Básicamente se podrían establecer tres modelos explicativos sobre el origen y naturaleza del universo.
Creación a-causal del universo
Según un primer modelo a-causal, sólo existe lo Uno-Único como realidad inmutable. Ello implicaría que la creación del mundo jamás ha acontecido en absoluto porque nada ajeno al Uno puede existir ni cesar de ser nunca. La comprensión de este misterio queda descifrado cuando el texto hermético revela al discípulo que “yo soy tú”, es decir, no hay más que el Ser. Esta teoría no es una negación de la realidad del mundo, sino del proceso creativo que lo ha traído a la existencia. Sin embargo, el profano o el discípulo que se encuentra en los primeros niveles de la enseñanza es totalmente inconsciente de la naturaleza y fuente unitaria del mundo y, como consecuencia de ello, su mente construye un mundo ilusorio de objetos interactivos separados, malinterpretando las impresiones sensoriales que recibe. Por tanto, no hay nacimiento ni muerte; sólo existe la única realidad, el Uno, el Ser.
En algunas cosmogonías egipcias, “el demiurgo ha llegado a ser por sí mismo. Él es el solitario, el único, y sin testigos” (lo que nos situaría lejos del Génesis veterotestamentario. Igualmente, en CH XVI se encuentra un ejemplo de creación ontológica sin concesiones simbólicas o literarias: “el creador, padre y envolvente del universo entero” es “el que siendo Uno es todo y sabiendo todo es Uno”. Pero incluso el pensamiento egipcio fue más allá de esta concepción del Ser como Uno-Único y elaboró una sutil especulación sobre el No-Ser. Algunos textos egipcios explican que “la región más lejana del cielo está en las tinieblas primordiales; no se conocen sus fronteras hacia el Sur, el Norte, el Oeste y el Este. Éstos (los puntos cardinales) están sujetos en las aguas primordiales como perezosos… Su tierra no es […] conocida a los dioses y espíritus. Allí no hay rayos de luz y se extiende por debajo de todo lugar” [1] . Con ello se está describiendo el reino oscuro y acuático anterior a la creación, es decir, el océano o las tinieblas primordiales. El reino del No-Ser en el que acaba la soberanía del monarca creador del universo porque él tampoco estaba. Igualmente, en el capítulo 125 del Libro de los Muertos que describe la conocida “confesión negativa” mediante la que se rinde cuentas ante el tribunal de Osiris, el difunto pronuncia la frase “No conozco lo que no es”, lo que le permite atravesar diversas puertas hostiles, una de las cuales es la “que devora a los que no son” [2]. Finalmente, se encuentra en presencia de un dios “al que llega aquello que es y lo que no es” [3]. Y en los Textos de los Sarcófagos se afirma del difunto bienaventurado que “Su repugnancia es lo no existente (jwtt) porque no ha visto lo desordenado (jsft)” (CT VI 136 k).
Los términos egipcios como tm wnn o nn wn son negaciones del verbo “ser” y el adjetivo relativo negativo (jwtj/jwtt) significa “aquello que no es” o “lo no-existente”. Para el pensamiento egipcio, el no-ser es la materia primordial inagotable, sin realizar, pura potencialidad. Desde el punto de vista temporal, “aquello que no es” o “lo no-existente” es el tiempo sin tiempo antes de la creación, es decir, algo que es incomprensible e inimaginable para la mente humana. No existía el espacio, ni dioses, ni seres humanos, en suma, no existía el Verbo de Dios, “no había sido proclamado el nombre de cosa alguna” [4] porque lo que no tiene nombre no existe. En tal estado “Aún no había surgido la disputa” [5] porque no había nada ni nadie. En consecuencia, si no existía la vida o el nacimiento tampoco existía la muerte. Las tinieblas “eran todo el principio”; ellas hacen “irreconocibles los rostros”, borran toda figura, funden pasajeramente las formas de existencia. El dios creador yace dormido, “como muerto” en las tinieblas primordiales anteriores a la luz (Kekuzemau), también representadas como el océano primordial ilimitado (el dios Num).
Es significativo que el pensamiento egipcio no quiera definir este estado o no-estado como Unidad y que, por el contrario, prefiera describirlo en términos de no-dualidad; “aún no existían dos cosas” [6]. Con ello, se hace referencia indirecta a una unidad tan homogénea como incomprensible que sólo puede ser definida en términos negativos; es no dual. Ello es tan inconcebible como afirmar que el dios creador es el “Uno que se convirtió en millones”. Por tanto, todo lo que nace, todo lo que es, desaparece con la muerte, incluidos los dioses. Pero lo que desaparece es la forma individual aparente, porque la muerte, como estado permanente, sólo afecta a lo no-existente. Por eso, “al conservar la distancia y el equilibrio, el egipcio no cae ni en el nihilismo ni en la entrega autoaniquiladora a la inmensidad y a la posibilidad universal de no-ser” [7].
Con la afirmación de que “No conozco lo que no es” el difunto da a entender que no ha violado los límites del orden establecido, es decir, del Ser, y que, por tanto, puede aspirar a seguir siendo un “existente” más allá de la muerte [8]. No se trata de un retorno individual a la vida sino de una resurrección en el más allá donde se poseen “todos los rostros” (individualidades) o, lo que es lo mismo, ninguno. La serpiente cósmica enroscada sobre sí misma (que se convierte en época romana en el Uroboros, “el devorador de la cola” es una representación de esta idea. Pero incluso esa “otra vida” en el “más allá” está limitada temporalmente porque la creación (incluidos sus lugares más excelsos y celestiales) es como una isla o colina destinada a ser anegada por las aguas primigenias; es un mero momento o episodio “entre la nada y la nada”. La misma idea de eternidad, al igual que en su traducción griega (aeter-aetas, la duración del eter), los dos términos egipcios (nhh y dt) empleados para referirse a la “eternidad”, en realidad significan “el tiempo que dure el ser” [9].
Creación mental del universo
En segundo modelo explicativo del origen y naturaleza del universo se basa en la naturaleza mental del universo en cuanto que es “creado” o interpretado desde y por la mente. El mundo viene a la existencia simultáneamente con la aparición del pensamiento (el Verbo) que lo percibe y cesa de existir cuando el pensamiento está ausente. Esto significa que la manera de transcender ese mundo “imaginario” es utilizando una forma superior de conocimiento que supere la dualidad sujeto-objeto; este es el intelecto (Nous). Así, se explica el origen del Universo como pronunciación del Verbo divino. Los himnos religiosos egipcios proporcionan numerosos ejemplos de estas creencias: Ra, el «Dios primordial… que profirió una palabra cuando la tierra estaba inundada de silencio… Señor único que creó los seres, que modeló la lengua de la Enéada» [10]. El Corpus Hermeticum prolonga estas creencias; “Salió entonces desde la luz una Palabra santa que alcanzó a la naturaleza y un relámpago violento saltó hacia fuera” (CH I, 2), lo cual es conforme a las creencias egipcias sobre el poder del lenguaje (pronunciar el nombre es crear la cosa nombrada) y las permutaciones de sonidos derivados de un sonido principial. Por ejemplo, al llorar (rem) Ra, los hombres (romé) o los peces (ramú) comenzaron a existir. Y cuando el dios dejó escapar la palabra hab, «enviar», hablando con Tot, nació el ibis (hib), animal de Tot.
Creación causal del universo
Finalmente, el tercer modelo explicativo del origen del universo se basa en la creación gradual o cronológica según leyes de causa y efecto que pueden ser rastreadas hasta un acto de creación originario. Es, por tanto, una explicación efectuada no desde el Ser (punto de vista metafísico) sino desde el punto de vista de la Creación (punto de vista cosmológico). En los logoi herméticos encontramos varios ejemplos de creación según un modelo cronológico que presenta un proceso que se desarrolla con su comienzo y su fin (por ejemplo, en Asclepius). También aparece la creación “por generación”; en unos casos el Creador es hermafrodita (CH I) o “padre y madre” de los vivientes (CH V, 7). En otros casos, la creación ha sido resultado de la pronunciación de un sonido, como por ejemplo, las siete carcajadas con que las que la divinidad produce el mundo según el texto hermético de la “Kosmopoïía de Leyde” y cuyo antecedente se encuentra en las siete palabras creadoras de Neith en la cosmogonía del Templo de Esna [11].
Por su parte, el tema de la creación artesanal del universo, tan común en la mitología universal, tiene uno de sus ejemplos en el dios egipcio Khnum y su torno de alfarero. Este tema ha inspirado los logoi herméticos que expresan la creación por producción artesanal o por fabricación que aparecen en CH IX, 5 y CH XVI, 9. Igualmente, el argumento mitológico egipcio del océano primordial (el dios Nun) del que emergieron el sol y el cosmos [12], es reutilizado en el Corpus Hermeticum; “Había una inextricable tiniebla en el abismo, agua y un aliento vital sutil e inteligente que existían en el caos por el poder divino”. Más concretamente, uno de los argumentos cosmogónicos más extendidos en la mitología egipcia es el de la colina o pirámide que emerge de las aguas del caos. En este caso es el dios o “concepto” Nun quien, a la vez que personifica el caos, es también el principio de la vida que preexiste al mundo. Pues bien, el fragmento 28 de la edición de los escritos herméticos dice así: “La pirámide es el fundamento de la naturaleza y del mundo intelectual; porque está sobre ella como gobernante la Palabra demiúrgica del Señor de todas las cosas como potencia primera detrás de aquel, no engendrado, ilimitado, emergido de aquel [el Padre], está al frente de y gobierna todas las cosas fabricadas por él. El es el pre-engendrado [prógonos, no protógonos!] del Todo perfecto, hijo legítimo, perfecto y fecundo” [13].
Ahora bien, estas especulaciones metafísicas acerca de la tétrada y del Demiurgo situado sobre una pirámide pasarían inadvertidas si no fuera porque la imagen de la pirámide es el tradicional símbolo egipcio de la colina primordial sobre la que se posa el sol al nacer, en el origen de los tiempos, o del cerro que emerge de la iluminación para que el dios demiurgo se pose en él. La pirámide constituye un símbolo tan extendido que casi todas las cosmogonías locales y todas las teologías clásicas del Antiguo Egipto han representado el origen del mundo como la emergencia, en el seno del océano primordial Nun, de un cerro primigenio destinado a servir de asiento al Demiurgo que ha de proceder a la creación del universo [14]. La pirámide fue una estilización de ese cerro o colina como lugar elevado en que se asienta el sol al nacer.
- Pap. Carlsberg I, II 20 ss., última publicación en O. Neugebauer y R. A. Parker, Egyptian Astron. Texts I, 1960, pp. 52 s.
- Libro de las Puertas I, 79.
- Tanto Amón como Osiris son considerados “señor de aquello que es, al que pertenece aquello que no es”.
- Pap. Berlín 3055, 16, 3 y s.
- Pyr. 1040 y 1463
- CT II, 396b y III, 383a.
- Eric Hornung, El Uno y los Múltiples. Concepciones egipcias de la divinidad, Valladolid, 1993, p. 169.
- Eric Hornung, El Uno y los Múltiples, cit., p. 168.
- Eric Hornung, El Uno y los Múltiples, cit., p. 170.
- Himno de adoración al Sol, en A. Barucq- F. Daumas, Hymnes et prières de l’Egypte ancienne, Paris, 1980, p. 222
- Textos de magia en papiros griegos (=PGM), cit., pp. 282-284 y 294-297. Vid., S. Sauneron, “La légende des sept paroles de Methyer au Temple d’Esna”, en BSFdE, 32 (1961), pp. 43-48. La primera parte de PGM XIII, menciona un «relato de la creación». Su semejanza con la cosmogonía de CH. I resulta sorprendente: «Cuando el dios rió, nacieron siete dioses (que abarcan el cosmos…). Cuando rió por ver primera, apareció Phôs-Augê [Luz-Resplandor] e irradió todo y se convirtió en el dios del cosmos y el fuego… Entonces rió por segunda vez. Todo fue agua, la Tierra, al oír el estruendo, gritó y se alzó, y el agua se vio dividida en tres partes. Apareció un dios; y a este se le confirió el cuidado del abismo de las aguas primordiales, pues sin él la humedad ni se incrementa ni disminuye. Y su nombre es Eschakleo… Cuando quiso reír por tercera vez, aparecieron Nous o Phrenes [Mente o Inteligencia] con un corazón, debido a la agudeza del dios. Fue llamado Hermes; fue llamado Semesilam. El dios rió por cuarta vez, y apareció Genna [Poder Generativo], que controla a Spora [Procreación]… Rió por quinta vez y se sentía melancólico mientras reía, ella. Y ella fue la primera en recibir el cetro del mundo… Rió una sexta vez y se sentía mucho más alegre, y apareció Kairos [Tiempo] con un cetro, símbolo de soberanía, y tendió el cetro hacia el dios que había sido creado en primer lugar, [Phôs]… Cuando el dios rió por séptima vez, nació Psyche [Alma], y él sollozó mientras reía. Al ver a Psyche, silbó y la tierra se alzó e hizo nacer a la serpiente Pitia, que predice todas la cosas…».
- A. Barucq- F. Daumas, Hymnes et prières de l’Egypte ancienne, Paris, 1980, p. 537.
- Los Fragmentos 23 a 35 del Corpus, proceden todos del Contra Iulianum de Cirilo de Alejandría.
- S. Sauneron y J. Yoyotte, La naissance du monde…, cit, p.35