiciones de la negociación puede ser una demostración de buena voluntad hacia arreglar el problema. Y eso, indirectamente, ayuda a que se dé la negociación.
El concepto universal “YO GANO, TÚ GANAS”
Cualquier persona sana y con buena intención buscará resolver la cuestión de la manera más inocua y razonable posible, porque el concepto de “YO GANO, TÚ GANAS” es el principio universal de cualquier relación próspera, especialmente en el comercio. Y ninguna negociación queda exenta de este principio, sea del carácter que sea.
Si YO NO GANO algo, ya no querré negociar contigo. Si TÚ NO GANAS ALGO, ya no querrás volver a negociar conmigo. Si ninguno de los dos GANAMOS ALGO… ¿Para qué negociar entonces? La negociación necesariamente debe traer beneficios mutuos, aunque a veces implique la aceptación de una concesión parcial hacia el otro.
La confianza es esencial
Para negociar, debe establecerse necesariamente un cierto porcentaje de CONFIANZA. Debo mostrarme confiable para que la otra persona entienda que busco una solución responsable, que estoy dispuesto seriamente a replantear la cuestión, que estoy sumamente interesado en resolverla y que no lo hago solamente para sacarle ventaja.
Y si bien, no podemos vivir confiando a ciegas en todo y en todos (porque resultaría sumamente peligroso), tampoco podemos llevar una vida de desconfianza total, porque eso nos volverá huraños y solitarios, nos apartará del juego y de ese modo, nuestra forma de vida corre también peligro y puede llegar a perder el sentido.
¿Puede servirme intentar negociar y que no dé resultados?
El hecho de intentar negociar, aunque no fructifique, tiene el beneficio de ayudarnos a detectar a aquella gente tóxica que no es conveniente para nuestra vida. Es decir, con alguien que no se puede negociar de ningún modo, no se podrá mantener ninguna relación estable, ningún tipo de transacción directa, porque será siempre una imposición unilateral, un capricho autoritario, una manipulación y a nadie le gustará mantenerse esclavo incondicional de los antojos de otro.
Un ejemplo triste pero real
Cierto alguien muy cercano a mí, un Leo Ascendente Leo, acostumbraba a proclamar, sin ponerse colorado, con esa frescura e inocencia típica que poseen los Signos de Fuego: “Yo nací para mandar”.
Obviamente, sólo un Leo Ascendente Leo que no pueda ver más allá de la punta de la nariz, expresará en voz alta ante los demás esa simple frase, muy alegremente, que podrá despertar diversas clases de emociones. Y el personaje, sin siquiera percatarse de ello, declarando a todos, en pleno convencimiento de su verdad.
Cuando uno escuchaba esas palabras, se preguntaba: “Vos naciste para mandar… ¿Y yo qué, nací para ser tu sirviente?”.
Resulta obvio que una persona que se expresa abiertamente de esa forma, será absolutamente incapaz de negociar. Lo que nos deja estas opciones: o cedemos (lo que sería un daño para ambas partes) y le entregamos todo el poder, o reaccionamos y nos oponemos firmemente (que también significa que le estamos dando poder) lo que inevitablemente llevará en algún momento a conflicto, más tarde o más temprano. O bien, por una razón de sanidad, lo soltamos y lo dejamos ir de nuestra vida.
Otra opción la representa la actitud que tenía la esposa de este señor, que siempre le decía que sí, pero luego lo manipulaba hábilmente a fin de que él terminara haciendo lo que ella quería, pero convencido de que era SU propia decisión.
Esto representaba una solución en la cual esta mujer dejaba de lado todo principio de honestidad, que si bien a ella le resultaba muy beneficiosa porque siempre se salía con la suya, consiste realmente en una estrategia poco leal con su marido, porque está muy claro que: quien te manipula, no te ama.
Un intento de negociación… ¿Servirá de algo en este caso? Depende. Puede que uno decida resignarse a adoptar un segundo lugar, cediendo para no tener problemas (por el momento) o bien, sirve para detectar que no tiene sentido intentar dialogar con alguien así, y entonces, calladamente, poner rumbo a otros mares.
Por supuesto, a este señor mencionado le costó mucho sobrevivir, su corazón (Leo rige al corazón) no lo resistió, porque él elegía luchar para imponerse en lugar de negociar; él no podía entender que el mundo no giraba en torno a él (típico defecto Leonino, cuando lo hay), no comprendía que había que acompasar al mundo, negociar con el mundo, transaccionar, buscar el equilibrio dinámico.
Negociar no una vez, negociar todos los días, porque la vida es movilidad. Por oposición, aprendí mucho de él sobre este tema. Él era mi padre. Y posiblemente me haya sido muy útil para entender que yo no debía comportarme así; algo por lo que debo estarle agradecido.
¿Hay un momento para negociar?
Aprender a detectar el momento exacto en que ha llegado la hora de negociar, es una habilidad muy fructífera, sumamente funcional. Por ejemplo, digamos que durante el invierno vendo estufas, pero en el verano, ventiladores, y con lo que gano de vender ventiladores, compraré más estufas para vender en el invierno; me adapto y sobrevivo. Obtengo beneficios.
No es tan difícil, pero muchas veces se nos vuelve difícil. Si bien, aparenta ser más difícil de lo que en realidad es. Porque no queremos salir de nuestra Zona de Confort, sin darnos cuenta de que si no lo hacemos, estamos poniendo en peligro justamente nuestra amada Zona de Confort.
En otro caso, por ejemplo, si veo que se me están presentando problemas con alguien, no debo esperar a que el asunto caiga por gravedad; debo apelar a la capacidad de negociación de ese alguien para resolver el asunto. En la pareja, en una sociedad, en un negocio, en el trabajo, en la familia, en la calle, en todos lados. Negociar, transaccionar, obtener la satisfacción de haber logrado el acuerdo, pero sin frustrarse por no poder acordar en el caso opuesto.
Las variantes en juego
Acometo entonces la cuestión y los resultados pueden ser dos. Si las posibilidades resultan ser más de dos, es que no estoy haciendo las cosas bien. Son solamente dos: o se arreglan (¡Aleluya!) o se rompen (¡Aleluya!), pero sería muy malo que ni se arreglen ni se rompan y se postergue una agonía y una lucha estéril, un roce desgastante, puesto que ya hubo confrontación y por eso pueden quedar rencores, lo que no llevará a un final agradable, de todos modos.
Si la otra parte acepta de buen grado la negociación, he triunfado aunque en dicha negociación yo haya perdido algo, porque conservo la relación; y mejor aún si lo hice con inteligencia y he sabido ceder, pero también capitalizar lo que haya ganado.
Pero si la otra parte no acepta la negociación, entonces he ganado también aunque haya perdido la relación, porque era una relación tóxica para mi vida y entonces, mejor librarse de ella. ¿No dio resultados? No importa, me sirve para ir aprendiendo a negociar cada vez mejor; y eso, es una ganancia.
Negociar… ¿Hasta dónde?
Debe quedar en claro, además, que toda negociación tiene un límite, que estará puesto por el punto exacto en que los valores y los principios de vida de cada uno pasarían a ser desbordados. Los límites, cuando son respetados, siempre fortalecen la relación y hacen que la negociación sea más natural y sencilla, y hacen además a la confianza.
Negociar, negociar y negociar. Inteligencia, sentido común, cintura, veracidad, confianza, compromiso, aceptación, “yo gano, tú ganas”… son los secretos para una trasacción directa satisfactoria. ¿Cuáles son las reglas del juego? Las de siempre: el amor y el respeto mutuo. Con ellas se obtendrán el beneficio y la satisfacción de una correcta negociación.
El Sendero Del Ser. Bendiciones. Leo
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