Es cierto que han desarrollado la gran mayoría de los medicamentos que hoy salvan vidas, pero también lo es que han cosechado ganancias increíbles al hacerlo. En algunos casos márgenes de hasta 42%, algo difícil de lograr en otros territorios.

Hay medicamentos que cuestan arriba de US$ 100.000 el tratamiento completo y ahora, con el surgimiento de las drogas biotecnológicas, hasta ese valor se queda corto. Mucho se habla del famoso vencimiento de las patentes, que son las que otorgan esos diez años de gracia durante los cuales se les concede exclusividad para que puedan recuperar los años de inversión en investigación y desarrollo.

Los laboratorios argumentan que comienzan las pérdidas en cuanto al expirar una patente, los medicamentos genéricos que copian sus fórmulas entran al mercado con precios más bajos. Eso, según investigaciones recientes, tampoco es así. Big Pharma sigue ganando. Ellos siguen promoviendo sus marcas de alto valor.

Si bien es perfectamente legal poner a un medicamento lo que un laboratorio cree que vale, o lo que el laboratorio necesita que valga para que le resulte rentable, moralmente es un quiebre en el pacto tácito entre las farmacéuticas y la población enferma. Esto es lo que opinan muchos observadores.

Dicho en forma más cruda: importa más el negocio que contribuir a curar enfermos.

No hace mucho se generó un escándalo cuando Martin Shkreli subió nada menos que 5.000% el precio de un medicamento para el SIDA, pero sin llegar a esos extremos es práctica común entre las grandes farmacéuticas aumentar sin pausa el precio de sus medicamentos. Además, la práctica de imponer marcas caras frente a genéricos más baratos hace perder al sistema miles de millones de dólares por año.