El camino espiritual necesita desesperadamente un cambio de imagen. Está plagado de dos grandes problemas. El primero es el uso de la palabra “espiritual”; el segundo es el uso de la palabra “camino”. En tándem, estas dos cosas podrían ser lo peor que le ha pasado al camino espiritual.
Empecemos por la noción de lo “espiritual”. El término se utiliza no sólo en contraste con lo material, sino a menudo en oposición a ello. Entonces, la palabra “espiritual” invita a una serie de interpretaciones insidiosas y despectivas. Implica un trascendentalismo peligroso: para ser espiritual, hay que alejarse de lo material. Lo espiritual es bueno, lo material es malo—y por ende, nunca se encontrarán uno con otro. Con esta visión errónea, los que emprendemos el camino espiritual a menudo nos enfocamos en una versión del paraíso. El viaje se convierte entonces en escapismo y nos perdemos.
El psicólogo budista John Welwood se percató de esta falla hace años y creó el término “evasión espiritual” para describir las tendencias de rodeo que todos tenemos como practicantes espirituales. En más de cuarenta años en el camino, me he dado cuenta de que no se trata de si un meditador se verá atrapado por esta patología, sino más bien de cuándo. De cierta manera, es totalmente comprensible. El mundo material apesta; ¡sáquenme de aquí! O más adecuadamente: el mundo real apesta; Llévenme a lo irreal. Pero cuando confundimos la renuncia con la evasión, surgen todo tipo de problemas.
Aunque podríamos decir que la renunciación—la cual es un componente integral del camino—es la manera de salir del samsara, ¿a qué es a lo que estamos exactamente renunciando? Si respondemos que es al mundo de la apariencia convencional, nos hemos perdido de nuevo. El samsara no es un lugar; es un estado mental. A lo que realmente queremos renunciar es a nuestra relación inadecuada con la materia, no al mundo material.
Del mismo modo, podríamos decir que el camino espiritual es un viaje hacia el nirvana. Pero, ¿dónde está eso exactamente? El nirvana no es un lugar al que llegaremos en un futuro lejano. El nirvana es también un estado mental. Y está disponible aquí y ahora.
Entonces, ¿qué es lo que realmente apesta? Nuestra relación con el mundo material. ¿De qué queremos salir realmente? De un estado mental samsárico. El maestro budista tibetano Trungpa Rinpoche dijo: “No hay salida alguna. La magia consiste en descubrir la manera de entrar completamente”. Si profundizamos en la materia, encontraremos el espíritu. Si profundizamos en nosotros mismos, encontraremos todo lo que buscamos. Entonces podremos darnos cuenta de que, en última instancia, el samsara es el nirvana. Esta es la verdadera no-dualidad.
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Recurrimos al camino espiritual porque estamos sufriendo. Cuando la Primera Noble Verdad—que dice que el sufrimiento existe—finalmente nos golpea, emprendemos el camino para aliviar ese sufrimiento (la Tercera Noble Verdad). Pero seguir un camino auténtico no consiste en sentirse bien (a menos que hablemos de un bien básico). Se trata de ser real. Y ser real significa aceptar toda la realidad, incluyendo lo material. Esto requiere aceptar e incluir nuestro maloliente cuerpo, nuestra desordenada vida emocional y todas las cosas pegajosas que hay en el medio. Requiere abrazar todo lo que vemos; no sólo lo que consideramos “espirituales”.
“Despertar” es una expresión común en el camino, pero se trata más bien de “aterrizar”. En lugar de mirar al cielo, pon la cara sobre la tierra. Siente realmente la tierra en tus ojos y así mezclarás finalmente el polvo con el oro. La materia y el espíritu no son más que dos extremos del mismo espectro de la realidad: la materia no es más que espíritu burdo (cosificado); el espíritu no es más que materia sutil (descosificada).
La noción de “camino” es un insulto más. ¿Un camino hacia dónde? ¿A la iluminación, el despertar y la no-dualidad? Pero, ¿dónde está eso exactamente? Fíjate bien y descubrirás que es un camino a ninguna parte, o al ahora-aquí.
Deja esta revista. Respira profundamente. Ahora mira hacia arriba. Ya esta. Lo que estás buscando está escondido a plena vista. Eso es, irónicamente, por lo que no lo puedes ver. Es como el intentar ver dentro de tu párpado; Está tan cerca, que es invisible. Cuando pensamos en la iluminación, la mayoría de nosotros buscamos una experiencia al nivel de Hollywood: un “acontecimiento espiritual”. Pero es más bien como Oklahoma (me encanta Oklahoma): algo muy ordinario. . . y material.
En el camino espiritual, puedes pasar de largo de lo ordinario en tu camino hacia lo extraordinario, sin ver que la iluminación es realmente extraordinaria. Por eso el maestro zen Suzuki Roshi dijo: “La iluminación fue mi mayor decepción”. Para el ego que busca la gloria, el despertar es la última decepción; un verdadero bajón—a la realidad.
Ponte de pie conmigo y despeja el espacio delante de ti. Ahora da el paso más importante de tu vida. Da un paso hacia ti mismo. ¿Hacia dónde te volverás? ¿Hacia dónde irás? Este es el tipo de camino al que me refiero.
No necesitas tener ninguna experiencia especial para ser libre. No tienes que ir a ninguna parte. Pensar que es así te aleja de lo que realmente buscas. Para emprender un camino, necesitas asumir la ausencia de lo que buscas. Para buscar la verdad, tienes que negar que ya está aquí presente. Pero el camino es cosa de percepción; no es real. Sólo tienes que reconocer lo que está siempre delante de ti mismo. Como dice repetidamente El libro tibetano de los muertos : “El reconocimiento y la liberación son simultáneos”.
Muchos de nosotros en el camino espiritual nos sentimos queremos experimentar algo distinto de lo que vivimos ahora mismo. Eso no es un deseo de iluminación. Es un deseo de escapar. Pema Chödrön escribió La sabiduría de no escapar para contrarrestar esta motivación. Si buscas cualquier cosa fuera de ti, estás en un camino dualista. Sengcan, el Tercer Ancestro Zen, dijo en el Poema de la Mente de Fe : “Incluso apegarse a la idea de la iluminación es extraviarse. Deja que las cosas sean a su manera”.
Trungpa Rinpoche, en una de sus enseñanzas fundamentales, dijo: “Podríamos decir que el mundo real es aquel en el que experimentamos placer y dolor, lo bueno y malo. . . Pero si estamos completamente en contacto con estos sentimientos dualistas, esa experiencia absoluta de la dualidad es en sí misma la experiencia de la no-dualidad”. Déjate estar presente al cien por cien con cualquier cosa que ocurra—lo bueno, lo malo, y lo feo—¡y ya está!
Esto implica que nunca alcanzarás la iluminación; simplemente dejarás el engaño. ¿Cómo puedes alcanzar algo que ya tienes? Intentar acercarse sólo sirve para alejarse. Como dijo el maestro Dzogchen Longchenpa : “Si quieres experimentar la mente natural, sólo puedes hacerlo no queriéndolo”. En lo más alto del camino sin senderos, intenta alcanzar la iluminación, e incluso la meditación misma, son formas sutiles de distracción. Son una dis (“alejar”) y tracción (“atraer”)—así nos apartamos de la realidad.
Entonces, ¿qué debemos hacer? Nada. Pero hagámoslo muy bien. Este es el arte de la meditación al nivel más refinado de la no meditación “sin distracción”. No te apartes ni te distraigas de nada. No dejes que la sensación de que puedes alcanzar el despertar sólo a través de la práctica, o incluso de la meditación, te distraiga. Y definitivamente no dejes que el camino espiritual te distraiga.
Estas enseñanzas de nivel absoluto trascienden pero incluyen el camino relativo. Nos conducen al final del camino, no como un destino final, sino para llegar a la comprensión de que la iluminación es un destino falso. Y así, aunque necesitemos el camino provisionalmente, también debemos dejarlo ir. El maestro Zen Norman Fischer dijo: “No hay ningún lugar al que ir ni ninguna forma de llegar. Siempre hemos estado donde debemos estar”. Deja de colocar tu iluminación. Deja de reprogramar tu cita con la realidad.