Los relatos que siguen recogen un conjunto de enseñanzas que se han transmitido dentro de la tradición judía ya sea por medio de las escrituras o por medio de las enseñanzas orales impartidas por los maestros a sus discípulos. Aquí presentamos una pequeña muestra.
La tradición judía se asienta en dos textos fundamentales, además de la Torah, que son el Talmud i la Mishnah. En los diversos tratados que componen estas obras se encuentran las respuestas a todas las cuestiones vitales para el hombre, ya sean respecto a temas espirituales o referentes a la vida cotidiana. En ellos, además de las normas, leyes y las tradiciones, se recogen narraciones, dichos, parábolas, historias y leyendas de la tradición oral.
Se trata de una forma de enseñanza que complementaba la escrita, representada por la Ley o la Torah, y que se mantuvo a través de los siglos hasta llegar al jasidismo, un movimiento religioso y místico dentro del judaísmo que nació en el este de Europa en el s. XVIII, al que pertenecen muchos de los relatos que presentamos.
Las narraciones constituyen una enseñanza simbólica o parabólica que complementa la escrita representada por la Ley o la Torah.
En las historias contadas de viva voz los maestros y los sabios podían deslizar secretos que jamás se hubieran atrevido a escribir. Sin embargo, estas narraciones al final han acabado formando parte también de la tradición escrita, que las ha conservado, si bien, sin la intangible pero innegable experiencia que deriva de la palabra oral, de la enseñanza directa de maestro a discípulo. En las historias que presentamos a continuación y que representan solo un ínfimo ejemplo, se advierte la idea de la divina “Presencia”, el aspecto femenino de Dios, que alude a la divina Sabiduría que acompaña al hombre en el exilio para ayudarle en su retorna a la tierra prometida. En hebreo se la conoce como la Shekinah.
SELECCIÓN DE CUENTOS
“La morada de Dios”. Menajem Mendel de Kotzk
¿Cuál es la morada de Dios?
Con esta interrogación sorprendió el rabí de Kotzk a un grupo de eruditos que lo visitaban en cierta oportunidad. Ellos rieron y dijeron: “¡Vaya una pregunta¡ ¿Acaso su gloria no llena el mundo entero?” Entonces el rabí respondió a su propia cuestión:
“Dios mora donde el hombre le permite entrar”.
(Citado por M. Buber, Cuentos jasídicos)
“En el exilio”. Simja Búnam de Pzhysha
El día de Año Nuevo, cuando hubo regresado del servicio, Rabí Búnam relató este cuento a sus jasidim, que estaban reunidos en su casa.
“El hijo de un rey se rebeló contra su padre y fue desterrado. Pasado un tiempo el rey se apiadó de su hijo y mandó por él. Tras una larga búsqueda fue hallado por uno de los mensajeros, muy lejos de su patria. Estaba en la posada de una aldea, vestido con una camisa harapienta y danzando descalzo en medio de los campesinos borrachos. El cortesano le saludó y le dijo: Tu padre me ha enviado a preguntarte qué es lo que deseas. Cualquier cosa que anheles, está dispuesto a concedértela. El príncipe comenzó a llorar. ¡Ay!, exclamó. ¡Si tan sólo pudiera tener algo de ropa abrigada y un par de fuertes zapatos!”
Así es, agregó Rabí Búnam, cómo nosotros nos lamentamos por las pequeñas necesidades de cada hora y olvidamos que la divina Presencia está en el exilio.
(Citado por M. Buber, Cuentos jasídicos)
“No sin la carne”. Jaim Meir Iejilel
Cuando yo tenía cinco años dije a mi abuelo, el santo maguid: “Abuelo, tu vas a lo de un rabí y mi padre va a lo de un rabí. Yo soy el único que no va a lo de un rabí; yo también quiero ir a lo de un rabí.” Y comencé a llorar. Mi abuelo me dijo: “Pero yo también soy un rabí”. Y yo le dije: “Entonces, ¿por qué vas tú a lo de un rabí?” Y él me dijo: “¿Qué te hace pensar que yo voy a lo de un rabí?” Y yo le dije: “Porque por la noche veo a un anciano contigo y tú estás sentado ante él como un servidor ante su amo. Así pues, él tiene que ser tu rabí”. “Hijo mío”, me contestó, “ese es el Baal Shem Tov, que sus méritos nos protejan. Cuando seas mayor también tú podrás estudiar con él”. Y dije: “No, yo no quiero un rabí muerto”.
Y sigo pensando lo mismo hasta el día de hoy. No deseo las elevaciones del espíritu sin la vestidura de la carne. Cuando un discípulo aprende con su rabí, ha de asemejarse a él por lo menos en una cosa: en que posee una vestidura de carne. Ese es el misterio de la divina Presencia en el exilio.
(Citado por M. Buber, Cuentos jasídicos)
“La Presencia”. Itzjac de Vorki
Los discípulos dijeron a rabí Itzjac: “Con referencia a ese relato de las Escrituras según el cual el ‘material’ traído por la gente para la construcción del santuario ‘era abundante y sobraba’ (Ex. 36, 79) quedando del mismo un resto una vez la obra terminada, el Midrash cuenta que Moisés le preguntó a Dios qué debía hacer con ello y Dios repuso. ‘Haz con ello una morada para el tabernáculo del testimonio’ Y Moisés lo hizo. ¿Cómo debemos entender eso? No siendo el Arca –que encierra las Tablas de la Ley– la que recibe el nombre de tabernáculo del testimonio, ¿hemos de pensar que éste aún no ha sido edificado?”
“Sabéis, repuso el rabí, que el santuario era sagrado porque la Divina Presencia había penetrado en él. Más el pueblo inquiría una y otra vez cómo era posible que Su esplendor –acerca del cual está escrito: ‘que los cielos y la tierra no lo pueden contener’ (1 R. 8, 27) – esté confinado entre el espacio que media entre las columnas del Arca. Pero escuchad las palabras del Cantar de los Cantares: ‘El Rey Salomón se hizo una carroza de madera del Líbano, sus columnas de plata, su respaldo de oro, su cielo de grana’ (Ct 3, 9) Y si dudáis si es posible descansar en lecho semejante, he aquí la respuesta: ‘su interior tapizado de amor’ (Ct 3, 10). Fue el amor del pueblo, que contribuyó a la construcción del santuario, lo que hizo descender a la Divina Presencia para aposentarse entre las columnas del Arca. Pero como había tanta voluntad de amor, más de lo necesario para la obra, Moisés preguntó: ‘¿Qué hacer con todo ese anhelo?’ Y Dios repuso. ‘Haz con él –y esto significa: con lo que queda en el recóndito corazón de Israel– ‘una morada para el tabernáculo del testimonio’ –el testimonio de que vuestro amor me ha traído al mundo para morar en él.”
(Citado por M. Buber, Cuentos jasídicos)
“¿Dónde habita la Shekinah?”.
Se dice: ¿No estaba la Shekinah (la Presencia divina) en lo bajo y por eso está escrito “Oyeron el ruido que hacía Adonai (el Señor, a veces entendido como la Presencia de Dios en la tierra) paseando por el jardín” (Gn 3, 8)
Dijo rabí Aba: “No está escrito cuando paseaba sino paseando (en hitpael, lo que le confiere un sentido de progresividad), es decir, que iba dando saltos y ascendiendo. Cuando pecó el primer hombre, ascendió al primer cielo; cuando pecó Caín, al segundo; cuando pecó Enós, al tercero; con la generación del diluvio, al cuarto, con la generación de la Torre, al quinto; con los habitantes de Sodoma ascendió al sexto; con los egipcios ascendió al séptimo.
Frente a ello surgieron siete justos que la hicieron descender a la tierra de Israel y estos son los siguientes: Hizo méritos Abraham y la obligó a bajar del séptimo al sexto; surgió Isaac y la hizo bajar del sexto al quinto; Jacob, del quinto al cuarto; Leví, del cuarto al tercero; Qehat, del tercero al segundo, Amram del segundo al primero; surgió Moisés y la obligó a descender a la tierra.” Dijo rabí Isjak, “Los justos poseerán la tierra y habitarán permanentemente en ella” (Sal 37, 29) y los malvados, ¿qué harán? Permanecerán colgados en el aire, pues no hicieron que la Shekinah habitara en la tierra.
Ojalá siempre haya un justo que haga que la Shekinah habite en la tierra.
(Génesis Rabba, 19, 7)
«El escondite». Rabí Baruj de Mezbizh.
Iejiel, el nieto de Rabí Baruj, jugaba una vez al escondite con otro niño. Se ocultó muy bien y esperó a que su compañero de juegos lo encontrara. Después de aguardar largo tiempo salió de su escondite, mas no vio a su camarada en parte alguna. Entonces comprendió que éste en ningún momento lo había buscado. Esto lo hizo llorar, y llorando corrió hacia su abuelo y se quejó de su desleal amigo. Entonces los ojos de Rabí Baruj se llenaron de lágrimas y murmuró: “Dios dice lo mismo: Yo me escondo pero nadie quiere buscarme”.
(Citado por M. Buber, Cuentos jasídicos)
«El hueso de la resurrección». Historia talmúdica
Rabí Leví en nombre de Rabí Iojanán dijo: Incluso la piedra inferior de los molinos fue disuelta en los días del diluvio. Rabí Iejudah, hijo de Simón, dijo en nombre de Rabí Iojanán: Incluso el polvo del primer hombre ha sido destruido. Es lo que Rabí Iejudah explicaba en Seforis, pero en la comunidad de aquella ciudad no quisieron admitir lo que él decía al respecto. Rabí Iojanán en nombre de Rabí Simón hijo de Iejosedeq dijo: “Incluso el núcleo de la espina dorsal, del que el Santo-bendito-sea hace germinar el hombre para el mundo por venir, ha sido destruido”.
El emperador Adriano –¡que sus huesos sean triturados!– hizo la siguiente pregunta a Rabí Iejochuah ben Janinah: «¿De dónde hará germinar el Santo-bendito-sea al hombre para el mundo por venir?» Y él le respondió: «Del núcleo de la espina dorsal». «¿De dónde lo sabes?» Le respondió: «Consígueme uno y te lo haré conocer».
Dicho y hecho. Pusieron este hueso a moler en el molino y no fue pulverizado. Lo arrojaron al fuego y no fue quemado; lo pusieron en el agua y no fue disuelto. Finalmente, cuando lo pusieron en el yunque y lo golpearon con un mazo, el yunque se hendió, el mazo se partió, y este hueso no sufrió ningún daño.
(Citado por E. d’Hooghvorst, El hilo de Penélope I)
“El mundo y el soplo”. Historia talmúdica
Adriano interrogó a Aquilas: “¿Sobre qué se sostiene el mundo?” Aquilas le dijo: “¡Sobre el soplo! ¿Quieres verlo? Haz venir un camello”. El emperador hizo que trajeran un camello y Aquilas puso una carga en su lomo. Aquilas le dijo. “¡Levántate!” Y el camello se levantó. “¡Agáchate!” Y se agachó. Aquilas puso más carga sobre su lomo y le ató una cuerda al cuello. Le dijo al emperador que tirara de la cuerda, el emperador tiró de un lado y Aquilas del otro, de modo que estrangularon al camello. Aquilas le dijo a Adriano: “Di al camello que se levante”. Adriano le respondió: “Lo has estrangulado, ¿cómo puede volver a levantarse?” Aquilas le dijo. “¿Qué?, ¿lo he matado? ¿Acaso le falta alguno de sus miembros?” El Emperador le respondió: “Has hecho salir su soplo”. Aquilas le dijo: “Así pues, si resulta que el camello no se sostenía por sí solo y tampoco sostenía su carga sino que era el soplo que estaba en él el que lo sostenía, ¿quién sino el soplo soporta el mundo del Rey de reyes, del Santo, bendito sea?”. Adriano se calló.
(Talmud Tanhuma, 5.)
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