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Se conocen datos muy bien contrastados sobre el destete de los simios antropoideos. En chimpancés y gorilas la edad en la que las crías dejan de tomar la leche de sus madres se ha estimado entre 4,5 y 5,5 años, mientras que los orangutanes baten todas las marcas, con una edad de destete que llega a los 7,5 años. Teniendo en cuenta que el período de fertilidad de las hembras de estas especies (caso de que sobrevivan hasta el final de su época reproductora) no supera en ningún caso los treinta años, el número de crías que cada hembra puede llegar a sacar adelante es muy bajo. Las hormonas del hipotálamo (GnRh) y la pituitaria (prolactina) inhiben la ovulación de las hembras durante su lactancia intensa y a demanda. Esta “estrategia reproductora” hace que el crecimiento demográfico de las poblaciones de simios antropoideos permanezca muy estable en condiciones normales. Considerando la presión humana que sufren nuestros primos hermanos, tanto por la caza incontrolada como por la pérdida de extensión de sus hábitats naturales, sus expectativas de supervivencia como especies de la biosfera son ahora muy bajas.
En las poblaciones humanas de cazadores y recolectores que no controlan la natalidad la duración de la lactancia llega en algunos grupos hasta los 3-4 años. El promedio del comienzo del destete de todos estos grupos se ha estimado entre los dos y los tres años. Como bien sabemos, la lactancia es la manera más eficaz de alimentar a las crías de los mamíferos, incluyendo por supuesto a nuestros hijos. No solo se asegura una crianza adecuada para cada momento del crecimiento, sino que permite un desarrollo exitoso del sistema inmunitario de los niños. En ese sentido y gracias a una lactancia muy prolongada los simios antropoideos consiguen que sus crías lleguen a su fase juvenil en condiciones óptimas tanto en lo que concierne a sus capacidades locomotoras, como a su sistema inmunitario. Caso de no tener que sufrir la presión humana, los chimpancés, gorilas y orangutanes tendrían un futuro halagüeño.
Pero, ¿qué sucede con nuestra especie? La lactancia intensa se ha reducido casi a la mitad con respecto a la de los chimpancés y, además, nuestro desarrollo se ha prolongado en seis años. En condiciones naturales sin el apoyo tecnológico de las sociedades modernas, los miembros de nuestra especie y tal vez los de especies próximas (por ejemplo, los neandertales) nos hemos enfrentado a una situación muy diferente a la de los simios antropoideos. Destetamos a nuestros hijos cuando aún no han completado plenamente el desarrollo de su sistema inmunitario y cuando su capacidad neuromotriz todavía está muy lejos de ser óptima. Es evidente que en condiciones naturales todavía existe un riesgo muy importante para su integridad (enfermedades, patógenos, predadores, accidentes, etc.). Es lo que la investigadora Gail E. Kennedy (en la actualidad profesora emérita de la Universidad de California) denominó el “dilema del destete”.
Gail Kennedy defiende que hace unos 2,5 millones de años la selección natural dio un giro importante en las especies de la genealogía humana. El incremento progresivo de las capacidades cognitivas habría sido desde ese momento más importante para la supervivencia (y, por tanto, para conseguir reproducirse) que la protección de una lactancia muy prolongada. Nuestro cerebro estaba creciendo en tamaño y complejidad, aunque su pleno desarrollo cada vez se alcanzaba más tarde. La duración de la lactancia se habría ido acortando, permitiendo así la disminución del intervalo entre nacimientos y el consiguiente crecimiento demográfico. El resultado de este cambio lo conocemos bien. No solo nos expandimos por toda África y Eurasia y mucho más tarde por las Américas y Australia, sino que ahora somos cerca de 7.000 millones de individuos en el planeta. Sin duda, el incremento sustancial de las capacidades cognitivas ha sido clave en esa expansión y en el éxito momentáneo de nuestra especie.
Pero, ¿como conseguimos reducir el tiempo de lactancia sin comprometer la supervivencia de la crías? Para Gail Kennedy no hay otra explicación que el consumo de alimentos con suficiente potencial calórico como para dar continuidad a los beneficios de la lactancia. Las posibilidades para conseguir carne y grasa de animales tuvo que ser decisivo en esa transición. Esta es la hipótesis que defiende Kennedy. Recordemos que el destete no es un suceso puntual en nuestra vida, sino un proceso. Llegada una determinada edad, los homininos pudieron complementar la lactancia con alimentos muy calóricos procedentes de la caza de animales y tal vez de la pesca, como hemos defendido en un post reciente. Esto es lo que hacemos en la actualidad con nuestros hijos, por lo que no parece ningún secreto ni un gran descubrimiento científico. Para completar el escenario de Gail Kennedy, es conveniente recordar que la crianza de nuestros hijos en el pasado dejó de ser un trabajo individual de cada madre (como sucede en los simios antropoideos), para convertirse en un trabajo colectivo. Incluso, ese cuidado de las crías tuvo que llegar a tener un alto componente de tipo aloparental, en el que participa una buena parte del grupo y no solo los padres. Así que el cambio de dieta y la socialización en el cuidado de las crías posiblemente jugaron un papel primordial en que hoy en día seamos lo que somos.