Cuanto más reflexionamos en las enseñanzas filosóficas de la India, más nos damos cuenta de su perspicacia. Los clásicos sean de Egipto, Grecia y Roma, la India, China, Japón, etc., etc., son siempre de gran actualidad, y no pocos se apropian subrepticiamente de sus áureas vestes. Cuando falta la imaginación, ¡ahí están los clásicos!, cuando nos sentimos pobres, ahí están sus riquezas, a las que debemos honrar, y no simplemente robar; cuando atravesamos el desierto, ahí están sus aguas puras, que debemos beber pero no encharcar con nuestra suciedad moral y egoísmo.
Y si de riquezas hablamos, ¡ardua tarea definir qué es en verdad riqueza! ¿Es lo que necesitamos? Sí, claro, y mucho más que eso. ¿Es aquello que podemos intercambiar por honras, o aprecio y consideración, o por aquello que podremos comprar, adquirir, usar y gastar, como la riqueza del oro o la de la tarjeta de crédito? Sí, quizás, pero ésta, la riqueza de dinero o propiedades es una visión muy limitada de todo el significado de esta palabra. Aristóteles decía que el peligro de los ricos es que comienzan comprando cosas y terminan queriendo comprar almas.
Y Séneca, en su “Tratado de los Beneficios”, que la única riqueza verdadera es la voluntad, pues el valor de un presente reside únicamente en la voluntad que está detrás de ese acto. Y si las otras riquezas reciben tal nombre es sólo como cristalización de nuestra voluntad.
De hecho, es de todos sabido que el valor que damos a algo está asociado a nuestra voluntad, a nuestro esfuerzo en adquirirlo o conquistarlo o merecerlo. Los atletas aman sus capacidades adquiridas, soportando todo tipo de fatigas, y los cultores del cuerpo, como un político español de cuyo nombre no quiero acordarme, la tableta de sus abdominales, después de haber entregado su país a la infamia y habernos hecho cómplices del genocidio legal de una guerra inmoral. Pero también consideramos riquezas las de la Fortuna, las hayamos merecido o no, o los dones que del Cielo vienen como un rocío. Riqueza es la luz, el aire, las aguas puras, los bosques amables, la música y el silencio, la paz, o el entusiasmo de los combates y los desafíos, porque riqueza es la madera para el fuego, y quizás también el fuego para la madera. Riqueza es la limpidez del cielo y la sonrisa de la estrella, la palabra amiga, la medicina que cura, etc., etc. Y quizás la mayor riqueza sea una conciencia despierta a todas ellas, pues sólo es rico aquel que conoce sus riquezas, y puede llamarlas y emplearlas. Riqueza es la independencia y la libertad, y también el servicio, la fidelidad y el deber. Riquezas son los sueños del alma, la inspiración, la filosofía como música mental, los centelleos de intuición que después se convierten en certezas, los recuerdos que afirman la verticalidad de lo que somos, pues riqueza es la memoria, en que el pasado no se pierde, sino que está vivo. Riqueza es la atención que nos dan, y más aún, la que damos. Riqueza es la flor que se abre y la mano que da, la raíz que sostiene y el tallo que eleva, y la savia que alimenta, riqueza es el fruto deseado. Riqueza es el beneficio otorgado y el recibido. Riqueza es honestidad y pureza, más aún que juventud y belleza, y también es madurez y experiencia.
La verdadera riqueza no es cárcel, ni miedo, ni dominio cruel, ni subyugación, ni lo que compramos pero no nos pertenece, ni aquello que no está unido a nuestra voluntad por más que lo llamamos nuestro, como el que compra hectáreas en Marte o cráteres de Plutón, o estrellas, como en el Principito. Y como diría Demóstenes, no sabemos si es o no riqueza la sombra del burro, pues el árbol puede ser nuestro, pero, y ¿la sombra que proyecta?
Riqueza no debe ser aquello que maldice lo que tocamos, y lo adquirido por robo, o injusticia o violencia es así.
Riqueza deben ser las virtudes, verdaderas joyas espirituales en el alma humana, cristalizando alquímicamente la luz de las estrellas de un firmamento moral. Riquezas son las oportunidades y pobreza el perderlas. Y ante todo riqueza es el tiempo, fijo de nuestra vida, y la más lastimera pobreza el que se disipe en lo banal y sin fruto. El alma de la riqueza es la bondad como la luz lo es del color.
Y si dijimos que la mayor riqueza es la conciencia, por eso en la Filosofía de la India, la diosa de las riquezas, Lakshmi, es también la diosa del Amor y la estrella Venus, la mente despierta, y recibe epítetos, por ejemplo en el Skanda Purana: “la que guarda las estrellas en su corazón” o “números” (porque la mente es el alma de los números, y sin conciencia la mente es inexistente). El epíteto que le acompaña siempre Sri, significa irradiación, brillo, belleza.
La figura geométrica asociada a esta diosa es la Estrella de Ocho Puntas y se refieren, entonces, a ocho formas de riqueza. Numerar las formas de la riqueza, o intentar comprender su naturaleza es algo que raramente hacemos, tanto hemos asociado el concepto de riqueza con el dinero o el estado de la cuenta bancaria. Y sin embargo la filosofía hindú las vinculan a las ocho direcciones del espacio, como la Rosa de los Vientos.
Si las vestimentas de Lakshmi son amarillas y rojas, el oro y la sangre, la luz y la vida, estos filósofos definen estas ocho riquezas como:
Las monetarias, señal de abundancia, oro y joyas, y en su fiesta principal el Diwali, Festival de las Luces, el Año Nuevo en la India, compran y regalan, se ofrecen presentes, y a la Diosa, incienso, flores, monedas, que son depositadas en los ríos sagrados en barcos de papel.
Riquezas de continuidad: hijos, discípulos u obras realizadas. La riqueza de una madre son sus hijos, la del maestro sus discípulos, y la del artista o el creador, o el hombre, en general, las obras realizadas. Son riquezas que vencen al tiempo, son la irradiación o esplendor que rodea a sus artífices, justifican el paso por la vida, sintetizan la huella dejada por el alma en ella.
Valentía: Desde luego aquel que vence las dificultades y tiene coraje para enfrentar la adversidad es rico. Como dice Henrique V en la obra de Shakespeare, “todo está listo si nuestro ánimo lo está”, nada más necesitamos, luego somos ricos. Pues riqueza no es sólo tener mucho, sino más aún no necesitar nada, ahí está la verdadera riqueza interior, la “ausencia de pasiones” de los estoicos.
Riqueza de fertilidad: Como saben los financieros, el anuncio o promesa de riqueza es ya riqueza. También expresa la riqueza de los Sueños del Alma, de Ideales y el cáliz de oro del corazón que es capaz de recibirlos en su seno, o las de una mente que, aunque aún no haya aprendido nada, está abierta a todo, como la tierra aireada y rica dispuesta a recibir las semillas. También el discípulo es rico por estar junto al maestro y con su corazón y mente abiertos.
Riqueza de educación y conocimientos: Es rico el que tiene una buena educación aunque nada más posea, rica es el alma noble despierta a los valores atemporales. Rico también el de conocimientos abundantes, con huellas luminosas de los mismos en su memoria e intimidad. Rico el que tiene recuerdos, y todos quieren emular la riqueza de quien leyó muchos libros (y a veces se leen resúmenes de los mismos, o simplemente títulos, para presumir de haberlos leído, lo que aunque mintiendo y mintiéndose, significa que se considera una riqueza, la riqueza de cultura). Se incluye aquí riqueza en habilidades, y en contactos, en amistades, riqueza potencial que se puede convertir en poder en acción. Séneca asocia la riqueza de un Estado con la de la amistad y vínculos amables entre sus ciudadanos, la fuerza emana de la unión, ahí reside la riqueza, pues.
Riqueza de victorias: Las debilidades vencidas, las pruebas superadas, los enemigos conquistados, las experiencias como victorias sobre el tiempo (pues le hemos arrancado, aunque con dolor, sus riquezas), victorias sobre las ignorancias y fantasías, sobre las tentaciones que te apartan del Camino de la Vida, que los hindúes llaman Dharma.
Riqueza de semillas: Símbolo de las riquezas que nos llevamos más allá de las puertas de la muerte y son semillas de existencias y beneficios futuros. Riqueza de futuro, aún en esta vida, pues la flor se insinúa en la planta y el árbol en el retoño que nace de la semilla. También es riqueza de experiencias y de vivencias para siempre, como antes, pero desde otra perspectiva. Todas las riquezas anteriores pueden no serlo de hecho, pero ya lo son como semillas: valentía, victorias, obras, discípulos e hijos, abundancia, etc.
El Amor, llamado Adi Lakshmi, donde Adi significa “primero”, pues es el más importante, el alfa y omega de la riqueza. En la trilogía, “amor, salud, dinero”, este orden es el de su importancia, el primero es el Amor. De nada sirve el dinero sin salud ni amor. De nada la salud sin amor. Y el Amor halla en sí mismo su plenitud, su principio y su fin (otro de los nombres que recibe la Diosa es precisamente, “sin principio ni fin”). Esta Diosa, Lakshmi es ante todo la Diosa del Amor, la Buena Voluntad, la gran riqueza. Todas las demás, como en la parábola bíblica, nos serán dadas por añadidura.
Examinando así la realidad, aquel que se creía pobre puede ver que es rico, muy rico, y aquel que presumía banalmente, sabrá que aún le queda mucho camino, o peor, que a lo que creía su circunferencia le falta el centro… y así es fácil que todo se pierda y sea necesario renovarse en el cáliz de oro de Lakshmi para volver a vivir, volver a sonreír, volver a amar.
Jose Carlos Fernández