Cuando uno está en contemplación o en meditación profunda, en contacto con lo no manifestado y con lo que carece de forma ―la vacuidad o la cesación más pura―, no aparece ningún tipo de formas conceptuales. La mente «no conceptual» pura ―un estado causal y despojado de forma― forma parte esencial de nuestra liberación, realización e iluminación.
Para el budismo Theravada, o budismo primitivo, este estado de cesación sin forma (es decir, nirvikalpa, nirvana o nirodh) es un fin en sí mismo, es decir, un nirvana ajeno al samsara o manifestación. El budismo Mahayana dio un paso más allá y sostuvo que esa verdad, aun siendo completamente cierta, es limitada, razón por la cual no tardó en denominar al Theravada «budismo hinayana» (es decir, «el budismo del Pequeño Vehículo»). Según el Mahayana, por más importante que sea la realización del nirvana o de la vacuidad, todavía existe una realización más profunda, en la que el nirvana y el samsara, es decir, la Vacuidad y el mundo entero de la Forma, son uno o, por decirlo más técnicamente, la Vacuidad y la Forma son «no dos». Como afirma al respecto el sutra más conocido, es decir, El sutra del corazón, la Vacuidad no está separada de la Forma y la forma no está separada de la Vacuidad
. Esta realización de la no dualidad representa la piedra angular tanto del budismo Mahayana («el Gran Vehículo») como del budismo Vajrayana («el Vehículo del Diamante»).
Esto significa, en lo tocante a la naturaleza de la iluminación o de la realización, que cualquier realización completa, plena o no dual, presenta dos vertientes diferentes, una vertiente absoluta (la vacuidad) y otra relativa (la forma), a las que puede accederse, respectivamente, desde la «mente no conceptual» y desde la «mente conceptual». Dicho en otras palabras, ¿qué forma conceptual, abrazará uno cuando salga de la meditación no conceptual? ¿Qué forma conceptual abrazará que no sólo englobe al nirvana no conceptual, sino también al samsara conceptual? La realización no dual, por definición, no sólo exige la «no visión» de la vacuidad, sino también las «visiones» propias del mundo de la forma. La meditación, en particular, está diseñada para permitirnos zambullirnos en el mundo de la vacuidad, pero ¿de qué herramientas disponemos para alcanzar la «forma correcta»? ¿Cuál es, dicho en otras palabras, la visión o marco de referencia conceptual que recomienda el budismo no dual?
Traleg Kyabgon Rinpoche, uno de los maestros tibetanos que parecen encontrarse tan a gusto en la tradición occidental como en la oriental, se halla excepcionalmente dotado para responder a todas estas cuestiones (las siguientes citas, en las que las cursivas son mías, proceden de su Mind at Ease: Self-Liberation through Mahamudra Meditation). Traleg Rinpoche empieza señalando la importancia tanto de las visiones correctas como de las meditaciones correctas, que constituyen dos dimensiones absolutamente inseparables:
Las prácticas y experiencias de la meditación budista son siempre consideradas desde un determinado punto de vista que siempre se considera como válido y verdadero, lo que no puede ser de otro modo. Las visiones correctas tienen la capacidad de conducirnos a la liberación, mientras que las visiones incorrectas no hacen más que alentar las ilusiones de nuestra mente…
Es por esto por lo que, cuando emprendemos el camino, necesitamos una orientación adecuada y correcta. La visión correcta es, de hecho, nuestro vehículo espiritual, el vehículo que empleamos para ir desde la esclavitud del samsara hasta la liberación del nirvana. En cambio, las visiones incorrectas pueden alejarnos de nuestro camino y, como una balsa mal construida, hacernos naufragar y dejarnos a la deriva y a merced de los escollos del sufrirniento. No existe la menor separación entre el vehículo que nos transporta a nuestro destino espiritual y la visión que sustentamos en nuestra mente.
¡Resulta muy triste que el budismo boomeritis (¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer!
) se utilizase desde la perspectiva de «los vagabundos del Dharma», que confundían la licencia preconvencional con la liberación postconvencional. Por ello se creyó que el budismo consistía en el cultivo de «ninguna visión», lo que sólo es cierto desde el lado de la vacuidad o Hinayana, pero completamente falso desde el lado Mahayana, que exige la unión entre la vacuidad y las visiones, sin desembarazarnos de ninguna de ellas. Me parece muy lamentable que la «no visión» haya acabado convirtiéndose en ¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer!
A continuación, Traleg hace los siguientes comentarios sobre este curioso budismo occidentalizado:
El budismo afirma que nuestra visión normal nos inhibe y nos encadena a la condición limitada del samsara, mientras que la visión correcta puede conducirnos a nuestra última morada espiritual. Pero ello no debería llevarnos a concluir ―como suelen hacer los modernos budistas occidentales― que la meditación consista en desprendemos de toda visión o que las visiones nos impidan alcanzar nuestra meta espiritual. Esta creencia se basa en la premisa errónea de que, para alcanzar la liberación y la iluminación, las enseñanzas budistas subrayan enfáticamente la necesidad de desarrollar una sabiduría no conceptual. Sin embargo, son muchas las personas que concluyen erróneamente que esto implica la necesidad de no creer en nada [
¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer!] y que, desde el principio, debemos prescindir de toda conceptualización. Ésa no es más que una visión incorrecta que debemos acabar superando. La visión correcta y noble debe ser cultivada con gran diligencia.
¿Cuál es esta «visión correcta y noble»? Es simplemente la misma visión budista, es decir, las ideas, conceptos y el marco de referencia fundamental que es el budismo, incluidas su psicología y su filosofía básica, a saber, las Cuatro Nobles Verdades, el Óctuple Sendero, la Dodécuple Cadena del Origen Interdependiente, el reconocimiento central de la Vacuidad, la no-dualidad entre la Vacuidad absoluta y la Forma relativa, la identidad luminosa entre el Espíritu incalificable o vacío y todas sus Formas manifiestas en un despliegue resplandeciente, natural, espontáneo y presente, y la vinculación esencial entre la ética correcta y la visión correcta que conducen a la meditación correcta (dhyana) que, a su vez, conduce a la conciencia correcta (prajna) que, a su vez, conduce a la compasión correcta (karuna) que, a su vez, conduce a la acción correcta y a los medios hábiles (upaya) para beneficio de todos los seres sensibles.*
*Veamos ahora, para quienes no estén familiarizados con el budismo, un resumen breve y libre en un solo párrafo (aunque ciertamente se trate de un párrafo más bien largo):
La vida se halla normalmente sumida en la fragmentación y el sufrimiento. La causa de este sufrimiento reside en la identificación y el apego a la sensación de identidad separada. Podemos superar el sufrimiento trascendiendo ese apego e identificación con el yo separado. Existe un camino para trascender la sensación de identidad separada y alcanzar la liberación completa, un camino que incluye la visión correcta, la meditación correcta y la conciencia correcta. La visión correcta se asemeja a lo que hemos mencionado en este párrafo. La meditación correcta incluye la concentración y el entrenamiento de la atención plena, que conduce a la conciencia correcta. La conciencia correcta es la conciencia no dual, en donde se unifican el sujeto y el objeto, la vacuidad y la forma. La exposición repetida a la conciencia no dual conduce a la «deconstrucción» de la identidad y al cambio desde la forma ordinaria (Nirmanakaya) hasta la forma sutil (Sambhogakaya) y la causa despojada de forma (Dharmakaya), una vacuidad pura a la que podemos denominar «Yo sin yo» o «Gran Mente sin mente» ―no la pequeña mente, sino una Gran Mente omniabarcadora o no dual que, finalmente, acaba desarticulando la sensación de identidad separada y liberándola en una abertura infinita. Entonces es cuando la identidad abraza libremente los reinos ordinario (Nirmanakaya), sutil (Sambhogakaya) y causal (Dharmakaya) de un modo integrado (Svabhavikakaya)―, una realización no dual que constituye el fundamento, el camino y el disfrute de la forma. Y, por más que entonces sigan todavía apareciendo los deseos, los pensamientos y las percepciones, se liberan al instante en el inmenso espacio y vacuidad que constituye su auténtica naturaleza. Dado que la vacuidad y la forma no son dos, el deseo no sólo no es un impedimento para la realización sino que, de hecho, es un vehículo para alcanzarla. Y lo mismo sucede también con el pensamiento intelectual y con el yo, vehículos perfectos, todos ellos, de la realización. Es por esto por lo que la conciencia no dual básica consiste ni más ni menos que en un juego gozoso de la unión entre la vacuidad y la forma luminosa, actualizando los incontables modos en que el mundo de la forma, tal y como es, constituye el asombro de la Gran Perfección, y la naturaleza de la mente ordinaria, tal cual es, es la mente búdica completamente iluminada. Basta, por tanto con descansar sencillamente y sin el menor esfuerzo en la conciencia vacía, omnipresente, natural, simple y espontánea, que no es otra que el mundo entero de la forma luminosa, el insuperable camino del Buda. Y, puesto que la conciencia no dual abraza el mundo entero del pensamiento del deseo y de la forma, la conciencia no dual conduce directamente a la compasión correcta hacia todos los seres sensibles, y la compasión correcta, a su vez, nos lleva a emplear todos los medios hábiles de que dispongamos para liberar a todos los seres sensibles. Los medios hábiles, como toda acción relativa, son completamente paradójicos, ya que, del mismo modo que me comprometo a alcanzar la realización, aunque no haya realización (o aunque ya esté realizado), también reconoce que no hay otros a quien liberar, por ello mismo juro liberarlos a todos. Así es como la realización no dual del budismo conduce al abrazo resplandeciente y gozoso del mundo entero de la forma, una compasión profunda hacia todos los seres sensibles y el empleo de los medios hábiles para liberar a todos los seres y ayudarles a cruzar el océano del sufrimiento para que puedan llegar a cada orilla de la liberación omnipresente de la que jamás se alejaron.
Son muchas las cosas para las que sirve la práctica budista pero, en particular, se trata de un entrenamiento de estado que deconstruye la identidad desde el ego meramente ordinario hasta el alma sutil (en la que se asienta la contracción sobre uno mismo) y, finalmente, el Yo sin yo. Pero, como bien señala Traleg, estas experiencias dependen, en cada caso, del empleo de la visión correcta, es decir, de una interpretación correcta que les dé sentido. A fin de cuentas, muchas de estas experiencias carecen de forma y, cuando uno sale de ellas, puede perfectamente interpretarlas como una experiencia de la Divinidad, de Shiva, de nirguna Brahman, de Ayin, del Tao o del Espíritu Santo.
Traleg Rinpoche concluye subrayando muy adecuadamene la necesidad de no asumir cualquier visión, sino una visión auténticamente comprehensiva o integral.
Según la tradición Mahamudra, tenemos que lograr una comprensión conceptual adecuada de la vacuidad o de la naturaleza de la mente. No basta simplemente con practicar la meditación y esperar que la suerte nos acompañe, sino que necesitarnos un marco de referencia conceptual que se asiente en una visión correcta…
Si queremos practicar la meditación budista necesitamos tener una visión global de nuestra naturaleza humana, del lugar que ocupamos en el esquema de cosas y de nuestra relación con el mundo en que vivimos, con nuestros semejantes y con el resto de los seres sensibles. En lugar de pensar que los conceptos son esencialmente impuros y que deben ser superados, debemos entender que el logro de la comprensión sólo es posible partiendo de ciertas verdades. Todas estas consideraciones deben ser tenidas en cuenta cuando practicamos la meditación y nuestra práctica debería acomodarse a ellas. De otro modo, nuestra visión del mundo corre el peligro de fragmentarse progresivamente y de alejarse demasiado de nuestra experiencia, generando entonces una «no conceptualidad» que acaba convirtiéndose en una pesada carga conceptual que inevitablemente genera muchas confusiones.
Esto nos lleva de nuevo al punto de partida. Por un lado, existe la vacuidad (y la mente sin forma) y, por el otro, el mundo manifiesto (y la mente conceptual), de modo que la cuestión central es la siguiente: ¿qué forma mental nos ayudará a realizar y a expresar la vacuidad? Nos guste o nos desagrade, siempre hay una forma o una visión. Es por esto por lo que la visión correcta siempre se ha considerado como absolutamente necesaria para la iluminación porque, como dice Traleg, constituye el vehículo mismo de la realización en cuya ausencia toda meditación es ciega.
Pero, como también señala el mismo Traleg, las cosas van todavía más allá. Las enseñanzas budistas más profundas ―el Mahamudra y el Dzogchen― sostienen que la naturaleza de la mente no es, en modo alguno, diferente de las formas que emergen en ella. No es sólo que exista Vacuidad y Visión, sino que la Vacuidad y la Visión son no dos, exactamente lo mismo que afirma El sutra del corazón, en donde Forma quiere decir formas en la mente o visión. Así pues, la Vacuidad no está separada de la Visión y la Visión no es otra que la Vacuidad.