Dicen que vivimos en la era del clikbait y de esas noticias sensacionalistas que consumimos casi de manera compulsiva. Sin embargo, esto no es del todo cierto. Porque lo que más hacemos cuando revisamos nuestras redes sociales no es leer los contenidos que nos muestran, es compartirlos. Ese sencillo gesto, por mucho que nos sorprenda, dice mucho de nosotros.
“Compartir” es una palabra cargada de sentimientos e intenciones positivas. Implica disfrutar algo de manera conjunta, dar lo que es de uno a los demás para favorecernos mutuamente. Ahora bien, en el universo de lo digital, el acto de compartir puede ser como la manzana que la malvada Reina Grimhilde le ofreció a Blancanieves. Es decir, un regalo envenenado.
Porque aquello que nos llega desde terceras personas no siempre es una información útil, ni verdadera y aún menos respetuosa. Muchos le dan al botón por mera inercia y también por una serie de necesidades inconscientes que ahora analizaremos. Basta con avanzar que, según una investigación de la Universidad de Columbia, 6 de cada 10 personas no leen aquello que envían a sus contactos.
Compartimos información porque eso nos hace parecer más inteligentes y conectados con lo que sucede en el mundo.
¿Por qué casi nadie lee lo que comparte en redes sociales?
¿Cuántas veces has recibido información falsa que tus contactos te han pasado por redes sociales o por WhatsApp? Es más, hagamos un acto de autoconciencia… ¿Cuántas veces hemos compartido enlaces a artículos o noticias que ni siquiera habíamos abierto? Así es, la tendencia por enviar de manera masiva datos no contrastados es el mayor virus de nuestro presente.
Ejemplo de ello fue lo que sucedió en el 2018. El espacio The Science Post publicó una noticia con el siguiente titular: el 70 % de los usuarios de Facebook lee solo los títulos de los artículos científicos antes de comentar. Bien, este artículo fue compartido miles de veces. Casi nadie abrió el propio link para descubrir que el texto era simple lore ipsum, es decir, un texto de tipografía totalmente inconexo y sin sentido.
Así es, casi nadie lee lo que comparte en redes sociales porque en esta sociedad marcada por la inmediatez nos domina la impaciencia cognitiva. Nos regimos por el impacto que un titular pueda causar, hasta el punto de hacer virales hechos del todo infundados. Ahora bien, un estudio muy reciente nos aporta más información al respecto. Detrás de esta conducta hay otras necesidades más profundas.
Compartir noticias es más fácil y rápido que leerlas.
Conocimiento subjetivo y el eterno síndrome Dunning-Kruger
La universidad de Texas explica en una investigación que compartir información eleva la percepción del conocimiento de los usuarios. No importa que uno no domine lo más mínimo la física cuántica o la microbiología. Por ejemplo, el hecho de compartir un artículo sobre estos temas eleva la autopercepción de dominio en un contenido concreto.
De este modo, compartir un contenido en nuestro muro de las redes sociales o entre nuestro grupo de WhatsApp es casi como una llamada de atención. Es como decirles a los demás que poseemos una serie de conocimientos que, en realidad, no tenemos. Una vez más se cae en el eterno sesgo del síndrome Dunning-Kruger.
Es decir, el simple hecho de enviar y publicar determinadas noticias, artículos o datos concretos provoca que una parte de la población sobreestime sus capacidades y habilidades. Esto es lo que provoca que, a veces, al entrar a Twitter nos encontremos de pronto con que la mayoría de gente es una experta en conflictos bélicos, crisis económicas e infecciones víricas.
No hay tiempo para leer, compartir es mejor
Vivimos en un entorno que nos empuja, nos arrastra y exige que pasemos a una tarea sin terminar la anterior. La inmediatez es la norma y la progresiva incapacidad para centrar la atención es su consecuencia. Es cierto que en nuestra cotidianidad recibimos mucha información e infinitas notificaciones; sin embargo, en lugar de controlar y poner límites a lo que recibimos, nos dejamos llevar.
Nos hemos convertido en impacientes cognitivos, en entidades que con una capacidad para procesar la información muy empobrecida. No solo no tenemos tiempo, sino que tampoco hay ganas. Es común dejarse llevar por el refuerzo de dopamina que genera ver un titular sensacionalista y compartirlo al instante. No hay tiempo para leer porque compartir es más divertido.
Además, el hecho de compartir genera interacción y también polémica. Al instante recibimos un like y una serie de mensajes entretenidos. Todo ello resulta más enriquecedor que la propia lectura para muchas personas. Para esto último no hay motivación porque requiere tiempo, capacidad reflexiva y sentido crítico.
Muchas de las noticias que se comparten en virales ni siquiera llegan a leerse.
La información no se “consume”, la información debe ser útil
Nos hemos vuelto consumidores emocionales de contenidos. Damos likes y compartimos solo a aquella información que nos genera una sensación, una emoción. Y si es breve mejor, por eso nuestra atención se concentra casi siempre en los titulares. Los grandes medios de información lo saben y no dudan en crear títulos de lo más sensacionalistas.
Sin embargo, debemos tener claro un aspecto. La información debe enriquecer y nutrir, no envenenar. Si casi nadie lee lo que comparte, evitemos ser nosotros los portadores de esa manzana radiactiva que contiene información falsa. Porque todos, en algún momento, nos hemos dejado llevar por ese impulso.
Si lo que nos mueve es parecer más ilustrados y competentes en una materia, el único modo de lograrlo es leyendo. Esa y no otra es la cura para todos los males y las ignorancias. Procuremos analizar lo que nos llega con un sentido crítico. Esos son los mejores antídotos para un mundo digital donde es muy fácil empacharse por contenidos demasiado tóxicos.
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