La idea de la modernidad es una ruptura con la tradición: la consigna de adoptar lo nuevo, de ser modernos. La modernidad fue impulsada por el poder de la ciencia y por sus rutilantes máquinas y poco a poco fue desechando viejas formas de pensamiento que consideraba inferiores. La filosofía y el pensamiento en general se acercaron más a la ciencia e intentaron romper con la metafísica y, en general, se emprendió un rechazó a todas las tradiciones. Con el llamado posmodernismo, esto sólo se radicalizó y se rechazó, entonces, la verdad en sí misma y todo sistema absolutista. Gadamer describió esto como un «prejuicio en contra de los prejuicios». Alguien más ha dicho que se trata de una «metafísica de la no-metafísica».
Aunque Martin Heidegger es uno de los filósofos que más han influido en los filósofos asociados con el posmodernismo, en realidad Heidegger se aleja muchos de los principios que rigen este movimiento (y él mismo negó también ser un existencialista, si eso significaba ser parecido a Sartre). Heidegger fue especialmente consciente de lo difícil que es romper con la metafísica y seguramente vería en los filosofía posmoderna puros postulados reificantes, nuevas onto-teologías disfrazadas de teorías pluralistas-inmanentistas. Heidegger entendió que la ilosofía moderna surge de la negación a recibir. Para el filósofo de Friburgo la esencia del pensamiento era el agradecimiento, notando que etimológicamente agradecer (danken) y pensar (denken) tienen la misma raíz. Agradecer es la respuesta a lo que es la esencia del Ser, un regalo luminoso que le es dado al ser humano. Agradecer también es, de alguna manera, un cuidar el Ser, esto expresado también como el cuidado del pensamiento, de la tradición filosófica occidental, particularmente la filosofía griega, que para Heidegger se acercó a un modo originario de desocultamiento (aletheia) del Ser que debe ser sostenido en el pensamiento. De aquí que podamos decir que la modernidad, al romper con sus tradiciones y desconocer sus raíces, al no pensar y olvidar el Ser, es ingrata.
Peter Leithart pone un ejemplo revelador. Famosamente Descartes compuso sus Meditaciones encerrado en un cuarto en Alemania, intentado aislarse de todo pensamiento e influencia externa. Sin «recibir» nada. Este fue «el acto fundacional de la modernidad de ingratitud. En este sentido, el posmodernismo (al menos algunas de sus formas) es una intensificación de la modernidad, e incluso una ingratitud aún más radical en relación a la herencia que hemos recibido». Esta ingratitud se puede observar de una manera progresiva también en otras esferas del pensamiento, pues desde la idea de Bacon de someter a la naturaleza hasta que ésta entregue sus secretos, hemos concebido a la naturaleza como algo que explotar para obtener poder y no como algo a lo cual debemos agradecer por la vida. El resultado de esto es la gran crisis ecológica que enfrentamos, la cual estriba de un modo ingrato de pensar.
Imagen:Heinrich Böll
No es una cuestión de gratitud o ingratitud de pensamiento, es una consecuencia lógica e inevitable del desarrollo de las potencialidades humanas.
Nos vemos de una manera que, tal vez, no sea la que realmente poseemos.
Vivimos en una realidad idealizada, en un mundo idealizado. Tenemos idealizada a la humanidad y a los humanos. Teóricamente hay una vuelta hacia la naturaleza ( la ecología y todo esto ) pero nunca hemos estado más alejados de ella. Y no me refiero sólo a un alejamiento físico.
Cuanto más vamos sabiendo de pequeñas cosas sin importancia, más vamos ignorando aquellas que realmente importan.