El informe Brodie.
Por Ángel Polo.
El 13 de junio de 1956, William Brodie, trabajador independiente que en los últimos años había incursionado en el campo del periodismo y la publicidad, viajaba hacia Lousville, Kentucky, a fin de instalar una agencia de marketing publicitario. Lo hacía a bordo de un DC 3 de la Piedmont Airlines, que había abordado en Fayetteville, Carolina del Norte.(34).
A los 22 minutos de vuelo, cuando el avión había alcanzado una altitud de crucero de 6.500 pies sobre el nivel medio del mar, tuvo lugar el caso más extraño que registran los anales de la aviación civil internacional.
En instantes en que el sobrecargo se encontraba en la cabina del piloto, obteniendo la información solicitada por una pasajera, el aparato dio un brusco salto hacia la izquierda. «Fue como un brinco -declararía luego uno de los 24 pasajeros de la nave- que pareció dejar a la máquina detenida en el aire.
Éramos conscientes de que algo sucedía, pero no atinábamos a saber de qué se trataba. De pronto, el ocupante de uno de los asientos posteriores se llevó ambas manos a la cabeza y comenzó a gritar. En un primer momento supusimos que se trataba de temor a que el avión pudiera precipitarse a tierra o algo así.
El grito atrajo al copiloto y una azafata, quienes procedieron a tranquilizar al pasaje, diciéndonos que el aparato había sorteado un pozo de aire y que ya estábamos nuevamente en vuelo regular. Pero como ese hombre no superaba su crisis, ordenó a la azafata que le administrara un sedante. Y en cuanto ésta se retiró hacia el pequeño compartimiento de la cocina de a bordo, vimos que el hombre quedaba como hipnotizado y que se incorporaba lentamente, dirigiéndose hacia la parte delantera del avión, donde se hallaba la cabina del piloto.
Entonces nos sucedió algo extraño; nos sentimos ganados por una languidez especial, un particular desgano, que nos hizo desentender de todo lo que sucedía a nuestro alrededor. Recuerdo que quise levantar mi mano para acomodarme los lentes y descubrí que el movimiento del brazo era casi imperceptible, como si mi cerebro estuviera trabajando en cámara lenta, al tiempo que todo adquiera un color violáceo.
Creo que todos quedamos inmóviles. Ahora me parece un sueño. Pero mi memoria guarda, en dramáticos pantallazos, lo que sucedió a continuación. Son pantallazos incompletos, erosionados, carcomidos por una extraña fuerza empeñada en desdibujar las vivencias. Soy consciente de eso. Y aún ahora me cuesta tremendamente exigir a mi cerebro el esfuerzo necesario para hilvanar los pensamientos…
Estaba en la situación que relaté, cuando entró en mi campo visual el hombre que instantes antes se había tomado la cabeza con desesperación. No fue hacia la cabina del piloto. Se detuvo un poco antes, giró hacia la izquierda y quedó enfrentando la puerta principal de la cabina de pasajeros. No hizo ningún movimiento. Los brazos le colgaban a lo largo del cuerpo, pero la puerta se abrió. Se abrió completamente… y el hombre dio un paso… luego otro… hasta que dos luces gigantescas parecieron tomarlo de los hombros… y ya no lo vi. Quedaba solamente la puerta abierta.
“Después, todo sucedió rápidamente. Las acciones parecieron adecuarse a su ritmo normal. El primer oficial y el sobrecargo aparecieron inmediatamente, procediendo a cerrar la puerta abierta. Pero cuando nos preguntaron sobre lo sucedido, nadie pudo decir nada. Recuerdo que no me preocupé por mí, sino por el hecho de qué les pasaría a los demás.
¿Por qué no podían hablar, si como yo, tenían que saber lo que había acontecido? Recién mucho tiempo después, me pregunté porqué no había hablado yo. ¿Acaso mis sentidos estaban bloqueados? Así debía ser. La cuestión es que hasta hoy me asalta un estremecimiento cuando recuerdo esa secuencia entrecortada de imágenes, como un filme viejo, lentísimo y sereno, donde un hombre sale caminando de un avión en vuelo, mientras 23 pasajeros lo miran con el mismo interés que si miraran llover”.
Ese hombre se llamaba William Brodie. Y como veremos, será un eslabón decisivo para interpretar muchos puntos oscuros de la historia de un gran país: los Estados Unidos de Norteamérica.
Para comprender mejor la función capital que cupo a Brodie, será necesario que retrocedamos hasta 1939. En ese año, los físicos europeos descubrieron que el uranio emitía neutrones al partirse su núcleo, preguntándose si no se podrían utilizar para partir otros núcleos e iniciar una reacción en cadena, lo cual fue finalmente conseguido en Chicago, en 1942, gracias a las investigaciones del doctor Enrico Fermi.
Pero, ¿sería posible utilizar una reacción en cadena incontrolada para fabricar una bomba? La contestación a esta pregunta fue una explosión devastadora en el desierto de Nueva México, el 17 de julio de 1945: la primera explosión atómica de la historia.
Después, como se sabe, la tremenda potencia desatada por el hombre se abatió sobre Hiroshima, el 6 de agosto del mismo año: su estallido causó más de 100.000 víctimas en el momento de la explosión, número que luego aumentaría hasta los 250.000. Tres días después, Nagasaki corría la misma suerte. Se había iniciado la era de la energía atómica, pero al mismo tiempo, la humanidad daba un peligroso paso hacia el futuro. Un salto sobre el abismo.
Casi simultáneamente, extraños acontecimientos, siempre en coincidencia con el empleo de armamento nuclear, comenzaron a preocupar al gobierno.
El presidente Franklin Delano Roosevelt, por ejemplo, principal sostenedor del proyecto Manhattan, a través del cual se arribaría a la construcción de la bomba atómica, recibió una amenaza a fines de 1944, hallando sobre la almohada de su propia cama, una esquela concebida en estos términos:
“Señor Presidente: Las pruebas de Shagg Field -haciendo alusión al estadio de la Universidad de Chicago donde se ensayó la primera reacción de escisión en cadena- no deben continuar. Más aún: la vida futura del planeta peligra si no se pone fin a los trabajos iniciados”.
Roosevelt remitió la esquela a las Fuerzas de Seguridad, quienes llegaron a la conclusión de que se trataba de la obra de alguien en disconformidad con este tipo de experimentaciones. ¿Pero quién? ¿Acaso no se trataba de un proyecto supersecreto?
Cuál no sería la sorpresa de los investigadores, cuando dos días después el propio Fermi y su equipo de científicos, denunciaba haber sido amenazado en términos más o menos similares. Incluso, varios de estos últimos renegaron de su obra y solicitaron al presidente que no se siga adelante.
Pero eran otras las preocupaciones de Roosevelt, más que ocuparse de una simple amenaza. La segunda guerra mundial estaba en su apogeo y la victoria parecía favorecer a los aliados. Más de 150.000 efectivos habían desembarcado en Normandía, al mando del general Eisenhower y el 26 de agosto de 1944 entraban en París. De Gaulle hacía realidad su ambición de comparecer en los Campos Elíseos para ser aclamado por la población. Alemania retrocedía en todos los frentes y ya se venía preparando la conferencia de Yalta, realizada el 4 de febrero de 1945, con la participación de norteamericanos, británicos y soviéticos.(35)
No. El presidente tenía otras cosas de qué preocuparse y después de recomendar un refuerzo en la vigilancia que tenía a su cargo la seguridad del proyecto Manhattan, ordenó que éste siguiera adelante.
El escritor Peter Straford, en su libro «Energy Authority», se refiere a este suceso en los siguientes términos: “Después de un impasse de dos meses, en cuyo transcurso se realizaron varias reuniones entre Enrico Fermi y el presidente Roosevelt, continuó desarrollándose el proyecto Manhattan, para el cual el sabio italiano preveía conclusiones en no menos de dos años. Algunas amenazas anónimas, pretendieron detener las investigaciones, pero no se les prestó atención, pese a que dos de los científicos participantes del proyecto desaparecieron sin hasta hoy (1951) ser hallados. Se supone que abandonaron el país en disconformidad con los alcances que prometía la técnica nuclear”.
El mismo día que Fermi comunicó al presidente que había sido armada la primera bomba nuclear de la historia, un diario de Washington, en recuadro a una columna, informaba como hecho curioso, que una bola de luz había girado en torno a la residencia presidencial, alarmando a los guardias y desvaneciéndose luego en el aire. Treinta días después, el 12 de abril de 1945, Roosevelt moría.
¿Coincidencia? A la luz de los conocimientos actuales, nos recorre un estremecimiento: ¿Hasta dónde fue programada la muerte del presidente norteamericano? ¿Qué significaba esa bola de luz rondando sus habitaciones? ¿Por qué, enterado del deceso, Enrico Fermi renunció a su tarea en el campo de la energía atómica y se recluyó en un oscuro laboratorio?… Los hechos posteriores, irán contestando algunos de estos interrogantes.
Harry Truman continuó la gestión del mandatario desaparecido. La Gran Guerra seguía concitando la atención mundial. Y. el 2 de mayo de 1945, dos días después del suicidio de Hitler, caía Berlín. Cinco más tarde, en el cuartel general de Eisenhower, en Reims, el general Jodl y el almirante von Friedeburg firmaban la rendición incondicional de los soldados alemanes. La pesadilla nazi había terminado.
Churchill dibujó por última vez la «V» con sus dedos junto al rey y en presencia de millares de ciudadanos británicos, mientras Europa celebraba la victoria por las calles, entre canciones, bailes y afirmaciones democráticas. Los grandes, deberían ahora decidir sobre el futuro de Alemania. Se discutió acaloradamente en Potsdam desde el 17 de julio al 2 de agosto de 1945, con la participación de Churchill (luego Atlee, debido a la victoria laborista en las elecciones de junio), Truman y Stalin. Pero no se alcanzó ningún acuerdo sobre la nueva ordenación europea. Alemania, en tanto, quedaría bajo el dominio de los cuatro ejércitos vencedores.
Fue entonces cuando Truman tuvo conocimiento del estallido de la bomba atómica de Alamogordo, en Nueva México. Algunos consejeros sugirieron al presidente que utilizara la amenaza nuclear para obligar a Stalin a respetar su compromiso acerca de la autodeterminación de los pueblos de Europa oriental. En Potsdam, el mundo comenzaba a dividirse en dos bloques y la amenaza volvía a ser asidua consejera de la diplomacia. El terror sería la constante de los próximos años. La vida, como había dicho Oppenheimer después de la primera explosión atómica, “ya no sería igual”.
La rendición japonesa en la contienda del Pacífico, el dominio de la energía atómica también por Rusia, la carrera armamentista mundial y una política cada vez más tirante, caracterizaron los años posteriores a la administración de Truman.
A inicios de la década del 50, la paz mundial, duramente conseguida unos años atrás, al precio de 55 millones de muertos, 35 millones de heridos y tres millones de desaparecidos, tambaleaba. El miedo volvía a germinar en los corazones, cuando como consecuencia de la primera prueba atómica soviética, una neurosis colectiva asaltó al país yanqui y todos se convirtieron en sospechosos de haber revelado al gobierno ruso los secretos de la escisión del átomo. Nada pudo probarse contra Robert Oppenheimer, ni contra Alger Hiss, denigrados como traidores. Ni siquiera quedó probada la culpabilidad de los esposos Rosemberg, a los que se llevara a la silla eléctrica.
Era menester un «equilibrio del terror» para asegurar la paz. Así es como comenzaron a levantarse emplazamientos de proyectiles atómicos en los distintos países simpatizantes de la órbita roja o norteamericana, destinados todos ellos a arrasar Nueva York o Moscú, en el caso de una tercera guerra mundial.
Incluso ante el temor de que los misiles rusos pudieran aniquilar sin previo aviso los cincuenta Estados de la Unión, cuarenta bombarderos portadores de bombas están volando las veinticuatro horas del día, desde el primero de enero al treinta y uno de diciembre, listos para descargar una réplica inmediata -la última-, sobre las principales ciudades soviéticas. Cuando aterriza un bombardero, otro toma el relevo de inmediato. A veces un aparato se precipita a tierra -dos o tres veces por año- y la prensa anuncia: “Un avión portador de bomba atómica cayó en el Estado de California… La bomba no estaba activada”.
El suceso clave.
Pero hubo un acontecimiento capital, un suceso clave, a partir del cual la historia secreta de los hombres dio un vuelco fundamental. (36).
Un día de agosto de 1946, el presidente Truman recibió al embajador sueco en los Estados Unidos, el cual había solicitado una reunión con el primer mandatario, a » fin de asuntos de espacialísima importancia para los países del mundo». Esta curiosa elocuencia, movió a Truman a aplazar otros compromisos y recibir al delegado nórdico, a las 8 de la mañana del 23 de agosto de 1946, un día muy particular de la historia secreta que mencionaremos.
Tras los saludos de práctica, el visitante extrajo una carpeta blanca, y de su interior, un sobre lacrado que extendió al presidente, donde en caracteres dorados se destacaba el escudo nobiliario del rey Gustavo V.
Tras los saludos de práctica, la nota real advertía a los Estados Unidos sobre un peligro inminente. En tal sentido Suecia había sido elegida para dar a conocerla mundo la situación, pero sus autoridades, en la creencia de que el pánico incontrolado ganaría las ciudades habían optado por realizar consultas secretas con los principales gobiernos.
En un pasaje de la nota del rey Gustavo V, se menciona que «En 1941 fuimos advertidos de que científicos estadounidenses hallaban trabajando en la elaboración de un arma que cierta parte del mundo consideraba demasiado peligrosa como para que se permita su producción definitiva. Supusimos que se trataba de países socialistas y tratamos de no inmiscuirnos en asuntos de la política internacional, como siempre ha sido privativo de Suecia.
Pero un año después, en una alucinante reunión mantenida en el palacio de gobierno, con tres extraños seres que parecieron surgir de la nada, ya no guardamos dudas sobre la existencia de «algo más» sobre la tierra. De identidades que nos son del todo desconocidas, y que sin embargo son tan terrestres como nosotros!
Esto sorprenderá sin duda al señor presidente, pero imagine Ud. nuestra situación frente a las extrañas criaturas amarillas, delgadas, y de poco más de metro veinte de altura, hablando con voz monocorde, sin gestos, como proyectadas sobre una de las paredes de la sala de audiencias…, con grandes ojos inexpresivos y una cierta urgencia en sus argumentos para que la concordia reine de una vez por todas entre los hombres.
Estuvieron con nosotros poco más de diez minutos y en perfecto inglés, nos entregaron un testimonio asombroso, que obligó a mi gobierno a revertir todas las medidas de seguridad dispuestas para emergencias de guerra. Pongo a vuestra disposición ese testimonio, ante la evidencia de que el «peligro atómico» a partir de la fabricación de las armas nucleares , es ya una realidad. Sepa usted proceder como el buen tino y la sensatez lo aconsejan».
Truman levantó los ojos y miró al embajador. Ya no estaba. En el asiento que había ocupado, la carpeta blanca parecía un desafío. Allí estaba el testimonio de los curiosos hombrecitos. Su mensaje a los hombres del mundo. Eran pocas hojas, pero el significado de su contenido quizá era demasiado elevado para la mentalidad de una civilización actual, pendiente de las disputas territoriales, los enfrentamientos pueriles y forcejeos políticos cuya única ambición era poner en relieve la capacidad dominante de tal raza o país.
A nuestro mundo.
El mandatario norteamericano abrió la carpeta y leyó: ¡Aquí está el increíble mensaje que casi quince años después, un hombre llamado William Brodie, alcanzaría al presidente Kennedy! Mas vayamos por partes y veamos como reacciona el gobierno norteamericano, en 1946, a lo que recién hoy se conoce como «el informe Brodie». Este es su contenido textual. (37)
A nuestro mundo: Hubiéramos deseado que la individualidad de las razas, la integridad de las civilizaciones, nunca llegaran a relacionarse. Pero somos concientes que el mundo de la superficie marcha apresuradamente hacia su destrucción, la misma destrucción que nuestros antepasados no pudieron evitar y que ya una vez convirtió el planeta tierra en una gigantesca tumba espacial, repleta de cadáveres hediondos ruina y desolación.
«Esto sucedió en un tiempo que no mesuran los relojes. Y el hombre fue testigo, pero nada pudo hacer. Toda civilización accede a un punto máximo de desarrollo y desaparece. Se consume como los astros. La vida universal es un eterno juego matemático. Un ciclo aniquilador.
«En aquel tiempo el desarrollo tecnológico había alcanzado grados asombrosos de perfeccionamiento. Íbamos logrado la descomposición de la materia en unidades de energías controladas y su recomposición a distancias fabulosas. Ello dio margen al surgimiento de las estaciones desintegradoras, donde cualquier persona podía ser transformada en energía y proyectada hacia cualquier ciudad de la tierra, donde otra máquina volvía a corporizarla. Después ya fue común que cada uno dispusiera de su máquina propia.
«Prácticamente nada tenía secretos para nosotros. Podíamos hacer cualquier cosa. Incluso, prolongar indefinidamente la vida.
«Nuestro sistema social nos permitía ocios latentes, consistentes en permanecer durante dos años con las funciones vitales suspendidas, bastando programar una pastilla sicotrónica para retornar a la vida activa.
«La clase gobernante había logrado controlarlos inconvenientes característicos de toda agrupación de seres vivos: el crecimiento excesivo y la contaminación producto del desarrollo. Claro que para ello, se debieron pasar interminables unidades de tiempo, porque nuestro carácter pacífico nos imposibilita adoptar cualquier medida que llegara a perjudicar a uno solo de nosotros. Incluso, en las unidades de asistencia, los recién nacidos recibían unidades de pastillas programantes cuyo efecto impedía cualquier actividad violenta hacia un ser igual.
En una fecha memorable, al fin, el consejo de gobernantes llegó a atisbar una solución para los problemas enunciados: desde ahora en más, deberíamos contar con gobernantes cuyo poder de decisión fuese total. Entonces programamos una nueva raza, exclusivamente ejecutiva, cuya única finalidad era impartir la justicia decisoria. Preparados para desconocer el mal y el bien, legislaron con extraordinaria sabiduría. Se limitó el crecimiento poblacional, las hembras fueron inhibidas para concebir y los decrépitos y caducos – siempre hubo una constante de desganados sociales irrecuperables – fueron eliminados.
«En poco tiempo, una raza floreciente, perfecta, limitada, había reemplazado a la anterior, heterogénea e indiscriminada.
«Mas habíamos venido cometiendo un error. Una aberración imperceptible en la estructura sobre la cual habíamos cimentado la sociedad terrestre: los motores de nuestra poderosa tecnología estaban alimentados por energía atómica. Conocíamos otras formas de producción de energía limpia, pero nos había satisfecho la seguridad obtenida para el empleo del átomo dominado.
«Por supuesto en los primeros tiempos debimos ocuparnos de los desechos radiactivos, los cuales enterrábamos en cápsulas especiales, bajo la superficie de la tierra. Después, logramos transformar esos desechos y por fin accedimos a lo que llamamos cadena de consumo sin pérdida. Es como si uno de los vehículos de hoy día, recogiera, la totalidad de la gasolina consumida que expele convertida en gases y con esos gases siguiera funcionando eternamente.
«Creíamos que ya todo había sido logrado, cuando uno de nuestros matemáticos descubrió accidentalmente que las líneas electromagnéticas de la energía reciclada, después de un cierto tiempo, que ustedes medirían en un centenar de años, ya no respondía a las rígidas normas de las leyes energéticas. Por decirlo de otra manera, se rebelaban. ¿Qué podía significar esta anarquía de las líneas electromagnéticas del reciclaje atómico? Cuando lo supimos, ya era tarde. Nuestra ciencia había cumplido su ciclo y todos recordamos las palabras del último filósofo: «Pero la muerte está ahí».
«La radiación comenzó a subir a pasos agigantados. Muy pronto las supercomplejas maquinarias que formaban la estructura de nuestra civilización, resultaron inutilizadas. Pese a que estos monstruos de la cibernética, eran capaces por si solos de reconstruir las partes averiadas por cualquier causa. Algunos subsistieron un tiempo más, al lograr un regulador del crecimiento del índice de radiación, como una máquina que trabajara con voltaje X y lograra adecuar su funcionamiento a la medida de crecimiento del voltaje que emplea.
Eso de nada servía, porque nosotros nunca nos habíamos preocupados por lograr una inmunidad contra la radiación, a la que incluso debíamos lo que éramos. ¿Hoy ustedes buscarían una inmunidad contra el agua de sus canillas, pensando que mañana ésta se iba a convertir en un elemento de muerte? Lo mismo sucedía con nosotros.
«Supimos entonces que estábamos muy solos, e indefensos. «No habíamos progresado como raza, por el contrario, habíamos quedado muy atrás. Simplemente, contribuimos sin saberlo al surgimiento, brillo y ocaso de la supertecnología. La nueva raza de un cuarto reino – el de la tecnotrónica – nos había dominado.
«Debimos huir de las ciudades. Afortunadamente sabíamos adónde dirigirnos y procuramos que el éxodo se cumpliera de acuerdo a pautas estrictas emanadas de los gobernantes. Esos mismos gobernantes que en un momento, cuando debieron adoptar las medidas extremas tendientes a evitar un estallido demográfico, habían ordenado que las nuevas ciudades se levantaran en cuatro anillos perfectos entorno de la superficie del planeta pasando por el área que ustedes denominan el Ecuador.
Una de las cosas que debo de advertirles, es que la topografía de «nuestro» planeta era distinta. La plataforma continental era una ancha faja que ocupaba el espacio entre los dos trópicos. Al sur y al norte, donde ustedes ubican los Polos, existían vertientes marinas, es decir aguas que provenían del interior del planeta, al cual llegaban a través de comunicaciones naturales dispuestas a la manera de una red geométrica, bajo los mares.
«Actualmente esa red ha quedado completamente fragmentada y las aguas acceden al mundo interior a través de cuatro bocas, situadas en lo que de acuerdo a vuestra cartografía, sería el triangulo Tokio-Shangai-Vladivostok del mar del Japón; Sydney-Melbourne-Nueva Zelandia en el mar de Tasmania; Malvinas-Río Gallegos-Viedma en el Mar Argentino; y Bermudas-San Juan de Puerto Rico-Bahamas; en el Atlántico Norte.
«La evacuación se hizo por etapas. Primero se trasladaron quienes residían en los anillos interiores, hacia los periféricos; en tanto continuaban los esfuerzos desesperados por hallar un solución. Pero, librados a nuestros conocimientos puros y sin el apoyo de los cerebros artificiales, que incluso llegaban a consolarnos cuando nuestra carga psíquica sufría altibajos, ¿Qué podíamos hacer?
«Acostumbrados a emplear el material de reciclaje nos encontramos con que no contábamos con ningún elemento como para retornar a las fuentes primitivas de la energía, es decir, a la radiación atómica pura. «Fue cuando se produjo la crisis de aquella sociedad perfecta, súper desarrollada, ahora no era otra cosa que el parásito del gigantesco animal tecnológico. El único parásito del único animal. Muerto éste ¿qué quedaba?
«La decadencia fue rápida. La capacidad para dar órdenes siempre había estado en relación a completísimos archivos que preveían la necesidad y las consecuencias de la orden impartida. ¡Resultaba tan difícil pensar por nosotros mismos!
«Muchos optaron por quedarse en las ciudades, desafiando el índice creciente de radiación. Muy pronto se convirtieron en remedos de lo que habían sido. Deformaciones óseas, ceguera como consecuencia de cataratas en el cristalino y finalmente la muerte por incoordinación.
«Los que huimos, vagamos por las selvas de las cuales nunca nos habíamos preocupado, enfrentamos a animales desconocidos, a los cuales ignorábamos porque nuestros anillos poblacionales estaban protegidos por fajas de vacío absoluto, infranqueable para cualquiera hasta los veinte metros de altura. Bebimos el agua de los arroyos y muchos perecieron porque genéticamente habían perdido la codificación para la asimilación del agua en estado natural. Habíamos perdido la adaptación al medio terrestre.
«Algunos nos agrupamos en células coordinantes, tratando de sobrevivir a lo que nos aguardaba. Ciertas pastillas nos brindaban el equilibrio neutrónico requerido por el organismo, de los alimentos y el agua y con el teníamos la certeza que esos factores no se iban a convertir en nuestros enemigos para la subsistencia. «La marcha fue muy dura. Éramos los inválidos de la súper especialización. Pero seguíamos vivos, pese a la advertencia del último filósofo: «la muerte está ahí».
«Una de las alternativas, era llegar hasta las vertientes marinas y acceder al interior del planeta, donde guardábamos la esperanza de no ser ganados por la contaminación radioactiva. ¿Pero cómo llegar? ¿Cómo se comunica con Filadelfia aquel que está en Nueva York y siempre lo ha hecho por teléfono y un día descubre que ningún teléfono funcionará nunca más?…
«Vagamos por las selvas… Nos asalto la vejez y descubrimos que nuestra existencia como parásitos caducos era miserable. La radiación en tanto había alcanzado límites intolerables y los escasos sobrevivientes se apretaban sobre las costas, poniendo sus ojos en el horizonte marino.
«Esta es la historia de la raza de quienes vivimos en las profundidades. De quienes debimos soportar mucho más que ustedes para resurgir de las cenizas de una civilización que creíamos muerta.
«Tremendos cataclismos fragmentaron la faja terrena en millares de trozos, como si una explosión descomunal hubiese hecho presa de nuestro desbastado mundo. Pero en medio de ese maremágnum colosal, nuestra raza seguía sosteniendo sus arquetipos. Si bien es cierto que al nacer eran tratados genéticamente para evitar el embarazo, logramos reunir cuatro parejas de las que se seleccionaban como reproductoras para el laboratorio y logramos en el medio más inhóspitos, que tres de ellas engendraran niños.
Nacidos en la selva, desconociendo los beneficios de que habían gozado sus mayores, los pequeños iniciaron una nueva sociedad. Hablaban poco, como nosotros, que hace tiempo habíamos renegado del lenguaje hablado, para optar por las transmisiones de cerebro a cerebro, mediante los oficios de captores extracerebrales provistos por el gran monstruo tecnológico que nos amparaba. Fue muy difícil volver ha hablar. Algunos nunca pudieron hacerlo. Pero no importa, aquéllos eran nada más que los primeros pasos.
«Una de las células coordinantes, se dio a la tarea de relatar, de acuerdo a la simbología que habían comenzado a manejar para comunicarse, la historia de lo sucedido con los terrestres, a fin de legarla a los nuevos terrestres que a su vez comenzaban ya ha tener hijos, reiniciando una cadena biológica que durante milenios permaneció cortada pero no destruida. Esa historia – que está aquí escrita – les serviría como base para los hombres del mañana.
«Y no pasó mucho, hasta que medio centenar de perseguidos, valiéndose de rústicas embarcaciones impulsadas con palas, arribaron hasta las vertientes marinas y se introdujeron en la Nueva Tierra. Todo recomenzaría ahora.
«Y mientras el mundo exterior se desmoronaba en medio de cataclismos sin nombres, nuestra civilización comenzó a resurgir pausada pero segura. La Nueva Tierra nos brindaba lo mismo que la otra, aunque con una diferencia fundamental: nos permitía comenzar de nuevo, a partir de la incontaminación. Era la segunda oportunidad de que alguna vez hablaban los filósofos. Recién ahora supimos cuán importantes eran éstos para el mantenimiento de cualquier comunidad. ¡Los filósofos sabían más que cualquier supermáquina , y nos burlamos de ellos!…
«¿Imaginan ustedes a vuestros técnicos en aviación, ingeniería naval o cualquier tipo de maquinarias modernas, abandonados en una isla sin otra cosa que madera y sus manos?… Sin herramientas, sin metales, sin el respaldo de la tecnología de su época?… Deberían limitarse a horadar un tronco, improvisar una vela o un par de remos. No más que eso. Igual que los representantes más humildes de la raza, aquellos que viven en el interior de las selvas.
«Nosotros nos encontramos así, sin nada. O mejor dicho, teníamos algo: la historia total de nuestra civilización, condensada en unidades de memoria. Eran cinco pequeños cilindros que cabían en la palma de la mano. Y allí estaban justamente, sobre la palma de uno de nosotros, en una mano que no tembló cuando las arrojó con movimiento desganado al mar.
«Habían de pasar 400 siglos hasta sentirnos nuevamente fuertes y saber que habíamos llegado al lugar donde los caminos se bifurcan. Hasta el punto exacto donde los forjadores de la raza se equivocaron y comenzaron a escribir su muerte. Habíamos sabido aprovechar la segunda oportunidad siguiendo fielmente los postulados del decálogo que habíamos heredado de los primeros, y al cual la tradición y la cual la tradición únicamente se encargó de mantener vigente. Había en él cosas que no entendimos durante milenios, hasta que siempre llegaba la respuesta de acuerdo a los pasos de la ciencia.
«La energía atómica es causa de muerte y jamás debe ser empleada».
El hallazgo del átomo nos develó este primer artículo y nos permitió no seguir profundizando en su estudio. Optamos por conseguir energía a través del magnetismo, mas descubrimos que a determinadas intensidades, los cambios magnéticos logrados producían alteraciones físicas en los objetos y seres vivos. Desechamos este sistema y ensayamos otras posibilidades.
Hasta que optamos por la energía interestelar, lograda a partir de la captación de fotones «limpios» provenientes de las estrellas, los cuales nos llegaban a través de canales o pozos ínter magnéticos desde el exterior. Gracias al dominio de esta energía, logramos acceder a las zonas interiores del planeta, las cuales se mantienen siempre oscuras.
Pudimos así construir nuevas ciudades y levantar las restricciones impuestas sobre la natalidad. Nuestra raza seguía creciendo y no faltaron quienes – acicateados por los filósofos, a los que habíamos cultivado de acuerdo a otro de los mandamientos del Decálogo – partieron a la búsqueda de la tierra original, es decir la cuna de nuestra especie.
Se dirigieron hasta las vertientes marinas, pasaron por los terrenos helados que desconocían nuestros antepasados y que fueron una consecuencia del desastre ecológico por ellos causado, hasta arribar a suelo continental, después de atravesar amplios sectores marinos. De acuerdo a vuestra cartografía, habrían atravesado la tierra Victoria, por mar a Nueva Zelandia, de allí a Australia y por la Melanesia habrían llegado a Japón y las costas de China, entre Cantón y Tientsin.
De cuantos partieron volvieron muy pocos, maravillados por la luminosidad de los días y el cielo azul, la brisa marina y la prodigalidad de la vegetación, que ofrecía sus frutos sin necesidad de cultivo y la cantidad de animales silvestres aptos para la caza, un deporte que habíamos descubierto accidentalmente, pero que nos fascinaba.
«Nuestros gobernantes decidieron realizar una suerte de año geofísico del exterior (38), con el propósito de verificar las condiciones allí existentes para el desarrollo de la vida. Los resultados fueron magníficos. A través de miles de años no se registraban signos de eclosión radioactiva que afectara a nuestros antepasados. La naturaleza lenta pero implacable, había eliminado todo vestigio.
«Muy pronto se contaron por millares quienes querían abandonar la Tierra Interior y otra vez, como ya había pasado en nuestra historia, fue necesario que los gobernantes adoptaran una decisión capital: la prohibición de abandonar el mundo interior, otorgando un plazo para el regreso, a quienes se habían marchado. Vencido ese plazo, no se los admitiría. La unidad de la raza había sido salvada.
«Quienes no regresaron, constituyen hoy la base que da origen a la raza amarilla, asentada en el sector de China, Japón, costa oriental de México y extremo sur de Argentina. En estos tres últimos países, como consecuencia de las evasiones producidas después de la orden gubernamental mencionada. Las fugas se producían a través de los conductos que bajo los mares comunicaban los mundos de la superficie interior. Y por supuesto ya fueron controladas.
«El año geofísico del exterior, reveló algunas cosas interesantes, además de la falta de radiación en el medio ambiente. Supimos que la raza humana no había desaparecido totalmente de la superficie, pero a causa de las tremendas mutaciones, guardaba dimensiones ligeramente distintas a las nuestra en el aspecto antropomorfo y radicales en el estético.
Efectivamente, no encontramos representantes de la raza amarilla, pero si en cambio negros y blancos, aunque muy idiotizados; casi en un plano animal. Así mismo pudimos verificar que nuestra fuente permanente de agua para los anillos interiores se mantenía intacta. Nos referimos al que ustedes conocen como lago Baikal en Siberia. Más aún: en sus cercanías, apreciamos algunas colonias de animales que responden casi con exactitud a las características que la tradición otorga a los que acompañaron a nuestros antepasados en el exterior.
«Ahora, cuando la lenta evolución ha dotado a los hombres de una buena inteligencia, éstos se aprestan a caer en la misma trampa que significo la destrucción de la raza primigenia. Ustedes han dado el primer paso hacia la fabricación de la bomba atómica. Un artefacto cuya peligrosidad no tiene límites y que servirá para edificar gobiernos de terror, que precipitarán el mundo hacia su desastre total. Un desastre que quizás nos involucre a nosotros también porque nunca es posible conocer la magnitud que puede alcanzar una confrontación de la cual participe armamento nuclear.
«Nosotros no estamos dispuestos a permitirlo. Por eso advertimos al mundo, a través de sus países más representativos. Queremos que ellos integren un comité internacional contra el avance de la energía nuclear para fines bélicos. A cambio, estamos dispuestos a revelar el secreto para el dominio de la energía magnética. Que la cordura prive entre ustedes.»
El presidente Truman cerró la carpeta. Clavó por un instante sus ojos en el ángulo superior de una de las ventanas de su despacho y luego, con un gesto cansado se quitó los anteojos.
«Esto no puede ser – pensó – es demasiado fantástico. ¿Pero porque lo cree el rey Gustavo? ¿Y el embajador, sabrá algo más?…»
Tomó el pulsador de la chicharra de comunicación y la oprimió suavemente. Al instante, su secretario se apercibía de la orden de comunicarse con el embajador sueco en los Estados Unidos. Y casi quince minutos después, sus palabras sobresaltaban al presidente: » El embajador sueco hace dos días que está ausente del país. Regresa recién el jueves».
Truman observó nuevamente la carpeta blanca. Y el sobre conteniendo la nota del rey Gustavo. Algo no andaba bien…¿pero qué?
Dos días después de este extraño suceso, el mandatario norteamericano se reunía con sus cuatro consejeros más inmediatos. El punto a tratar era solamente uno: el contenido de la carpeta blanca. (39) Las conclusiones – obviamente secretas – se aplicarían en dos etapas sucesivas, de acuerdo a los resultados obtenidos en el plan de acción dispuesto:
1) Investigar a partir de 1941 en que se había modificado el sistema de defensa de Suecia, de acuerdo al informe recibido.
2) Si efectivamente se habían adoptado medidas de seguridad totalmente nuevas, crear en los Estados Unidos un equipo de inteligencia que analice ese proceder hasta las últimas circunstancias y eleve un informe al presidente en el término de tres meses.
Suecia se entierra.
Al cabo de tres meses de investigaciones secretas, Truman recibía la respuesta al punto 1 del plan de acción expuesto: efectivamente, Suecia había dispuesto, por orden del rey Gustavo, variar fundamentalmente su programa de defensa. Pero lo estaba haciendo a tal extremo, que era casi inconcebible para cualquier ser humano. (40)
Involucrado en la denominada “Operación Granito”, consistía en trasladar la ciudad a un mundo subterráneo, casi completamente secreto. Allí, en caso de cualquier avatar sobre la superficie, el país podría seguir desempeñando todas sus funciones vitales.
A las construcciones realizadas en las entrañas de las montañas, se vienen mudando desde 1941 los cuarteles generales del ejército, la marina y las fuerzas aéreas, con sus hangares, talleres de reparación, polvorines y almacenes de combustibles; la organización de defensa civil, con su red de centros de mando y refugios públicos; así como numerosas fábricas, hospitales, laboratorios, cuarteles de bomberos y centrales de energía.
La fábrica de municiones de Bofors está a gran profundidad, y la AGA, conocida en el mundo entero por sus instrumentos de precisión y dispositivos de señales, fabrica ahora sus delicados aparatos -en su mayoría secretos militares- en las entrañas de una montaña en las afueras de Estocolmo, a más de 36 metros de profundidad.
En las instalaciones subterráneas principales de la fábrica de aviones SAAB, en Linköping, a más de 30 metros por debajo del aeródromo, trabajan más de dos mil obreros, entre hombres y mujeres. Las dos entradas están celosamente vigiladas, tanto la rampa ancha y serpeante para camiones, como la escalera amplia y brillantemente iluminada que usan los empleados.
Muy abajo, en el primer descanso, hay una estación de registro para el personal y un comedor con capacidad para 300 personas. Gracias a las lámparas de mercurio, parece como si estuviera bañado de sol. El aire tiene una frescura agradable, pues se renueva cada 15 minutos y está acondicionado ligeramente con ozono. Grandes relojes y barómetros indican la hora y el estado del tiempo en la superficie, para dar a los empleados una idea de lo que les espera al terminar el trabajo.
Los obreros bajan a la fábrica en empinadas escaleras mecánicas. Los talleres, los cuartos de ensayo y calefacción, las líneas de montaje, los almacenes de herramientas los guardarropas y los baños de ducha son espaciosos, bien iluminados y ventilados. En las paredes, que son de colores suaves, hay ventanas artificiales en las que se han pintado paisajes alegres, siempre bajo un cielo azul brillante. La construcción de esta fábrica subterránea duró dos años y costó ocho millones de coronas.
Cada arma del servicio sueco de defensa tiene su coraza de granito. Las rocosas islas cercanas a la costa están horadadas por túneles de gran tamaño, y es cosa de ver un destructor que va navegando directamente hacia la costa y de pronto… ¿qué se hizo? Una compuerta gigantesca, escondida en los arrecifes, se ha abierto para darle paso.
Una vez adentro, los túneles conducen a todas las instalaciones típicas de una base naval; muelles, bases de submarinos talleres cuarteles y depósitos de combustibles y abastecimientos. Uno de los túneles, de 30 metros de altura y 17 metros de ancho, puede dar cabida a destructores de 2.600 toneladas submarinos y otras embarcaciones.
La fuerza aérea sueca, superada en la Europa Occidental solo por la de Gran Bretaña, está casi toda formada por aviones de último diseño, dispuestos en bases subterráneas.
En el colosal Hospital Söder, de Estocolmo, los pacientes pueden recibir atención bajo tierra, en salas de consultorio, anfiteatros y cabinas de rayos X espléndidamente dotados. Tres enormes ascensores, hechos expresamente para transportar camillas, permiten trasladar los enfermos de gravedad a lugar seguro… bajo granito.
La central eléctrica de Kilforsen, que produce cada año 1.000 millones de kilovatios – hora, funciona a más de 60 metros bajo la superficie de la tierra; y en la parte norte del país, la central de energía de Harspranget con sus 380.000 voltios, está situada a la misma profundidad.
Entre los planes a entrar en vigencia hacia 1955, está encontrar una solución al problema del petróleo, combustible éste que debe importarse en su totalidad, siendo de vital importancia la seguridad de los depósitos de reserhoradar en la roca firme un depósito en forma de botella.
El nuevo depósito de Gotemburgo almacenará el combustible casi completamente bajo el nivel del mar. La presión del agua subterránea que rodea el depósito, impedirá que el petróleo se filtre por las paredes de la roca. Estas inmensas excavaciones de almacenaje están conectadas por medio de tuberías secretas con los atracaderos de los barcos tanque. También los tres tendrán acceso al depósito, para cargar con toda comodidad su petróleo.
La comisión investigadora, abundaba también en detalles técnicos y de costo, destacando que una nueva combinación de técnicas y herramientas, hace a la construcción subterránea más barata que la realizada en la superficie. Paradójicamente, mientras más profunda sea la excavación, más bajo es el costo.
Un refugio poco profundo necesita tener apoyos y refuerzos, pero cuando el espesor de la roca sobre un área subterránea es igual a una vez y media el ancho del área, el techo se sostiene casi totalmente por sí solo. Esta circunstancia es afortunada, puesto que para ofrecer protección contra el impacto directo de una bomba atómica se necesitan unos 50 metros de roca maciza.
El método sueco se basa en una combinación de aire comprimido, dinamita y brocas de carburo de tungsteno. Estas brocas pueden trabajar hasta que se calienten al rojo cereza, a temperaturas que harían gelatina de las herramientas de acero. Se montaron en taladros livianos de percusión que puede manejar un solo hombre. Además, se idearon nuevos diagramas de perforación para obtener cortes limpios y precisos, con el mínimo de fragmentación o de exceso de rotura de la roca, reduciendo así el peligro de silicosis.
Cuando se construyó la fábrica SAAB, en 1942, los túneles resultaron inmensamente caros: alrededor de 73 coronas por metro cúbico; hoy en día el costo se ha reducido a unas 39 coronas por metro cúbico. Cada obrero puede perforar 130 metros en ocho horas.
Además de abaratarse los costos de construcción, se han rebajado los de mantenimiento; los problemas de pintar las superficies exteriores, o de protegerlas contra la intemperie, simplemente no existen. Las estructuras subterráneas, una vez calentadas, mantienen su temperatura, con la consiguiente economía de combustible.
La defensa civil desempeña un papel muy importante en la «Operación Granito». Ya hay refugios a gran profundidad en la roca, con capacidad para más de 100.000 personas en las ciudades y otros refugios del tipo corriente, para un millón más. En Estocolmo se está trabajando ya para habilitar espacio en las profundidades para 400.000 personas. En el corazón de una montaña se ha excavado un centro comunal con 1.000 habitaciones, dispuestas en cuatro pisos. Todos los refugios tienen sistemas para filtrar el aire, eliminando así los peligros de contaminaciones.
Es evidente que estos gigantescos refugios han sido pensados ante una eventual guerra atómica. En tanto, en tiempo de paz, están siendo aprovechados como garajes para el estacionamiento de vehículos e incluso una de las principales tiendas de Estocolmo, ha habilitado uno cercano como almacén. En Gotemburgo, funciona un hotel bajo la superficie.
Asimismo, el Ministerio de Defensa ha enviado a todas las familias del país un manual titulado “Si llegara la guerra”, en el que, después de un saludo firmado por el rey Gustavo Adolfo, pueden leerse en negrilla las palabras siguientes:
“Se resistirá en cualquier situación. Todo anuncio de que la resistencia debe cesar, es falso”.
El presidente Truman se tomó la cabeza. “Esto no puede ser cierto”, pensó. Sus consejeros lo miraban en silencio. Tampoco ellos lograban comprender porqué todo un país se estaba enterrando. ¿Era real el peligro de una conflagración bélica mundial? ¿Hasta tal extremo podía ser factible para que un país destinara casi la totalidad de su presupuesto nacional para construir un sistema de defensa que asegurara la supervivencia?
Con la aprobación de sus consejeros, Harry S. Truman dispuso la integración de un grupo de investigadores, a los cuales confió la carpeta blanca; cuya función estaba orientada hacia la dilucidación de lo que el presidente americano calificó como “rompecabezas de locos”.
Éste es el paso inicial, que deviene un año después en la formación de la Agencia Central de Inteligencia, conocida universalmente como CIA. Paralelamente, los gobiernos norteamericanos, inglés, francés y posiblemente soviético, habían recibido, en sobres que los mandatarios hallaron sobre sus respectivas mesas de trabajo, un escueto mensaje: “Desechadas nuestras ofertas de colaboración, nos vemos obligados a considerarlos como peligrosos. No repararemos en pasar a la violencia, si continúan las pruebas atómicas”.
El escepticismo de los gobernantes, acompañó a esta advertencia. Y mientras en Suecia proseguían las gigantescas construcciones bajo la superficie, el mundo se asombraba ante la aparición de platillos volantes, cuya existencia fue negada una y otra vez, con rara persistencia, por los comités de defensa.
El primer caso ampliamente documentado, (41) se verificó sobre el monte Rainier, en el estado de Washington, en las cercanías del monte Adams, a las tres de la tarde del 24 de Junio de 1947. Durante un minuto y cuarenta y dos segundos, el piloto de un avión comercial especializado en vuelos de montaña observó lo que parecían discos o platos de dos tercios del tamaño de un transporte Douglas DC-4, plateado brillante, desplazándose sin ruido alguno a nueve mil quinientos pies de profundidad y a una velocidad estimada en las mil seiscientas cincuenta millas por hora. Eran nueve sombras fantásticas, que parecían querer afirmar que habíamos comenzado a ser vigilados.
El nueve de julio del mismo año, David N. Johnson, redactor de aviación del Statesman Newspaper Inc. y miembro del Escuadrón de Caza 180 de la Guardia Aérea Nacional de Idaho, observó en las cercanías de Gowen Field las evoluciones de un aparato similar a los antes descritos, avistados por Kenneth Arnold.
Doce días después, el teniente Harold A. Dahal, observó otro platillo sobre Washington, el cual se sumó a otros cinco que aparecieron detrás de una densa capa de nubes. Es interesante, apuntar lo que señala el “Libro azul” -nombre dado al proyecto destinado por la fuerza aérea estadounidense y la CIA a desenmascarar el enigma de los platillos volantes-, sobre este suceso:
Los ovnis se desplazaban lentamente a 600 metros de altura; al principio se creyó que eran globos, hasta que notaron que uno de los aparatos caía rápidamente mientras que los cinco restantes giraban a su alrededor. Un grupo de patrulleros navegaba sobre la bahía de Maury Island en una lancha del servicio y, temiendo que el OVNI pudiera caer sobre la embarcación, pusieron rumbo a la playa.
El jefe de los guardacostas sacó cuatro fotografías de los objetos en cuestión. De repente, uno de los ovnis se aproximó al que aparentemente caía y pareció tocarlo. Se oyó un fuerte golpe y del objeto en cuestión cayeron infinidad de trozos de lo que parecía ser un metal muy liviano, de color blanco, que cayeron balanceándose como si fueran hojas secas, repartiéndose entre la playa y la bahía.
Luego el ovni en cuestión, comenzó a soltar fragmentos de un metal oscuro, que al parecer se hallaban casi en estado de fusión, pues al tomar contacto con el agua, hacían elevar nubes de vapor.
Los testigos corrieron a refugiarse en los acantilados, pero tal precaución no pudo impedir que el hijo del jefe del grupo resultara herido en un brazo y que el perro de éste muriera. Cuando los fragmentos de metal dejaron de caer, los ovnis se alejaron muy velozmente en dirección al océano Pacífico. Durante algún tiempo no fue posible recoger fragmentos del extraño metal oscuro, pero tan pronto se enfrió, fueron cargados muchos pedazos en la lancha.
Al embarcar, comprobaron que la radio de a bordo no funcionaba. De inmediato regresaron a su base, donde el niño debió ser hospitalizado.
Hasta aquí, lo que afirma el “Libro azul”. Sin embargo, la historia continúa: el teniente Dahl presentó un detallado informe de lo visto a su superior, el comandante Fred Chrisman y -según consta en los archivos del Proyecto Signo- Dahl y Chrisman, ofrecieron en venta su historia a una revista cuyo director pidió a Kenneth Arnold, el piloto que iniciara la era de los ovnis y que en esos momentos gozaba de gran popularidad, que en su avión se dirigiera al lugar de los hechos para investigar lo sucedido.
Arnold se puso en contacto inmediato con el teniente Frank Brown, del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea y éste, acompañado del capitán William Davidson, perteneciente al mismo servicio, visitó a Arnold el 31 de julio, trasladándose luego en un B-29.
El teniente Brown, que debía regresar rápidamente a Hamilton Field, base aérea secreta de la Fuerza Aérea norteamericana, partió hacia la misma junto con el capitán Dawson llevando consigo una caja llena de fragmentos del extraño metal, pero el B- 29 nunca llegó a destino: se estrelló, veinte minutos después de iniciado el vuelo; sólo se salvaron un pasajero y el mecánico del avión, quienes alcanzaron a tirarse en paracaídas.
Ambos supervivientes declararon que el accidente se había originado en el incendio de uno de los motores de babor, el cual provocó la explosión de la nave en pleno vuelo. “Era algo así como una esfera luminosa, que se estrelló contra el motor, incendiándolo de inmediato.” Dado que el avión había sido estrechamente vigilado, mientras se hallaba en tierra, se descartó la posibilidad de un sabotaje.
El avión se precipitó a tierra en Kelso, Washington y entre sus restos no pudo localizarse ni un solo pedazo del misterioso metal que transportaba.
Los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas intentaron silenciar el caso a toda costa y un oficial visitó a Kenneth Arnold y se hizo entregar todo el metal que éste poseía. En cuanto a Dahl y Chrisman, ambos fueron trasladados y desaparecieron de dónde vivían, sin dejar rastros.
¿Los seres de las profundidades, decididamente convertidos en custodios de la raza superficial, se habían valido de sus poderosos rayos magnéticos a la manera de bolas de fuego, para eliminar todo vestigio que permitiera conocer cualquier detalle de su tecnología? ¿Es arriesgado afirmarlo? ¿O de acuerdo a lo que hemos visto hasta ahora se impone como una “alucinante” conclusión lógica?
Echando un vistazo a lo andado, vemos una raza superior, humana, radicada en el interior del planeta, que observa cómo el hombre marcha hacia la destrucción, a favor de la insistencia en armarse atómicamente. Una destrucción que también puede alcanzar a estos seres de las profundidades, los que con justa razón, se dirigen a los gobiernos mundiales solicitando cordura.
Salvo casos como el de Suecia, el desinterés o la incredulidad, acogen su advertencia y consecuente ofrecimiento de una nueva energía “limpia” a partir del magnetismo. Esto los obliga a adoptar medidas drásticas y así lo hacen saber a los gobernantes de las principales potencias, aunque sin demasiado éxito. Se inicia entonces una etapa de vigilancia, que continúa hasta nuestros días, en cuyo transcurso algunas acciones fueron ocultadas -por su magnitud -a la opinión pública mundial.
Creemos que es hora de revelarlas. Aunque la única prueba que tenemos es el rompecabezas de la historia y docenas de sucesos aislados, que observados con óptica perspicaz, nos revelan secuencias desconocidas pero verosímiles que obligarán en el futuro cercano a modificar la historia hasta hoy escrita.
Veamos cuáles son los sucesos capitales de esta hora de la historia de la humanidad.
(34) La Junta Aeronáutica Civil de los Estados Unidos, elaboró un informe sobre este caso, el cual puede consultarse en la circular 54-AN/49 de 1958, de la Organización de Aviación Civil Internacional, con sede en Montreal, Canadá. La investigación figura en la carpeta 1-0093 de la Junta.
(35) Obviamos los nombres correspondientes a la amplia bibliografía histórica consultada, por entender que cualquier tratado sobre la evolución humana entre 1930 y 1977, responderá a las inquietudes del lector. No obstante, recomendamos las siguientes obras, que sirvieron de base a la narración: Historia del mundo contemporáneo (De Hiroshima al espacio), de L. Doddoli, M. Maradei y M. Vázquez Montalbán (1969); Historia de las democracias populares, de F. Fetjo, Barcelona (1968); Historia de los hechos económicos contemporáneos, de M. Niveau, Barcelona (1968) e Historia de las Relaciones Internacionales, de P. Renouvin (tomo II), Madrid (19M).
(36) El particularismo Informe Brodie, es manejado actualmente por algunas sociedades herméticas estadounidenses, de la cual forman parte profesores universitarios, gobernantes e investigadores particulares de la «nueva fenomenología». El citado informe llegó a mis manos como gentileza del profesor W.H.E; afincado en Filadelfia, gracias a la mediación de un cronista argentino radicado en aquella ciudad.
(37) La traducción del informe Brodie, fue volcada al castellano respetando la intención de la grafía original.
(38) Licencia del traductor para definir lo que interpretaba como un cúmulo de investigaciones a cielo abierto.
(39) Agregamos aquí la colaboración de la Sociedad Escipión con sede en Texas.
(40) Publicado también en el Kiwanis Magazin (1949) de Estados Unidos.
(41) Existe una amplísima bibliografía referente a los platillos volantes, su historia y evolución. Hemos optado por prescindir de su mención, en la certeza de que los interesados en este tema encontrarán de mucha mayor utilidad una “bibliografía seleccionada”, que ofrecemos a partir de la página 167.
Extracto del libro: «0tras Civilizaciones nos Dominan» – Editorial Ramos Americana – 1977 – Por Ángel Polo.
:s
Sencillamente alucinante!!!
Konocia este informe por otra fuente…..
es muy interesante…
🙂
Este es un cuento escrito por un argentino rabioso. Son muy balsas.-