Gran parte de los problemas que se producen en las relaciones, ya sea de pareja, familiares o entre amigos, se deben a la ausencia de límites. Cuando los demás – o nosotros – traspasamos esos límites se genera un conflicto. Si no somos capaces de solucionar ese problema, se mantendrá latente, generando frustración.
Durante mucho tiempo se ha promovido la idea de que poner reglas es la mejor manera de evitar esas intromisiones. Sin embargo, las reglas pueden convertirse en un arma de doble filo, por lo que es mucho mejor aprender a poner límites eficaces, pero que también respeten a los demás.
Un viaje al origen de las reglas
En la Antigua Roma existía una figura a la que se denominaba rex (rey). Sin embargo, no era un rey tal y como lo conocemos en la actualidad, sino que ejercía funciones esencialmente sacerdotales. Aquella persona era la encargada de trazar los límites de la ciudad y establecer las normas de derecho.
De la palabra rex proviene precisamente el vocablo en latín regere, que implicaba literalmente “trazar una línea”, pero también “gobernar o mandar”. De hecho, esta palabra dio lugar al verbo italiano reggere, que significa “conducir o sostener”.
De regere también deriva el sustantivo latino regula, que está en el origen de la palabra regla tal y como la conocemos hoy. Por tanto, las reglas no se refieren únicamente a algo recto, sino también a una frontera clara entre lo lícito y lo ilícito, lo permitido y lo prohibido.
Como resultado, la regla lleva implícito el concepto de imposición. Es una norma que se establece con el objetivo de que los demás la obedezcan, aunque no siempre estén de acuerdo. Las reglas suelen imponer deberes o prohibiciones que alguien debe cumplir mientras existe alguien más que se lo exige. En este sentido, vulnera el derecho a decidir.
Por esa razón, no es extraño que intentar imponer reglas en una relación a menudo no funcione o incluso sea contraproducente. Las reglas suelen basarse en el control porque muchas veces implican que una persona se atribuye el derecho a restringir las acciones del otro.
Por consiguiente, todo aquello que coarte las opciones de una persona se convierte en una regla poco saludable que probablemente terminará generando una asfixia psicológica. Basar una relación en ese tipo de reglas podría ser muy peligroso porque se confunden los límites con el control y se pasa muy pronto a la manipulación. Cuando alguien dice: “estas son mis reglas, te gusten o no”, hay un problema de comunicación y una ausencia de respeto hacia el otro – o al menos no se le tiene en cuenta.
Nutrir las relaciones sin imponer reglas: el arte de poner límites saludables
Los límites, en cambio, nos ayudan a preservar nuestro sentido de identidad y espacio personal. No son una imposición, son una medida para protegernos a nosotros mismos. Los límites personales son pautas claras de lo que esperamos de los demás. Comunican nuestras expectativas, pero no son una imposición.
Al igual que las reglas, se pueden entender como una línea divisoria. Sin embargo, no implican un juicio de valor porque no se basan en lo que es lícito o ilícito, bueno o malo, sino en lo que estamos dispuestos o no a tolerar. Los límites son líneas que nos ayudan a seguir siendo nosotros mismos, manteniendo el respeto y la distancia que necesitamos.
Hay que tener en cuenta que en toda relación hay tres realidades implicadas: nosotros mismos, el otro y la relación en sí. Y es necesario establecer límites para cada una de esas entidades. Cada parte necesita su espacio, pero también necesita ser alimentada, respetada y comprendida para que pueda crecer de manera saludable.
Los límites son los que nos permiten mantener nuestra individualidad y, al mismo tiempo, nutrir las relaciones que mantenemos con los demás, de forma que se conviertan en una fuente de satisfacción y no de conflictos. Un límite puede ser: “no voy a esperarte si llegas tarde” mientras que una norma es “no puedes volver a llegar tarde”. Un límite diría “no voy a escucharte si te expresas en ese tono” mientras que una norma se expresaría: “no vuelvas a hablarme en ese tono”.
La diferencia es sutil, pero importante.
De hecho, las reglas y los límites se suelen comunicar de manera distinta. Mientras que las reglas están dirigidas al otro y se formulan como normas sin margen de objeción con el objetivo de garantizar su cumplimiento, los límites se dibujan desde el espacio personal. Los límites se comunican en primera persona, lo cual también contribuye a evitar que los demás se pongan a la defensiva.
Los límites no dicen al otro qué debe hacer o qué no puede hacer, solo comunican nuestras expectativas, deseos y necesidades, dejando claro los comportamientos que nos dañan. La otra persona será libre de decidir. Así como nosotros seremos libres de decidir si deseamos que siga formando parte de nuestra vida. Cuentas claras conservan amistades.
La clave, como todo, radica en tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran. Sin imposiciones. Desde el diálogo y el entendimiento. Expresando nuestras expectativas, pero respetando al mismo tiempo el libre albedrío del otro. Se trata de relacionarse como adultos maduros. Ni más ni menos.
Fuente:
(s/f) La vita delle parole: Norma-Regola. En: Zanichelli; 731.