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Desde 1989, dos años antes de su independencia en 1991, la exrepública soviética de Uzbekistán tuvo un único líder: Islam Karimov.
Tras sufrir un derrame cerebral la semana pasada, hecho que derivó en varios días de especulaciones sobre su estado de salud, este viernes el gobierno uzbeco confirmó la muerte de Karimov a los 78 años.
La importancia e influencia del país más poblado de Asia Central y uno de los regímenes más represivos del mundo puede pasar desapercibida para quienes no siguen la novela del «gran juego» geopolítico de la región.
Sin embargo, el fin de la era Karimov tiene el potencial de generar ondas de impacto que pueden estremecer una de las regiones más inestables del mundo, recrudeciendo conflictos adormecidos, estableciendo condiciones para el avance del radicalismo islámico y generando una nueva corrida internacional por valiosos recursos minerales.
Un país clave
Durante los 27 años de gobierno de Karimov, la política exterior uzbeca alternó entre periodos de aproximación a Estados Unidos con otros de mayor cercanía con Rusia y China.
Y es que Karimov entendía la importancia estratégica de su país.
Desde el punto de vista económico, es clave por su riqueza de recursos. Uzbekistán posee reservas enormes de petróleo y gas. Además, es el séptimo productor de oro del mundo.
Todo esto en un mercado cerrado con 30 millones de personas sedientas de productos, lo cual es muy atractivo para las empresas extranjeras.
Más si se tiene en cuenta que Uzbekistán es el corredor de exportaciones de sus vecindarios ricos: de China para Europa y viceversa. En otras palabras, la Ruta de la Seda contemporánea.
No obstante, el mayor peso del país sigue siendo el geopolítico. De ahí viene la preocupación del mundo con una transición suave y predecible, que no genere protestas o disturbios sociales.
¿Transición pacífica?
Parte del legado soviético son las fronteras imperfectas. Miles de uzbecos viven en zonas disputadas por los vecinos Kirguistán y Tayikistán, lo cual de forma esporádica y transitoria despierta tensiones que son controladas rápidamente.
¿Qué pasaría si el nuevo líder uzbeco decide meter el dedo en esas heridas? ¿Qué pasaría si, en una ola de agitación social y política, Uzbekistán se sumergiera en el caos?
El mayor temor internacional ante estos posibles escenarios es que la larga frontera con Afganistán se vuelva porosa y el país se convierta en una nueva base para los talibanes, provocando el surgimiento de movimientos islámicos extremos en un país donde los musulmanes han sido reprimidos, encarcelados y hasta matados.
Por ende, los analistas creen de forma casi unánime que la transición en Uzbekistán debe transcurrir sin sobresaltos, sin generar cambios radicales en el ambiente local de represión.
El silencio de las autoridades del país luego del derrame que sufrió Karimov sugiere que la clase gobernante se vio envuelta en frenéticas negociaciones para encontrar una persona que, como el presidente, sea consensuado y tenga la capacidad de equilibrar los distintos intereses en juego.
Sin embargo, no será fácil encontrar a esa persona. Y en caso de que se demoren, existe el riesgo creciente de inestabilidad.
De todos modos, Karimov eliminó la oposición política a lo largo de sus años en el poder, cuando construyó una estructura que garantizara el status quo. Una estructura a favor del líder.
Tras ser elegido, será cuestión de ver de qué lado termina estando el nuevo presidente: de Rusia, con sus deseos de «reconquistar» la hegemonía en la región, o de Estados Unidos.