Incienso para conectar con la divinidad

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Al margen del uso litúrgico en las celebraciones de la Iglesia, la sociedad actual ha devuelto la incensación a sus orígenes paganos, aplicándola en ceremonias de carácter mágico. A pesar del menor consumo de esta sustancia en los templos, su venta ha florecido en tiendas esotéricas, ya sea en estado puro o en forma de conos, varillas y papeles impregnados.

La incorruptibilidad del incienso y su virtud de hacer más agradable y perceptible el humo de la lumbre en los sacrificios, lo conectó tempranamente con el más allá. Con su incorporación, se refinaron los ritos del fuego. Para las primeras religiones, el humo que sube hacia los cielos, semejante al gesto de levantar las manos en las plegarias, era del agrado de las narices de sus dioses, predisponiéndolos en favor de las súplicas humanas. De paso, su suave aroma ahuyentaba los malos espíritus, ya que se creía que los seres perversos tenían trastocados sus gustos olfativos. Los primeros que otorgaron al incienso el privilegio de servir al culto divino fueron los egipcios, más de 1.500 años a.C. Para garantizarse un abastecimiento regular, Hatshepsut envió una expedición por la ribera del mar Rojo para traer 31 árboles del incienso, que fueron replantados en las terrazas del templo funerario de la reina. El resto del mundo árabe aceptó el nuevo rito, y con tanto entusiasmo que exigieron de los operarios del incienso una severa castidad durante su recolección. Espíritus tutelares Los israelitas adoptaron este rito de los egipcios, antes de los tiempos de Josué. Con tal fervor, que Josefo calcula en cincuenta mil los incensarios que había en el templo de Salomón. Para el pueblo judío era tan sagrado este culto, que el Éxodo recoge las precisas instrucciones dadas por Jehová a Moisés acerca de los materiales, forma y medidas que debía tener el altar para quemar el incienso, la fórmula más de su agrado y personas que debían encargarse, mañana y tarde, de la ceremonia. Los griegos empezaron a hacer ofrendas de incienso, especialmente durante la celebración de los misterios, desde el siglo VI a.C., por recomendación de Pitágoras.

«Los primeros en otorgarle el privilegio de servir al culto divino fueron los egipcios, más de 1.500 años a.C.». Se sabe que los romanos no sólo quemaban incienso en los templos y en el culto al emperador, sino que en el atrio de sus propias casas ofrecían estos aromas a sus espíritus tutelares. También quemaban incienso en los altares que levantaban junto del lecho de sus difuntos para que el humo guiase sus almas hasta el cielo. Los primeros cristianos rechazaban el uso del incienso por asociarlo a los cultos gentílicos. De hecho, fueron muchos los mártires que murieron por negarse a participar en este rito. Por ello, en tiempo de las persecuciones llamaban «incensadores» a aquellos que abandonaban la fe cristiana, como indicativo de que apostataban para volver a quemar incienso.

El incienso es una gomorresina aromática producida por árboles de la familia de las ‘burseráceas’. El árbol del incienso da, por exudación, este valioso producto. Sin embargo, los evangelistas no pudieron evitar que los cultos paganos de incensación irrumpieran en el Nuevo Testamento. Unos magos, que no reyes, ofrecieron al Niño Jesús incienso y mirra, además de oro. Eran seguidores de las doctrinas de Zoroastro y conocedores de las virtudes mágicas de ambas gomorresinas, procedentes de árboles de la misma familia. Humo purificador Cuando el paganismo inició su declive, los cristianos introdujeron el uso del incienso en el culto divino, hacia el año 370. Empezaron quemándolo en los entierros; y luego en las incensaciones del altar, de los dones, del clero y del pueblo.

El botafumeiro es uno de los símbolos más conocidos y populares de la catedral de Santiago de Compostela, Galicia. Es un enorme incensario que oscila por la nave transversal de la catedral mediante un sistema de poleas manejado por ocho hombres llamados ‘tiraboleiros’. Para poder atender su consumo interno, la Iglesia llegó a tener tierras propias para el monocultivo de este árbol. Este rito es común hoy a las Iglesias anglicana, católica y ortodoxa. Se ha asegurado que con el humo del incienso se pretendía disipar el olor corporal de los fieles, al celebrar sus cultos en lugares mal ventilados. Semejante opinión no tiene fundamento, por dejar sin significado la incensación del sacerdote o del altar, y entrar en contradicción con las místicas palabras que pronuncia el sacerdote en la bendición y cremación de incienso. Otra cosa es que, una vez incorporados los sahumerios a su liturgia, se intensificase su uso a modo de ambientador en casos especiales, como en la catedral de Santiago, con su famoso botafumeiro, desplazándose de una bóveda a otra del crucero y purificando el aire enrarecido por la aglomeración de peregrinos, que incluso pernoctaban en el templo. Por Ramos Perera.

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