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Para el escritor venezolano Rodrigo Blanco Calderón, de 35 años, Caracas no es solo un escenario en su obra, sino un personaje en sí mismo que «puede matar».
A medida que fue desarrollando su narrativa, la violencia de la ciudad donde nació y la crisis económica, política y social que recrudecía en el país fueron impregnando a sus personajes.
Por ello, dice formar parte de una «generación de escritores en la era del chavismo», el grupo gobernante que se ha mantenido durante casi veinte años en el poder y fue liderado por Hugo Chávez.
Es autor de tres libros de cuentos que merecieron reconocimientos y de la novela The Night (2016), que obtuvo el prestigioso premio Rive Gauche 2016 en París, Francia y se publicó en francés por la editorial Gallimard, una de las más importantes de ese país.
Ahora residente en París, el caraqueño conversó con BBC Mundo en el marco del Hay Festival en Querétaro.
Con 35 años, se ha formado como escritor en el contexto histórico del chavismo en Venezuela. ¿Cómo se ha reflejado esto en su obra?
Entro a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV) en octubre de 1998, dos meses antes de que Chávez llegara al poder. Somos la generación Chávez.
La marca «Chávez» está desde todo punto de vista, aunque no lo veo tan relacionado con el personaje mitológico o histórico sino con las transformaciones que se dan en el país a partir de diciembre del 98.
Esas transformaciones no se sintieron de forma tan fuerte en los primeros años de su gobierno, cuando empecé a escribir y me centraba en tribulaciones más intimistas, de un muchachito de Letras que se enamora y conoce la calle.
Eso va cambiando porque cada vez lo externo empieza a influir más en lo que le pasa a mis personajes.
En libros como «Los Invencibles» (2007) y «Las Rayas» (2011) es evidente que Caracas es un personaje que juega un papel allí más allá del escenario. Es una entidad que te puede matar o que puede alterar tus planes.
Creo que mucho de lo que he escrito surge de ese país que ya no es, que es el de mi infancia y adolescencia, y del país que ha existido durante mi juventud y adultez.
¿Cuáles fueron las dificultades con las que se encontró al ser un joven escritor en Venezuela?
Por un lado, las que son totalmente individuales de ir encontrando una voz.
Por el otro, hubo muchas dificultades prácticas y no solo porque era escritor. Cualquier profesión en Venezuela debe sobreponerse a una cantidad de obstáculos tremenda.
Trabajé durante 10 años como profesor de Letras en la UCV con un sueldo de hambre, que me obligaba, como a todos los profesores universitarios, a tener muchos trabajos a destajo.
Nunca lo llegué a ver como un problema. Era mi realidad y la de mis amigos escritores. Eso era así y no había otra posibilidad.
Sin embargo, no tuve tropiezos para publicar porque mi primer libro coincidió con un momento boyante en el mercado editorial venezolano, entre 2003 y 2005. Ahí empezaron a llegar las trasnacionales como Mondadori y Alfaguara.
Con la crisis se fueron, pero eso ayudó al surgimiento de editoriales independientes en el país.
¿Cómo ve la literatura venezolana más reciente en el contexto latinoamericano?
Uno pudiera hablar de qué cosas han logrado los escritores venezolanos en los últimos años. La literatura venezolana es una de las grandes ausentes del Boom y del post-Boom también.
Afortunadamente eso se ha ido resarciendo un poco. Ha habido una cantidad importante de premios internacionales que han ganado poetas y narradores venezolanos y que poco a poco han provocado que en instancias internacionales se sepa que sí hay una literatura venezolana con capacidad de proyección, a la vez que con capacidad de diálogo interno y que también está hablando de lo que pasa en el país.
¿Cuáles son algunos de esos autores?
Insisto en que lo mejor de nuestra literatura está en la poesía. Es el caso de Eugenio Montejo y Rafael Cadenas. Los jóvenes poetas también han tenido reconocimiento internacional, como Luis Enrique Belmonte, Adalber Salas.
En narrativa hay una corriente muy interesante que son los escritores venezolanos que llevan ya un buen tiempo radicados en España, como Juan Carlos Méndez Guédez, Juan Carlos Chirinos, Eduardo Sánchez Rugeles y Slavko Zupcic, entre otros.
Creo que la literatura venezolana tiene una posición en el contexto internacional que antes no tenía.
¿Considera que la crisis en Venezuela reflejada en la literatura se ha vuelto un tema atractivo para el público que no vive ahí?
Por razones comerciales mi novela se ha promovido explotando el tópico de que una parte de ella está ambientada en la Venezuela chavista, de los cortes eléctricos y la crisis.
Pero en ella no hay ni una mención a Chávez. Más bien se hace referencia a una cantidad de historias que te hablan de que el país estaba mal desde antes.
Lo importante no es la cosa coyuntural de ahora, llámese Chávez, llámese Gómez o Pérez Jiménez (ambos expresidentes militares). Me interesan cosas más de fondo. De cómo un fenómeno como Chávez hizo emerger cosas en la sociedad venezolana que ya estaban allí.
En su novela The Nighthace un enlace entre la Venezuela de hoy y la del gobierno militar de Marcos Pérez Jiménez, en la década de los 50, cuando varios escritores fueron perseguidos, encarcelados y otros se exiliaron. ¿Por qué?
No tuve ninguna intencionalidad política con esto. Parto de historias y una vez que empiezo a escribir, hago uso de todo el bagaje de lo que he oído, leído.
En este caso, la cosa partió de mi fascinación por la obra del escritor venezolano de esa época, Darío Lancini, lo interesante que fue su vida y de la poca información que había sobre él.
Muchos autores han producido sus mejores trabajos ya avanzados en edad. Como un escritor joven, ¿le ha pasado que no se lo tomen en serio?
En el fondo, creo que sí me ha pasado eso. Solo que no me daba cuenta. Me daba cuenta a medida que pasaba el tiempo, iba publicando y continuaba o sigo siendo una «joven promesa».
Esas son las etiquetas que se utilizan y ahí evidentemente hay algo que no creo que sea mala fe, sino un gesto automático de asociar el carácter de una obra con la edad del autor.
Ahora que está viviendo en el extranjero, ¿cómo se ha transformado su escritura, tan atada al país?
Buena parte de mis temas literarios siguen estando allá. Caracas es mi ciudad y no creo que la situación haya cambiado mucho desde que me fui hace 10 meses.
Creo que todos los venezolanos se sienten deprimidos, asfixiados, paralizados. Creo que el país vive ahora una parálisis terrible que nos desgasta día a día.
Yo estaba paralizado y tuve que renunciar a mi trabajo de profesor porque el sueldo no me alcanzaba y no estaba motivado para nada.
Es la sensación de que todo va a peor en un nivel y a la vez nada cambia. Es una impresión porque en realidad sí están cambiando las cosas.
Salirse de allá un tiempo te hace retomar la perspectiva sobre cómo las cosas deberían ser. Tener cinco trabajos al mismo tiempo pasa ahora, pero no debería ser. Son cosas que uno descubre en toda su fuerza y nitidez cuando sale del país.
Mi visión del país no se ha cortado. No creo que cambie, más bien se intensificará al sumarle lo que ya viví y la experiencia de verlo desde afuera.