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Juan Cabré Aguiló. Así se llamaba este arqueólogo español, nacido en la provincia de Teruel el 2 de agosto del año 1882 y que, armado con carboncillos y simple papel de calco, sentó las bases de la arqueología moderna y cambió, por siempre, la visión que los españoles habían tenido sobre las pinturas rupestres hasta ese momento.
Juan Cabré estudió en Tortosa y Zaragoza para luego continuar formándose en Madrid, siendo alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y llevando a cabo algún trabajo para el Museo del Prado. Su pasión por el dibujo y la arqueología marcarían su existencia. Posteriormente, su formación se amplió gracias a una beca que se le concedió para visitar Francia, Alemania, Austria, Italia y Suiza. En 1907 ya publicó su primer trabajo arqueológico y fue nombrado Miembro Correspondiente de la Real Academia de la Historia y designado para la elaboración del Catálogo Monumental de España, en concreto, el de la provincia de Teruel.
Asimismo, fue uno de los pioneros de la Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas, creada en 1912 para el estudio y copia de las pinturas rupestres de toda la península Ibérica. Junto a Francisco Benítez Mellado, Cabré localizó, estudió y rescató para la posteridad los primeros esbozos de arte realizados por los seres humanos. Inició sus investigaciones sobre la cultura ibérica en el sur de la península a partir de 1917, pero pronto se orientó a los pueblos de la cultura celta del centro de España.
Retrato de don Juan Cabré y Aguiló en 1916.
Ahora, tal y como se ha anunciado desde el Heraldo de Aragón, una exposición en el Museo de la Evolución Humana de Burgos, muestra la colección de calcos rupestres del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) reivindicando su figura y las del resto de miembros de aquella primera comisión.
«Este organismo nació después de años de discusiones sobre la veracidad de las pinturas de Altamira«, ha explicado Begoña Sánchez, conservadora del MNCN y comisaria de la exposición, refiriéndose a la antigua Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas. Y es cierto. Las pinturas de Altamira fueron descubiertas en 1879, pero durante décadas se dudó de su autenticidad, y hasta 1902 no se reconoció el incalculable valor de aquel hallazgo.
A partir de ese momento, y ante la posibilidad de que aparecieran más lugares similares, numerosos intelectuales de la época, como Santiago Ramón y Cajal, impulsaron la creación de dicha Comisión. Al poco, Cabré se les unió comenzando una ardua labor de localización y copia de cientos de dibujos en cuevas y abrigos de todo el país.
Algunos de los calcos rupestres elaborados por Juan Cabré y Aguiló, ahora expuestos en el Museo de la Evolución Humana de Burgos, España.
“Las pinturas nunca estaban en lugares cómodos. Llegar era muy costoso, casi siempre a pie, y se trabajaba en condiciones durísimas. ¿Cuántos habríamos aguantado algo así? El tesón con el que se enfrentaba al trabajo es todo un ejemplo para nosotros”, continúa relatando al HERALDO Begoña Sánchez.
Cierto es que en aquellos tiempos los arqueólogos y expertos debían cargar con todo el material necesario para sus exploraciones y trabajos de campo. Cabré calcaba con absoluta entrega y pasión los dibujos que iba descubriendo sobre los muros de roca y luego los enviaba a Madrid para que los estudiasen. De esta manera fue creándose un valioso archivo con más de 2.300 calcos y un millar de fotos. Además, Cabré disfrutaba de una gran capacidad para visualizar el contexto de las figuras que se iba encontrando e interpretar cómo habría sido la vida de las personas que las plasmaron en cuevas y refugios prehistóricos.
«Sentó las bases de la mayoría de los conceptos del arte rupestre que hoy tenemos asumidos. Y la arqueología moderna sigue trabajando sobre esas bases», apostilla finalmente Begoña Sánchez.
Juan Cabré durante una visita a la necrópolis de Hijes en la provincia española de Guadalajara, en la década de 1930.
Por otro lado, muchas de las pinturas que entonces calcó Cabré lamentablemente han desaparecido con el paso de los años, bien por la acción humana o por causa de fenómenos meteorológicos como el viento, la lluvia y el sol, lo que aporta un mayor valor a su trabajo.
Cabré abandonó la Comisión en el año 1917 para dedicarse de lleno a la arqueología. Es famoso su estudio de importantes muestras de arte rupestre datadas entre el Auriñaciense y el Magdaleniense en el interior del yacimiento de los Casares y el descubrimiento de la cueva de la Hoz, también con pinturas y grabados prehistóricos, ambos en la provincia de Guadalajara, en el año 1934.
En 1940 fue nombrado jefe de la sección de Prehistoria del Instituto «Diego de Velázquez» de Arte y Arqueología, y en julio de 1942 obtuvo por oposición la plaza de preparador de la sección de Prehistoria y Edad Antigua del Museo Arqueológico Nacional, cargo que desempeñó hasta el momento de su muerte, el 2 de agosto de 1947.
Hasta el 1 de enero del 2017 se podrá disfrutar en el Museo de la Evolución Humana de Burgos de su trabajo y su portentoso legado.
Uno de los más de 2.000 calcos que Cabré dibujó a lo largo de su vida como arqueólogo