Japón y su extravagante cultura nos han dado hermosos regalos que hasta el día de hoy inspiran y llenan de perplejidad. Desde la hermosa leyenda del hilo rojo del destino, sus intrigantes haikús y hasta sus legendarios fantasmas y demonios, su tradición —llena de intuición y extraña delicadeza— también nos obsequió el Monogatari, su prosa narrativa.
Leyenda del cortador de bambú y la princesa de la luna
El más antiguo y quizá el más raro de todos estos textos es Taketori Monogatari, la leyenda del cortador de bambú y la princesa de la luna.
Conocida como también como Kagya-hime no Monogatari, esta leyenda es la pieza de ficción japonesa más antigua que se conserva —fue escrita a finales del siglo IX o principios del X— y cuya fuente escrita más vieja es un pergamino del siglo XVII (por cierto, disponible en la página de la World Digital Library); sin embargo, existen diferentes textos con variaciones más o menos importantes de la historia que con el tiempo han dado forma a este por demás excéntrico relato y sus consecuentes mitos.
Una historia sobre la belleza, el exilio, la pertenencia y el amor
La leyenda del cortador de bambú y la princesa de la luna no sólo existe iluminada con una extraña y pálida belleza lunar, sino que para muchos es uno de los ejemplos de ciencia ficción más antiguos, coincidente con el espíritu y el gusto japonés por las historias de seres provenientes de otros planetas: una historia sobre la belleza, el exilio, la pertenencia y el amor.
A continuación, la historia de Kaguya-hime, la diminuta mujer proveniente de la luna que un día llegó a la Tierra…
Hace mucho tiempo, un hombre viejo y humilde que se dedicaba a cortar bambú vio que uno de los troncos que había recolectado brillaba de una forma extraña, como si la luna estuviera iluminándolo. Al tomarlo entre sus manos, se dio cuenta de que dentro se encontraba una hermosa y pequeñísima niña, de unos 7 centímetros de altura.
El hombre la llevó a casa pues nunca había tenido hijos, y entre él y su esposa cuidaron de ella como si fuera su propia hija; la nombraron Princesa Luz de Luna. La rama de bambú donde el hombre había encontrado a la extraña visitante comenzó a producir oro y gemas, que harían al cortador de bambú un hombre rico en poco tiempo.
La extraña joven creció convirtiéndose en una hermosa mujer de tamaño normal, y con los años, la gente comenzó a enterarse de la existencia y belleza de la dama. Pretendientes de todos lugares viajaron para pedir su mano.
En una ocasión, cinco honorables caballeros llegaron a la casa del cortador de bambú, quien intentaba convencer a su hija adoptiva de casarse, pues él era viejo y no quería morir dejándola sola. Ella se negaba a tomar un esposo, pidiendo cosas imposibles a los enamorados pretendientes a cambio de casarse con ellos.
La existencia de la hermosa joven llegó a oídos del emperador, quien solicitó que ésta se presentara en su corte. Cuando ella se negó, él la visitó y, al verla, se enamoró perdidamente de ella.
El emperador intentó llevar a la joven a su palacio para casarse con ella, pero la joven aseguró que si la llevaban a la fuerza se convertiría en una sombra y desaparecería para siempre.
Cada noche, la joven observaba el cielo con melancolía; era momento de que volviera a su lugar de origen y fue entonces cuando ella confesó a su padre adoptivo, entre lágrimas, que ella había venido de la luna y que su tiempo en la Tierra estaba por terminar.
Al enterarse de esto, el emperador envió guardias a la casa del cortador de bambú, para tratar de evitar que la princesa fuera llevada de vuelta a su planeta natal.
Al poco tiempo, una noche, la luna se cubrió con una nube que rápidamente comenzó a descender hacia la Tierra, al tiempo que el cielo se oscurecía.
Una carroza tripulada por seres luminosos llegó por la princesa, quien antes de irse dejó una carta y una pequeña botella con el Elixir de la Vida para el emperador. Asustado, éste ordenó que ambas fueran llevadas a la cima del monte más sagrado de aquella tierra y quemadas.
Hasta el día de hoy se sabe que, cuando hay humo sobre el monte Fuji, se trata de la carta y el elixir que la Princesa de la Luna dejó al emperador, que aún arden en las alturas del gigantesco monte.