Al Silencio no se le puede añadir nada. Ni una técnica, ni una doctrina, ni una formulación, ni una consigna. Cuando se aplica todo ello en el camino del Silencio, continuamos inadvertidamente siguiendo las ambiciones de nuestro ego. Es nuestro ego quien recibe la consigna de buscar técnicas para lograr objetivos. Es nuestro ego quien nos pone en movimiento. Es nuestro ego quien nos mantiene cegados en la obtención de los beneficios que se derivan de la técnica o enseñanza.
El Silencio queda entonces detrás, desapercibido. En su nombre nos lanzamos a hacer un gran viaje a través de libros, gurús, técnicas… En su nombre salimos de nuestra tierra, nos lanzamos a una larga búsqueda. En su nombre siempre. Y no vemos que en esa búsqueda lo hemos dejado atrás.
Efectivamente, no hay nada que buscar. Todo lo que hay que hacer es soltar. Soltar todo ruido para recuperar lo que siempre estuvo allí. Soltar toda pretensión, toda técnica, todo gurú, todo libro. Soltarlo todo para quedarse sólo con lo que siempre tuvimos, con lo que siempre habíamos tapado, con lo que siempre habíamos dejado inadvertido.
Darse cuenta de esto es la liberación definitiva de los peligros del camino. Como dice San Juan de la Cruz, “ni cogeré las flores ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras”.
La metáfora de la búsqueda espiritual como un camino a recorrer es a veces confusa, ya que nos lleva a pensar que tenemos que marcharnos de donde estamos, cambiar. HACER PROFUNDOS CAMBIOS EN NUESTRA RUIDOSA VIDA. Pero los cambios no consiguen más que una variación en la programación, un cambio de envoltura. Es cambiar una programación o un hábito por otro de signo distinto. No se ha arreglado nada.
No, no tenemos cambios que hacer. No tenemos caminos que recorrer. El único camino se recorre cuando vemos que ya hemos llegado. “Cuando dejes de viajar, habrás llegado”.
No hay que ir más lejos. El camino se recorre cuando se deja de viajar.
Entonces nos reconciliamos con lo que siempre fuimos, con lo que siempre estuvo ahí pero mantuvimos tapado. Es una gran liberación, un gran sosiego. No tenemos que hacer nada, conseguir nada, conquistar nada, parecer nada. Todo está ya aquí. El gran Silencio, el gran vacío que nos habita, es desde siempre la aspiración humana. Lo que está más escondido, porque lo tenemos dentro.
Buscamos fuera lo que tenemos dentro. Buscamos en libros, gurús y cursos lo que desde siempre ha sido nuestro. Muchos gurús confunden a la gente. Les prometen que lo encontrarán si le siguen a él, o a sus técnicas. Si compran sus libros y acuden a sus pláticas, conferencias y retiros.
Esto es como un crimen. Es como ocultar a las personas lo más sagrado, lo más íntimo. Bien claro lo dijo Jesús: “A nadie más sigáis; a nadie llaméis Maestro; no adoréis a nadie”.
Esta es la gran liberación. Una vez que nos hemos liberado de todas estas técnicas, cuando nos hemos permitido soltar, aparece la gran pradera, el desierto, el vacío. “Este es mi sitio, mi terreno, cielo al revés, campo de aterrizaje de mis ansias; es mi sitio y no lo cambio por ninguno” (Blas de Otero).
“Un cielo raso de sombras y de sueños”, dice Blas de Otero. Sin miedos. Sin angustias. Sin tareas que cumplir. Sin sueños ni deseos que satisfacer. Un cielo raso, sin nada. Esa es la patria del hombre.
Es un gran daño el que hacen los gurús. Cambian la programación de las personas. Las llevan de la ambición a otras ambiciones más sutiles, sin que nada haya sanado verdaderamente.
Ver esto es el fin de toda la búsqueda, de todas las consignas. Ver esto significa que no se necesitan más libros sobre el camino interior, sobre meditación, asistir a más conferencias, conocer a más maestros…
No creemos en los gurús, en los “re-programadores”, en las personas que cambian la programación de los demás. La única liberación es abandonar toda programación, toda codicia, todo objetivo. Mirar cómo se mueve nuestra mente, cómo funcionan nuestros pensamientos, cómo trabajan nuestras identificaciones, nuestras trampas. Mirar, mirar, mirar…
No oigamos a los maestros. No hay maestros. Sólo existe la vida, una vida sencilla. Sin maestros que cambien nuestra programación.
La vida empieza a encajar, a tener sentido, cuando nos fiamos de lo que nuestro propio corazón nos dice, del camino por el que nuestra alma nos lleva.
Dejamos de escuchar a los maestros, a los gurús, de leer libros que nos digan cómo hacerlo. No hay que hacer nada. Precisamente todo encaja cuando dejamos de hacer cosas, cuando dejamos de ensayar sistemas, prácticas, ejercicios, meditaciones guiadas, y tanto y tanto ruido. No hay que seguir escuchando.
Ningún maestro tiene algo más importante que decirnos que nuestra propia nada, nuestro propio vacío. Y para oír nuestro Silencio no nos sirven las indicaciones de ningún maestro ni de ningún libro. Ni sus indicaciones, ni sus conceptos, ni sus conclusiones, ni sus prácticas. No nos sirve nada. Todo eso no es más que un estorbo en el único camino, la única práctica: el Silencio. La mirada vacía y silenciosa. La mirada que todo lo ve.
Como dice un viejo cuento chino, “la perla del color de la noche sólo se encuentra si no se busca”.
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Dice Krishnamurti que “la atención [la verdad] es una tierra sin caminos”. Esta sencilla y hermosa frase recoge una profunda verdad del camino espiritual. Efectivamente, no hay sistemas, no hay técnicas, no hay camino que recorrer. La atención es atención y basta. Una atención silenciosa despeja por sí toda la ignorancia, todos los espejismos de nuestra vida. Una atención sin caminos, sin prácticas ni rituales. Atención pura. Silencio puro. Sólo observación silenciosa.
Ya hemos citado cómo la tarea de los gurús es la de cambiar la programación de las personas, cambiar la anterior programación por una nueva propuesta por ellos. El ego percibe que es interesante cambiar la programación en aras de ser más feliz, más sabio, mejor considerado o cualquier otra artimaña propia de la codicia espiritual. Así que, dicho y hecho, el ego cambia su programación. Puede que la nueva programación se llame Silencio, u observación. Pero si no es más que una re-programación del ego, no existe ninguna diferencia. Evidentemente, algunas programaciones son más peligrosas para la sociedad que otras. Por ejemplo la de aquel que está programado para odiar y hacer daño a un determinado grupo étnico, político, etc.
Pero, al fin y al cabo, se está operando un cambio sólo en la programación, en el acervo de ideas, en el bagaje de conceptos de la persona, en lo superficial, en el ego. No hay cambio sustancial, liberación.
En cambio, decimos que la atención es una tierra sin caminos. Es algo que brota de forma libre. Si no es libre, no existe. Exactamente igual que el amor. Si es impuesto, si surge de una orden, no existe verdadero amor, verdadera libertad. Existe sólo una imposición, el cumplimiento de una orden, el ejercicio de una programación. El amor es más sublime: o brota de forma espontánea o no es tal amor. Exactamente igual que el Silencio. O brota de forma espontánea, no impuesta, o no es tal Silencio.
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Observar no es una práctica que se impone, que se enseña, que se adiestra, un nuevo conocimiento para consumo de nuestro ego, un nuevo truco que probar para aliviar nuestro vacío, una nueva fuente en la que beber para después buscar otra. La verdad nunca es un artículo de consumo. El ego precisa de artículos de consumo. La verdad profunda que nos habita está más allá de eso. Mucho más allá.
Así pues, no consumamos libros, maestros, prácticas, técnicas, escuelas… Todas las tradiciones de sabiduría apuntan al mismo sitio. Son como vidrieras tras las cuales brilla el mismo sol. Son como el dedo que apunta la luna. Lo importante es lo que hay más allá.
Perderse en el dedo, en la vidriera, en la técnica, los rituales, los gurús, no hace sino alimentar nuestro ego, reafirmar su inercia, su pretendida búsqueda que no es más que dotar de más fuerza a nuestro ego.
Miremos por una vez sus órdenes, sus consignas, la expresión de su programación. Miremos cómo se agita, cómo nos agita en pos de nuevas técnicas, de nuevos rituales. Miremos el ego. Miremos el pensamiento. Miremos la vida expresándose. Miremos la corriente. No hay más secretos ni técnicas.
Los gurús interesados o ignorantes aportan técnicas. Los hombres sabios dicen sólo “¡mira!”. Todo está ya en nosotros. Toda la verdad, todo el amor, la presencia de Dios. No tenemos más que darnos cuenta, que verlo. Que mirar con una profunda y limpia atención que nos brota del corazón.
Cualquier injerencia de la razón en la observación es JUSTAMENTE la peor de las trampas.
Quien no se queda con nada, quien no añade nada a lo que ve su ojo, está listo para vivir el presente en plenitud. No hay nada más hermoso.
Dice C. S. Lewis: “somos una generación siempre en busca del final del arco iris. Una generación que no es capaz de disfrutar del gozo de ahora, del don de ahora, del regalo o la virtud de ahora. Siempre pendientes de un momento futuro”.
Estar atento al momento presente está siempre cargado de contenidos mágicos, insondables, inabarcables, siempre nuevos, libres, soplando como un viento hacia donde quiere.
El Silencio no puede ser descrito. Únicamente puede ser descrito el ruido, ya que el Silencio es lo inexpresable, ilimitable, indefinible, inefable. El Silencio es el absoluto, el vacío donde mana la fuente de la vida, la fuente del amor, la felicidad, la libertad, Dios.
Así pues, el Silencio no puede ser definido, sólo el ruido. De igual modo, no hacer nada no puede ser ordenado, impuesto, decretado. Todo esto no es más que un sutil ruido. El Silencio, el no hacer, está por detrás de todo ello.
¿Cómo llevar a cabo ese abandono? Una vez más, a eso no puede responderse. Nadie puede respondernos. El mapa del Silencio no lo tiene nadie. Es un sendero que debe trazar cada uno.
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Cuando hablamos de observar con atención, de mirar el presente, de vivir en Silencio, de soltar, de abandonar, no estamos hablando de cosas distintas. Estamos hablando de una única y misma cuestión. No son técnicas ni prácticas. Es una forma de vivir, de mirar.
Como dice el Evangelio, si tu ojo está limpio, todo tu ser está limpio.
Así pues, no exponemos técnicas, ni programaciones para vivir con mayor optimismo. No se trata de eso. Se trata de una forma de vivir, de mirar, que implica a toda la existencia, un “camino” que han recorrido hombres de sabiduría a lo largo de toda la historia y en todos los continentes y tradiciones. No hay prácticas. No hay programaciones. No hay gurús. Existe un vacío de todo esto. Todo esto se desmorona ante la mirada silenciosa.
¿Cómo dejar que la mirada brote sola, sin imposición? Es un misterio. Basta dejar que todo se detenga. No hay nada que decir sobre esto. La atención existe, está ahí. No la violentemos.
Hay algo profundamente liberador en el hecho de estar presente; el ruido del pensamiento, cristalizado en el ego, tapa nuestro Silencio, nos deja inmersos en una ficción, en una mentira que nos exilia, que nos aliena.
No es que hayamos perdido nuestro Silencio, nuestra vida profunda, el Ser divino que late en nosotros, el amor. Es sólo que estamos inmersos en la corriente del ego, y no somos capaces de ver lo que realmente somos.
Para regresar dentro no hacen falta conocimientos escondidos, sutilezas, ninguna paradoja que nos dé ninguna llave. Es más sencillo. Jesús enseñó estas cosas a los sencillos y a los ignorantes.