“Incluso después de todas las luchas por el cambio climático, e incluso después de todos los compromisos públicos de esas corporaciones, todavía planean obtener ganancias mientras el mundo se derrumba a su alrededor”.
David Whyte. «Ecocidio. Acabemos con la corporación antes de que nos mate»
«Si podemos compensar las molestias en un punto en el que los costes de la defensa en la preparación de los casos sean más altos que las potenciales compensaciones a pagar, por supuesto, lo consideraremos desde una perspectiva económica.»
Werner Bauman, director ejecutivo de Bayer (matriz de Monsanto).
Bauman disparó sin pestañear esta frase, en respuesta al largo historial de denuncias de cáncer debido al herbicida Roundup con glifosato. O «molestias».
El lema de las corporaciones es: «dejadnos hacer lo que más destruye y así dedicaremos una parte pequeña del beneficio que obtengamos a lo que detruye un poco menos». Así lo explicaba el director ejecutivo de la empresa de hidrocarburos Shell, Ben van Beurden: “Si debemos construir una planta de hidrógeno… esta no será financiada por un negocio de hidrógeno, sino por una de gas o petróleo”.
Escribe David Whyte, catedrático de estudios sociojurídicos, autor de «Ecocidio», en uno de sus artículos sobre la COP26 en Glasgow:
«La paradoja Van Beurden promueve un modelo de negocio que hace que el futuro del planeta dependa de cosas que están matando al planeta. Y por si esto no fuera suficientemente nefasto, nos deja en manos de las mismas corporaciones responsables de acabar con el planeta.»
«Sí, sabemos cuál es el problema –las emisiones de carbono, el crecimiento
incontrolado de los mercados, la deforestación, el deshielo de los polos-, pero eh, aquí estamos, haciendo cosas increíbles. Buena parte del merchandising, los prototipos y los productos expuestos es realmente espectacular. El sistema de reconocimiento facial de Microsoft para reconocer aves zancudas; las plantas solares de SSE que empujan el agua desde los valles; la primera película de Hitachi sin energía de carbono; el coche eléctrico más rápido del mundo (239km/h) fabricado por Envision Virgin Racing… y un largo etcétera. Ciencia grotesca sin fin y talento para desafiar al clima.»
Es el “lavado verde” (greenwashing).
¿Y qué hacemos con esto? Nos han arrebatado la oportunidad de pensar siquiera en una solución alternativa, porque nos convencieron de que interrumpir ese modelo de negocio supone un suicidio, porque ese es el modelo único para salvar el planeta. (La sociedad de la supervivencia pierde la capacidad de valorar la vida buena, nos recuerda el filósofo Byung-Chul Han). Y nos piden que nos descorporeicemos, pero que nos pensemos como corporaciones (empresas corporeizadas). Que seamos asesores empresariales o «coach» de nosotros mismos, leales a nuestros deseos, desprendiéndonos de todo vínculo, límite y responsabilidad, sin rendir cuentas a nadie. Su idea de libertad. Confiando en las soluciones de aquellos que crearon los problemas y que antes las negaron.
«Un futuro sin memoria, sin imaginación y sin comunidad, impulsa posiciones nihilistas -para lo que queda en el convento, me cago dentro-, atrincheradas -me ocupo de lo mío y de los míos y me defiendo del resto-, o de escapada «tranquilo que algo se inventará», escribe la antropóloga Yayo Herrero. Ella aboga por responsabilizarnos (que no sacrificarnos), por imaginar (que no fantasear), por recordar (que no pretender volver al pasado). Y cita al antropólogo Ramón Sarró quien aprendió de los baga de Guinea Conakry a mirar a su alrededor con doble filtro:
«(…) a mirar un campo de mandioca y ver una selva sagrada, a ver el presente y vislumbrar el pasado (…) el truco consiste en saber ver las dos cosas, mirar con un ojo y ver la otra con el otro, tejer el hilo del presente con el hilo del pasado».
«Emoción» tiene su origen en la palabra latina «movere» y «emovere», moverse, agitar, perturbar. Nuestro planeta y todo lo que contiene, y el universo, es un lugar de movimiento, fuerzas de creación y destrucción.
La vida solo existe si no estamos aislados de nuestro entorno. Si «la entropía (desorden de componentes) de un sistema cerrado va en aumento», ¿por qué existe la vida, algo que implica un nivel de orden inmenso? El surgimiento y persistencia de la vida es un hecho muy raro. Millones de átomos ordenados en moléculas, que forman células, que forman tejidos…
Pero los seres vivos, (todos los organismos vivos, ya sean virus, bacterias, plantas o animales), somos de todo menos un sistema cerrado. No estamos aislados de nuestro entorno, necesitamos respirar, alimentarnos, producimos desechos… En general estamos intercambiando materia y energía con el medio de manera constante hasta que nos morimos.
Por eso estamos vivos, porque cooperamos con las otras formas de vida, y con nuestro hábitat.
El problema es cuando perdemos este control. A escala local, el filósofo Edward
Casey llamó «Patología del lugar» cuando tu lugar se muestra nocivo. Por ejemplo, lo que le ocurrió a los habitantes de Hunter (Nueva Gales del Sur), una comunidad afectada por la minería de carbón activa. ¿Se puede sentir nostalgia cuando todavía permaneces en tu lugar? Sí, cuando las personas pierden «el consuelo o la comodidad que te da la relación con un hogar que está siendo desolado por fuerzas que se escapaban de su control», tanto por la misma minería como por la injusticia ambiental que deriva de ella, explica el filósofo Glenn Albrecht en «Las emociones de la tierra»: «Cuando fuerzas que se escapan de nuestro control destruyen los límites del mundo que conocemos, así como sus leyes y su orden, el hogar se vuelve tóxico y se convierte en «nostalgia sin rumbo».
Los pueblos originarios aborígenes o navajos sufrieron esta crisis existencial cuando su mundo se derrumbó al ser despojados de sus tierras y reubicados en campos de concentración. Acabaron con la «tranquilidad del corazón» que te da un buen hogar, como lo definió la antropóloga Deborah Bird Rose, y todo a su alrededor era como «un amigo que actúa de forma extraña», «uggianaqtuq» como dicen algunas comunidades inuit. Los Hopi lo llaman «koyaanisqqatsi», que describe la vida desequilibrada y desintegrada. Cuando aumenta la entropía.
Los pueblos aborígenes, en Australia, interpretaban la conexión e interacción de su cultura con las posiciones de ciertas estrellas y constelaciones, y predecían así la variación estacional y los cambios en los ecosistemas que afectaban al sustento humano (alimento, cobijo, orientación…). Por ej. para los boorong la constelación Lyra tiene forma de faisán australiano, Loan, su tótem, y es un conjunto de estrellas que justo se deja ver cuando este ave entierra sus huevos, y desaparece cuando eclosionan. Todo esto lo narraban y lo narran en las historias de los Sueños.
«Si existe una experiencia de conexión con algo tan grande como para ser capaz de redimensionarnos y al mismo tiempo de hacernos sentir parte de un todo, es, sin lugar a dudas, la contemplación de un cielo con un número tan grande de estrellas como para ser tridimensional.» aconseja la antropóloga Irene Borgna (Cielos negros: cómo la contaminación lumínica nos está robando la noche). “Un niño que crece sin estrellas será un adulto que no sueña. Pasar una noche bajo un cielo estrellado donde puedes admirar la Vía Láctea (nuestra casa en el universo) en toda su belleza es algo que te cambia: es como nadar en el mar, se te mete debajo de la piel.”
En las ciudades, hemos perdido el cielo nocturno por las luces artificiales, y así perdemos esta astronomía emocional.
«Se caían las estrellas del cielo y los hombres de reunían y decían: Va a haber guerra, que se caen las estrellas. Yo veía que se caían, se desprendían del cielo, pero yo no sabía ni lo que era una guerra cuando lo decían», le contó una mujer de Cauvaca (Aragón, España), Mercedes Sanz Gil, a la antropóloga Virginia Mendoza (Detendrán mi río). Y efectivamente, hubo guerra. Esas cosas horrorosas pasaban. Pero no había cielo que soportase la idea de que
todo su pueblo iba a quedar sepultado bajo el pantano de Mequinenza
por la depredación de un sistema económico y político sin escrúpulos: «es imposible que el agua cubra la torre». Porque era su río, ese río que conocían tan bien, que lo mismo te «daba la bofetada y los niños tenían que luchar por seguir vivos», como te devolvía fértil la tierra, el sustento de la vida. Tuvieron que decir adiós a su casa y a su mundo naufragado, en aras del «bien común», como otros
500 pueblos más. Nunca el río, en sus momentos más duros, sacrificaba tanto.
Responsabilidad y esperanza activa en recuperar la memoria cultural y ecológica.
Tendremos que aprender de los que conservan su biodiversidad y su diversidad cultural, sus lenguas, que suelen ser los mismos, pueblos originarios. Memoria biocultural para el buen vivir sin destruir lo que nos rodea. La sociedad industrial ha olvidado mucho de su patrimonio biocultural. La extracción (que no producción) de material fósil, la tecnología y la desmotivación (des-emoción) por creernos al margen de la naturaleza, provocaron nuestro borrado de memoria biocultural que ahora necesitamos recordar y reinventar. Que siguen, como advierte Yayo Herrero, en lugares como las residencias de mayores. Por eso, «la detención de cada potencial destrozo cuenta, porque las vidas hay que rehacerlas en lugares concretos. Defender cada kilómetro cuadrado de suelo vivo, cada fuente de agua, cada casa que habita una familia, cada centro de salud, es aumentar posibilidades de vida», escribe.
Y los ecosistemas también tienen memoria. Abrir los bienes comunales a otros seres lo cambia todo.
«¿Cómo pude haber pensado que estaba sola?» se preguntaba la académica Germaine Greer mientras participaba en la restauración de la compleja salud de un ecosistema degradado en Cave Creek, Queensland, Australia. Mientras caminaba por la zona, tuvo el preocupante sentimiento de que la tarea era imposible. Hasta que se dió cuenta de que un ave había oxigenado la tierra rasgándola y creando montículos para buscar el lugar adecuado e incubar sus huevos. «Tenía miles de ayudantes… no, millones de ayudantes, equivalentes a cinco humanos. (…) Todos trabajábamos juntos: bacterias, hongos, reptiles, invertebrados, anfibios, pájaros y árboles, además de algún que otro humano.»
Todo lo vivo e inerte está interconectado, pero las relaciones no son lineales, a la misma causa no le sigue siempre el mismo efecto. «No tiene sentido cristalizar principios básicos o buscar leyes naturales», advierte la antropóloga Anna Tsing. «Yo practico las artes de la observación; examino el caos de los mundos en ciernes en busca de tesoros, que resultan peculiares y con pocas probabilidades de ser encontrados de nuevo, al menos bajo esa forma.»
De nuestros miedos.
De nuestros miedos
nacen nuestros corajes
y en nuestras dudas
viven nuestras certezas.
Los sueños anuncian
otra realidad posible
y los delirios otra razón.
En los extravíos
nos esperan hallazgos,
porque es preciso perderse
para volver a encontrarse.
Eduardo Galeano.
Fuentes:
Ecocidio: Acabemos con la corporación antes de que nos mate. David Whyte.
Ausencias y extravíos. Yayo Herrero.
Las emociones de la tierra. Glenn Albrecht
Cielos negros: cómo la contaminación lumínica nos está robando la noche. Irene Borgna.
Detendrán mi río. Viginia Mendoza.
La seta del fin del mundo: Sobre la posibilidad de vida en las ruinas capitalistas. Anna Tsing
White Beech: The Rainforest Years. Germaine Greer.
Getting back into place. Edward Casey
El libro de los abrazos. Eduardo galeano.
http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2022/01/ecocidio-o-koyaanisqqatsi-acabar-con-la.html
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— Fabricar un coche eléctrico contamina un 70 % más que uno convencional.
— El coche eléctrico necesita 200.000 km para compensar el CO2 que se emite en su fabricación.
— La fabricación de paneles fotovoltaicos y turbinas eólicas tienen un impacto contaminante que precisa años de uso para su compensación.
— Miles de aves mueren cada año como consecuencia de los parques eólicos .
Es imposible mantener el volumen de mercado actual sin que ello ocasione un perjuicio al planeta.