alejandrolodi.wordpress.com
“Purple Jesus” Alex Grey
Todos sufrimos perjuicios. Todos somos víctimas de actos de terceros.
No se trata de anular esa dimensión de la experiencia.
Se trata de discriminar entre «ser víctima» y «victimizarse».
No es un juego de palabras. Es un ejercicio de diferenciación que genera un significado radicalmente distinto a una misma vivencia.
Ser víctima es ser afectado por un hecho que no decidimos protagonizar. Es sufrir las decisiones egoístas, arbitrarias e incluso crueles de otros que vulneran nuestra sensibilidad y nuestra dignidad.
Pero, victimizarse es otra cosa. La victimización es una respuesta (a veces una reacción) a las acciones de los demás que nos perjudican. Victimizarse es una específica respuesta (a veces deliberada, a veces inconsciente) al hecho de ser víctimas.
La victimización puede traducirse en una exageración del hecho perjudicial para subrayar la culpa del otro ante la mirada de una autoridad con capacidad de sancionar. Lo sabemos hacer desde niños (quizás nunca de modo tan efectivo y creíble como cuando niños). Una manera de convocar hacia nuestra persona la atención de los padres y de que la retiren de ese “hermano mayor que nos pega” o ese “hermano menor que arruina nuestros juguetes”. Victimizarse es ganar el favor de otros. Es obtener un poder en contra de quienes nos sentimos perjudicados o -más oscuramente- queremos perjudicar. Victimizarse es una acción que delata un uso del poder.
Victimizarse puede ser una estrategia para eludir la responsabilidad de los propios actos, para narcotizar la carga de culpa a la que nos exponen. Convencernos (y convencer) de que somos víctimas ante situaciones en las que otros nos acusan de victimarios o en las que ejecutamos acciones que pesan en nuestra conciencia. La victimización como coartada para evitar la sanción de los demás, el reclamo de aquellos a quienes perjudicamos o el ingrato encuentro con una verdad que cuestiona nuestra imagen luminosa. La victimización es un mecanismo de defensa.
Hacer identidad en la victimización configura un mundo de opresores.
Victimizados nos convencemos de que “no podemos porque alguien no nos deja”.
Victimizarse exime de comprometerse con los propios talentos. Asumir nuestros dones requiere audacia, demanda riesgo, confianza en sí mismo y -sobre todo- convivir con el miedo a fracasar.
En la victimización eludimos esa incomodidad e invertimos (o dilapidamos) toda esa energía en la excitación por denunciar a quien “no nos da permiso”.
Victimizarse rinde el beneficio de hacer culpables a otros de nuestra angustia de no ser capaces.
Es obvio que somos víctimas de sucesos. No obstante, tomar responsabilidad de aquella situación de la que somos víctimas es lo opuesto a victimizarse. Atravesar la experiencia de ser víctimas trasciende la victimización. Es asumir esos hechos dolorosos como desafío, como portal a otras potencialidades de nosotros mismos. Genera un sentido, activa una dirección. Ser responsables de los hechos de los que somos víctimas nos compromete a profundizar en nuestra alma, a ponernos al alcance de voces hondas y ciertas.
La victimización nos fija en una posición que reproduce (o incluso necesita sostener) al victimario. Desistir de la victimización es liberarse del victimario. Expandir y enriquecer la percepción de nuestra vida a partir de la experiencia de la que somos víctimas es el triunfo sobre nuestros victimarios: el poderoso acto mágico de asistir a un beneficio generado en los mismos actos que nos perjudicaron, de haber transformado a nuestros perpetradores en involuntarios puentes a gracias.
Ser víctimas nos expone a un íntimo reto en nuestra existencia.
Podemos -con el dolor a cuestas- aceptarlo;
o también desconocerlo y permanecer victimizados.
Dar una respuesta u otra no es cuestión de voluntad ni de mandato,
sino de honestidad vivencial, de sincerarnos en el propio corazón.
El propio corazón. Al fin y al cabo, a nadie más le debemos cuentas.
***